La periodista, dramaturga, diplomática, escritora, traductora y feminista malagueña Isabel Oyarzábal Smith (Málaga, 1878-México, 1974) es una de las figuras más polifacéticas, complejas y sugestivas de una admirable hornada de mujeres que eclosionó en el primer tercio del siglo XX, alcanzando el punto de máximo fulgor durante la Segunda República, a cuyo hondo y esperanzado proyecto de modernización de España estaba contribuyendo cuando fue cercenada por el tajo de la Guerra Civil y reprimida hasta la invisibilización por la patriarcal dictadura franquista. Afortunadamente, desde hace un par de décadas, se ha iniciado un proceso de recuperación de la obra de estas mujeres: su ejemplo de vida, su valía intelectual y creativa, su dignidad política, hacen muy dolorosa la constatación de lo que pudo haber sido y no fue, de todo lo que se nos hurtó a manos llenas, de aquella fecundidad trágicamente dilapidada.
El caso de Isabel Oyarzábal es el ejemplo de un primer exilio vital, de un desvío inesperado, de un viraje anómalo: una mujer nacida en un mundo filisteo, burgués y misógino, al que supo enfrentarse sin alharacas, pero con determinación, inteligencia y sensibilidad, para construirse una vida y una habitación propias. Desde la jaula de un destino tradicional y provinciano saltó —con la complicidad de su madre escocesa— al mundo cultural y artístico de la capital. Allí, trabaja en el teatro, traduce para subvenir a las necesidades del hogar (se ha casado con el crítico Ceferino Palencia), cimenta su fuerte personalidad, funda revistas, tiene un hijo y una hija, gana unas oposiciones de inspectora en el Ministerio de Trabajo y, además de corresponsal de periódicos ingleses y colaboradora en medios nacionales de postín (Revista de Occidente, El Sol…), viaja, sigue publicando su obra y se relaciona con las mujeres de su tiempo (Lyceum Club y otras asociaciones), a la vez que se compromete política y periodísticamente en una serie de proyectos (escuela nacional de sordomudos, hospital de trabajadores mutilados, sociedad protectora de animales y plantas, trabajo de mujeres y niños, reivindicaciones feministas), que le serán muy útiles cuando pase a representar a España en la Conferencia Internacional del Trabajo. También será nombrada por la República para la Sociedad de Naciones, para una gira de propaganda —reclamando ayuda para el Gobierno español— por EEUU y Canadá (¡42 ciudades en 53 días!) y, finalmente, como embajadora acreditada en Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca.
El inequívoco compromiso con el proyecto republicano, Isabel lo sintió de una manera muy íntima y así lo anota en su libro de memorias:
No hubo ni algaradas, ni ruido, ni demostraciones de mal gusto o actos vandálicos. Tampoco se veían ni guardias civiles ni policías. Las iglesias estaban abiertas, así como toda clase de comercios. No se produjo ningún intento de saqueo o de hurto, ni vi a nadie bebido […] Por todas partes se podía palpar una honda y patente alegría. Creo que aquel soleado día de abril de 1931 fue el día más feliz de toda mi vida y así se lo confesé a Cefe antes de irnos a dormir.
Tras estos desplazamientos de clase social, de apertura a un mundo cosmopolita, de experiencias viajeras personales y políticas, de un matrimonio deslucido y de su destino diplomático, aún le espera a Isabel Oyarzábal un exilio más, el último y más trágico: el motivado por la Guerra Civil y que afectó a millones de españoles (si contabilizamos también el exilio interior, los encarcelamientos, los ajusticiamientos y las represiones de todo tipo). Como es sabido, el país que, desde el golpe de Estado y hasta después de terminada la guerra, demostró su apoyo sin descanso al gobierno legítimo de la República fue el México del presidente Lázaro Cárdenas, quien —ayudándose de un plantel de insignes personajazos (Isidro Fabela, Luis Ignacio Rodríguez, Gilberto Bosques, Narciso Bassols, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas)— materializó el proyecto de asilo a 25.000 exiliados republicanos. Una de las familias acogidas sería la de Isabel Oyarzábal, madre andaluza que consiguió acarrear a la suya al exilio mexicano, lo que fue posible en esos difíciles momentos del inicio de la segunda guerra mundial gracias a sus contactos diplomáticos. Así alcanzó a reunir, además del marido, a su hijo Cefito, a su hija Marisa, a su yerno Germán Somolinos (que fue localizado, igual que Cefito, ambos médicos, en un campo de refugiados del sur de Francia), a su nieto Jan Somolinos Palencia (nacido en Estocolmo), al hermano de su yerno (Alejandro Somolinos) y a su sobrino Juan Oyarzábal (militar naval, localizado en un campo de refugiados de Túnez).
Como afirma un historiador mexicano del exilio, descendiente él mismo de exiliados republicanos, Fernando Serrano Migallón (México, 1945), refiriéndose a la riqueza humana e intelectual de los refugiados españoles, México ganó el exilio, pero España perdió el futuro, la República y el exilio y se quedó con los cadáveres. Este jurista y académico define así el fenómeno del exilio en su libro El exilio español y su vida cotidiana en México (2021):
El exilio es ese desprendimiento en el que se mezclan el dolor y la esperanza, el despojo y el renacimiento; es un fenómeno múltiple, personal e íntimo, pero al mismo tiempo social y colectivo; es un hecho político e histórico que pone en evidencia la irrupción de la violencia en la vida pública, la irracionalidad de sus relaciones y el hecho, perverso al fin, de que un Estado persiga a quienes, por su naturaleza, debería proteger. El exilio es también un fenómeno cultural que demuestra la persistencia de la memoria, la voluntad de vivir y la riqueza de la civilización que acepta mestizajes, combinaciones y diálogos para generar frutos que se prolongan en el tiempo.
Durante el último tercio de vida que le restaba, Isabel Oyarzábal, en la generosa tierra mexicana, maduró y publicó lo mejor de su obra, dos libros de memorias y una biografía de su amiga Alejandra Kollontai, ocultados para el público hispano, puesto que fueron publicados en inglés en EEUU, con gran éxito de crítica. Dejaría además una extensa obra inédita, todavía pendiente de estudio y publicación. Se ganó el duro pan del exilio trabajando, como hizo durante toda su vida, y demostró ser muy grande en lo que era: una escritora, una patriota y una feminista. Por eso, a pesar de que padeció una triple invisibilización por la dictadura y un triple exilio –como intelectual, como republicana y como mujer-, hoy la seguimos queriendo.
