Mes: septiembre 2014

Disjecta membra: Primer capítulo

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Me gustaría decir que pasó todo tan deprisa que no me enteré de nada. Que perdí el conocimiento. Que las hormonas secretadas por las glándulas de mi cuerpo me suministraron una anestesia infalible e inmediata. Pero no fue así. Fui bien consciente de la colisión. Percibí el impacto con los cinco sentidos. Sufrí un dolor apenas descriptible. Noté la fractura de los huesos, la carne desgarrándose. Hubo una lluvia de cristales y una sinfonía de ruidos de desguace. Los fatídicos instantes no se caracterizaron por su fugacidad. El tiempo, más bien, pareció dilatarse. Hubiera jurado que transcurrieron meses o años en vez de segundos.

No era yo quien conducía. Estaba sentada en el asiento del copiloto. Mi compañera de clase Julia Wallace iba al volante. Julia murió en el acto. No sé si la suerte la tuvo ella o si la tuve yo.

Quedé atrapada en un amasijo de hierro, sin saber si la sangre que me cubría la cara era mía, o de Julia o una macabra mezcla de la sangre de las dos. Quise gritar. No pude. Quise llorar. Tampoco pude. Y entonces, me desmayé.

Las heridas fueron tan graves que no pudieron salvarme ninguna de las dos piernas. Con las extremidades inferiores parcialmente seccionadas, el equipo médico se encontró el trabajo medio hecho. Al tipo de amputación que a mí me practicaron la llaman «amputación traumática». Es curioso que el término «trauma» signifique tanto golpe físico como impresión terrible. En mi caso, la primera acepción de la palabra abrió paso a la segunda.

Para más señas, una amputación traumática es una amputación de emergencia; es decir, no es una amputación programada que sepas con antelación cuándo va a ocurrir. Cuando me desperté entre vías y batas blancas, ya medía unos cuantos centímetros menos. Aunque encontrarte de sopetón con esa nueva realidad trae consigo una conmoción durísima y deprimente, no quiero pararme a valorar lo que ha de ser conocer de antemano que van a amputarte. Me figuro que el tratamiento preoperatorio será un verdadero infierno. En ocasiones, anticipar el dolor es tan desgarrador como el dolor en sí. Si me preguntaran qué opción escogería yo, no sabría qué contestar. Es igual que esas estúpidas preguntas que te obligan a elegir entre morir por ahogamiento en el agua y morir en un incendio.

Los tejidos blandos de mis piernas quedaron lo suficientemente cercenados como para no poder ser reconstruidos. La regeneración de los nervios hubiese sido inviable. Supongo que contener la hemorragia fue el cometido prioritario de los profesionales que me atendieron en el lugar del accidente. Creo que el proceso consiste en empalmar la vena y la arteria de la zona.

Hay determinadas claves para afrontar estos casos. Lo primero que les enseñan a los estudiantes de medicina es que salvar la vida de la víctima está siempre por encima de intentar preservar una parte de su cuerpo.

Obviamente, sé lo que pasó por lo que después me contaron y por la información que recabé gracias a mis torpes pesquisas sobre los protocolos de actuación en estas situaciones. Además del control del sangrado, el examen de mi función respiratoria debió de ocupar los esfuerzos iniciales de quienes me auxiliaron. Desconozco de qué instrumento específico se valieron para efectuar el corte. No es fácil encontrar los datos más escabrosos en las fuentes de consulta frecuente. Por lo que tengo entendido, la herramienta quirúrgica que suele utilizarse se denomina «sierra oscilante». Es algo parecido a una taladradora con un disco dentado girando a toda pastilla. Tampoco alcanzo a imaginar qué hicieron con los restos orgánicos que no pudieron reimplantarme. ¿Los envolvieron en un retal de tela y después los introdujeron en una bolsa hermética con agua helada? A lo mejor he visto demasiados telefilmes. Estoy convencida de que eso hubiera sido más probable si hubiese perdido una falange, un dedo o algo de esas dimensiones. Hay mucho hueso, músculo y piel entre los dedos de los pies y las pantorrillas. Aun estando en buen estado, unir porciones y fragmentos anatómicos ya es una labor de precisión digna de un especialista en desactivación de artefactos explosivos. De modo que haceos una idea de la dificultad que entraña reparar un desmembramiento cuando la masa perdida reaparece como un revoltijo de ligamentos, haces de fibras y esquirlas óseas.

