José Ramón San Juan, periodista y autor de ‘Un fracaso ineludible y otros relatos’ (El Desvelo Ediciones, 2010), es el traductor y prologuista de ‘Olivier’. Ambas cuestiones las resolvió de una manera magnífica. Su trabajo ha sido, de este modo, por partida doble y hemos de destacar aquí la investigación que llevó a cabo para recuperar la figura de esta mujer inteligente y emocionalmente notable, de vida azarosa, prácticamente desconocida en España. Os dejamos un pequeño extracto de su prólogo (que es otra novela en sí), en la que se apuntan los plagios que vivió en vida Claire de Duras…
Esta obra, escrita en 1823, ha protagonizado una peripecia única en los anales literarios. Pese a haber permanecido inédita durante un siglo y medio, su asunto – el secreto de un hombre que rechaza a la mujer a la que ama y por la que es amado intensamente – motivó e influenció a los escritores de su tiempo más allá de lo que cabría imaginar. El propio Stendhal se inspiró en el argumento de ‘Olivier’ (no había alusión al secreto en el título original) para construir su primera novela, ‘Armance ou quelques scènes d’un salon de Paris en 1827’, considerada por André Gide como la mejor del autor. Pretendía titularla del mismo modo que su autora, pero Prosper Merimée le convenció de no hacerlo. Habría sido el segundo ‘robo’ de título y argumento con Claire de Duras como víctima.
El primer ‘robo’ se produjo en 1826, cuando el escritor Henri de Latouche procedió a editar anónimamente una novela titulada ‘Olivier’ de tal modo que pareciese la obra de la duquesa de Duras, de la que se hablaba desde hacía tiempo en los mentideros literarios de París, sin duda por haber sido leída a los frecuentadores de confianza de su selecto salón. La superchería no tardó en ser descubierta y su autor hubo de sumar a la inicial nuevas mentiras, al negar su paternidad pero afirmar al mismo tiempo que conocía al autor y que de ninguna manera era la duquesa de Duras. El de Latouche sería el texto en el que se inspiró Stendhal y que propició otras secuelas, que tienen como autores, entre otros, a Astolphe de Custine y a Honoré de Balzac.
Parece evidente que madame de Duras no tenía el propósito de publicar su espinoso ‘Olivier’, pero si no hubiera sido así los acontecimientos que siguieron a la filtración parcial y aparentemente inexacta de su contenido se lo habrían desaconsejado. Cabe preguntarse por qué existía tanta expectación y tanto interés por la obra de una aristócrata que había decidido escribir y publicar tardíamente, en mitad de la cuarentena. La respuesta puede tener dos vertientes; la primera es estrictamente literaria: el éxito alcanzado por sus dos primeras obras editadas, ‘Ourika’ y ‘Edouard’, no sólo en Francia sino en toda Europa, que fue comparado en su día con el logrado por Alessandro Manzoni con ‘Los novios’ (‘I promessi sposi’). Ello fue motivo de envidia y resquemor para algunos escritores, molestos por la competencia de una arístócrata supuestamente ociosa.
La segunda razón, tal vez más importante, es de carácter político. La duquesa de Duras era la esposa de Amédée-Bretagne-Malo de Durfort, 6º duque de Duras, primer gentilhombre del Rey y Par de Francia. Durfort era hombre de confianza de Luis XVIII y más tarde lo fue de Carlos X. Corrían tiempos convulsos en Francia, donde la Restauración borbónica no provocaba excesivas simpatías, dada su probada inclinación al absolutismo. No sólo existe una oposición republicana, sino también nostálgicos de Napoleón, muchos de ellos cesantes en sus puestos a causa de la Restauración, y, lo que es peor, desunión entre los monárquicos, especialmente entre los calificados como ‘ultras’ y los liberales. Claire de Duras se identificaba con estos. Candidatos a la malquerencia y a la insidia – por una u otra razón, o por ambas – no faltaban.
En cualquier caso, no se puede decir que Claire de Kersaint (ese era su nombre de soltera) tuviera una existencia apacible ni feliz. Nacida en febrero de 1777 en la ciudad bretona de Brest, hija del conde de Kersaint, vicealmirante de la Armada francesa, asistió con doce años al nacimiento de la Revolución y con dieciséis sufrió la muerte de su padre – diputado girondino guillotinado por oponerse a la ejecución del Rey –, así como la confiscación de los bienes familiares.
En Abril de 1794, Claire, hija única, inicia junto a su madre, enferma y perturbada, un exilio que se extenderá por dos continentes. Viajan en primer lugar a Filadelfia, para trasladarse a continuación a Martinica, donde la joven Claire demuestra prematuramente su determinación y energía en la tarea de recuperar, con éxito casi total, la importante herencia materna. Suiza, donde se reunirán con Madame de Staël, será la escala siguiente. Finalmente, en 1795, se instalan en Londres, donde se concentra gran parte del exilio aristocrático francés huido de la Revolución.