La piel y algunos pedazos de músculo son generalmente utilizados para recubrir el muñón. En los quirófanos de los hospitales del mundo operan auténticos artistas con indumentaria de carnicero y un brillo sádico en los ojos. Pegar. Soldar. Recomponer. Siempre he pensado que a estos tipos no se les tiene que dar nada mal hacer puzles.

Una vez me presentaron a un chico en la universidad al que le habían extirpado parte de la cara porque un tumor cancerígeno le iba comiendo los carrillos y las mandíbulas. Le habían injertado trozos de sus propias nalgas para rellenar los huecos que le habían dejado en el rostro. Cuando los alumnos se enteraron de dónde provenían los injertos, a sus espaldas comenzaron a llamarlo «caraculo». No es fácil la vida de alguien con un defecto físico. La gente de tu alrededor cuchichea, te radiografía, se gira para observarte detenidamente. Si no es algo con lo que hayas nacido, la adaptación es costosa. Relacionarte con los demás resulta extraño sobre todo al principio. Después, se acaban acostumbrando ellos y te acabas acostumbrando tú. Eso sí, de los ligues y los flirteos puedes despedirte. Dalos por finalizados. ¿Quién va a querer coquetear con alguien que tiene el cuerpo paralizado del cuello para abajo, con alguien sin brazos o con alguien desfigurado por quemaduras y cicatrices? No os escandalicéis si digo que muchos desaprensivos opinan que los lisiados están abocados a emparejarse con otros lisiados, los deformes con otros deformes… Más o menos, esperan que los monstruos se reúnan con los monstruos, dejando libre de aberraciones el panorama amoroso de pretendientes y conquistas. ¿Cómo es esa frase? Sí, ya me acuerdo: «Dios los cría y ellos se juntan».

Lo cierto es que yo tenía éxito con los chicos. Nunca he sido una chica despampanante con medidas de infarto. Pero no voy a pecar de falsa modestia. Tenía mi público. Mis rasgos faciales son bonitos: ojos medianamente rasgados color ámbar, cabello castaño claro y ondulado, labios sensuales. Mi cuerpo no destacaba por ningún atributo en concreto. Tengo los pechos pequeños, el culo no todo lo compacto y firme que debiera, y el torso demasiado delgado. Mis piernas eran un poco zancudas. Sin embargo, ahora mi cuerpo sí que cuenta con un reclamo provocador que llama la atención. Mis facciones dulces y resultonas ya no importan. No importa lo que tengo, sino lo que he dejado de tener. Lo único relevante es lo que me falta. Sorprende hasta qué punto algo ausente puede concentrar tanto interés y ser un imán de todas las miradas. Gusten o disgusten, las anomalías atraen.

Bailar me volvía loca. Literalmente, me soltaba la melena. Era capaz de contonearme con casi cualquier género de música. En las discotecas me sentía la reina de la pista. El alcohol me empujaba a perder mis escasas inhibiciones. No tenía un gran repertorio de pasos. Me bastaba con ponerle un poco de picante a los movimientos de cintura. Bailar era una distracción y un desahogo. Después del percance, se convirtió en una de las cosas que más echaba de menos. Añoraba la libertad, el barullo, la falta de pudor.

La silla de ruedas no generaba excesiva expectación. No había sufrido una lesión medular que me impidiese mover las piernas. Mis piernas, sencillamente, no estaban donde debían estar. Los que están postrados en una silla de ruedas sin haber padecido una amputación no despiertan repulsa o rechazo; producen lástima o, como mucho, compasión. Aunque funcionalmente las limitaciones motoras sean las mismas o muy similares, una cosa es lucir una fisonomía íntegra y otra bien distinta carecer de extremidades. El efecto visual no tiene nada que ver. Por otro lado, ¿de qué manera esconder algo que no puede esconderse, algo que no existe? De las faldas, si eres chica, ya puedes olvidarte. Las perneras de los pantalones evidencian que están vacías. Y colocarte varias mantas puede valer durante los meses más fríos. En verano, el ardid resultaría demasiado sospechoso.

Estoy de acuerdo al cien por cien con ese tópico que dice: «No te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes». Yo apreciaba mis tobillos, mis talones o mis uñas pequeñitas y redondeadas de la misma forma en que uno aprecia sus manos o sus riñones. Consideras que van a estar contigo hasta que te mueras. Y eso no está garantizado.

La silla que me compraron mis padres tenía en la parte trasera la inscripción «Amelia Gallagher», como si pudiera extraviarla en un descuido o como si las sillas de ruedas fueran el oscuro objeto de deseo de los amigos de lo ajeno. ¿Acaso podía dejar por ahí tirado el artilugio que me concedía la oportunidad de ir de un sitio a otro? Aquello me hacía sentir ridícula. Me imaginaba a la gente diciendo: «Ahí va esa idiota con la silla etiquetada con su nombre para que puedan devolvérsela en caso de perderla». No me cabe la menor duda de que mis padres lo hicieron con la mejor voluntad. Sin embargo, me desalentó más que ayudarme. Las ayudas. La mayoría de los que te rodean se desviven por ayudarte. Te ofrecen su colaboración para realizar cada tarea. Seguramente consideren que eres frágil como el cristal y que vas a romperte a la primera de cambio. Me acercaban cosas que podía alcanzar. Me abrían la puerta. Me hacían favores que yo no pedía. Y todo con una sonrisa radiante. No era cortesía; era indulgencia, era piedad. No hace falta que ahonde en el asunto. Conocéis de qué forma se trata a los que no disponen de una plena capacidad. Yo me sentía desplazada por no poder desplazarme del modo habitual. Quería sentirme útil. Pese a que pensaba que nunca llegaría a disfrutar de una absoluta autonomía, anhelaba con todas mis fuerzas valerme por mí misma en el mayor número de actividades. Al menos, pretendía que no me viesen como un lastre o un bebé necesitado de atención y de cuidados. Ese sentimiento desolador de dependencia extrema se esfumaría más adelante. Ni en mis sueños más esperanzados había imaginado lo que iba a llegar. No obstante, antes de avanzar acontecimientos, intuyo que lo más conveniente sería volver a alguno de los episodios que me he dejado por el camino.

Disjecta_Primer capítulo

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Disjecta_Libro2A la venta en librería y en nuestra web www.eldesvelo.com

‘Disjecta membra’. Dramatis personae: Amelia es Olympia

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Olympia © mü

Antes creía en la justicia. Por eso quise adentrarme en los entresijos de la abogacía. Era una ingenua. En la facultad de derecho no te educan para rebelarte y luchar contra los abusos, sino para aprender a aceptarlos. En eso me fijé muy pronto. No albergaba la ilusión de cambiar el mundo. Tan cándida no era. Pero sí esperaba descubrir los vacíos legales que me permitiesen ayudar a los más desamparados y poner mi granito de arena. Quien hace la ley, hace la trampa.

Sencillamente, perdí la confianza del mismo modo en que un feligrés abandona sus creencias cuando muere de improviso un ser querido. Antes del accidente, después del accidente. Poco más cabe añadir. ¿En qué justicia iba a depositar yo mis esperanzas? La justicia está bien como concepto abstracto, como ficción, como vocablo. La justicia no reside en los tribunales, ni en los centros penitenciarios ni en los compendios de artículos.

Tener un accidente no fue justo. Que me despojasen de mi juventud no fue justo. Y que Julia Wallace falleciese y a mí me segaran las piernas no fue justo en absoluto. ¿Qué hicimos para merecer ese escarmiento? ¿Cuáles fueron nuestros imperdonables pecados? No estaba al tanto de los pormenores de la vida de Julia, pero hubiera puesto la mano en el fuego porque era tan inocente como yo. Con la cantidad de gente ruin que se pasea por ahí con total impunidad… ¿por qué a ellos no les sucede nada? La metáfora de la justicia es escandalosamente errónea: no debería ser una balanza, sino un dado o una ruleta.

Menos alguna que otra salida esporádica, no podría decir cuánto tiempo estuve bajo reclusión voluntaria. El contacto con la calle me desconcertaba: los peatones, el tráfico, el ruido, el caos.

El transcurso del tiempo había arreglado bastantes adversidades. Lo que no había mejorado, lamentablemente, era la condescendencia insultante de mis padres. Si me disponía a efectuar cualquier quehacer cotidiano, me trataban como a una temeraria. A sus ojos, no servía para nada.

Mi aspiración siempre había sido defender a los demás. Sin comerlo ni beberlo, quedé atrapada en una coyuntura en la que era yo quien tenía que ser protegida. Amelia, la vulnerable. Amelia, la desasistida. Mi vocación de dispensar socorro se transformó en la necesidad imperiosa de pedirlo. Socorro. Socorro.

Un buen día me vi inmersa en un acontecimiento que, a la larga, iba a poner el mundo patas arriba. Mi vida estaba a punto de dar un giro de ciento ochenta grados.

‘Disjecta membra’. Dramatis personae: Seth es Nocaut

nocautJamás olvidaré el día que crucé, con un nudo en la garganta, la puerta del gimnasio de Mancuso. Nada más entrar me topé con un corcho lleno de carteles con información sobre algunos eventos pugilísticos. En el angosto pasillo retumbaban los puñetazos como tambores de guerra. En mis oídos pugnaban el martilleo del miedo latiéndome en las sienes y la línea de bajos de un linchamiento colectivo. Poco me faltó para salir corriendo. Las paredes transpiraban. La atmósfera se iba haciendo más densa a cada paso que daba. Olía la fatiga, las respiraciones arrítmicas, la adrenalina. Al doblar el recodo que formaba el pasillo con la sala de entrenamiento, el sentido de la vista se sumó a la fiesta. Vi una docena de sacos colgando del techo: nueve estáticos, tres de ellos danzando al son de la batuta de unos directores de orquesta con guantes y calzones oscuros. Vi a dos negros sacudiéndose mutuamente en un cuadrilátero a nivel del suelo. Vi a un tipo con una espalda rectangular recibiendo instrucciones de un señor escuálido vestido de chándal y con el pelo cortado al cepillo. Pasaron unos segundos hasta que el delgaducho con pinta de sargento o monitor de los Boy Scouts se percató de mi presencia. Con los brazos en jarras y una voz rasposa como una lija, me espetó:
–¿Qué quieres, chaval?
Se hizo un silencio grave, funerario. Siete pares de ojos se clavaron en mí esperando una respuesta. Me costó despegar los labios como si mis labios fuesen de plomo. Por suerte, no tartamudeé ni me puse rojo. Y con el volumen con el que se habla en una biblioteca, contesté:
–Quiero aprender a boxear.
Una avalancha de carcajadas inundó la sala. Los que estaban dando caña a los sacos, dos latinos y un negro, interrumpieron su entrenamiento para reírse a pleno pulmón. Los dos negros que peleaban sobre la lona se doblaron de risa. El blanco tamaño bulldozer al que le estaban dando la clase particular fue el más comedido de los boxeadores: solo dejó escapar una media sonrisa. El único que no movió ni un músculo de la cara fue el soldado estirado y cincuentón que llevaba un chándal de color azul añil. La misma mirada asesina de desaprobación con la que me había saludado. El mismo mohín adusto de rechazo. Cuando estaba abriendo la boca para mandarme a tomar por el culo, un hombre bajito y rechoncho con pantalones de pana y una camisa a cuadros salió de una habitación al fondo del gimnasio. Mancuso. Los tres primeros botones de la camisa fuera de su ojal. El pecho: un jardín botánico de vello. Cóctel excéntrico: aura de literato y andares de paquidermo.
Mancuso, probablemente extrañado por el cese de la cadencia de golpes en su templo, preguntó:
–¿Qué pasa aquí?
Y Bennett, moderando una chispa su antipatía, dijo:
–Este muchacho. Que viene a aprender a boxear.
Mancuso miró en derredor sin verme. Yo, con mi uno ochenta y ocho de altura y mis ochenta y pico kilos de peso de aquella época, me sentí como una hormiga en la sabana rodeada de rinocerontes. Una miniatura suplicando para que la mirasen con lupa. Segundos después recuperé un poco la autoestima porque noté que un saco y el corpachón del boxeador blanco me estaban tapando, interponiéndose entre Mancuso y yo. Mancuso se acercó a mí con sus pisadas de tiranosaurio. Bennett lo siguió cual perro olfateando el trasero de otro perro con un puesto más alto en la jerarquía canina. Juntos no tenían desperdicio. Bennett era espigado. Mancuso era un retaco. Bennett estaba raquítico. Mancuso estaba rollizo. Uno al lado del otro parecían un dúo cómico o una pareja esperpéntica. Stan Laurel y Oliver Hardy. Quijote y Sancho.
Mancuso se puso a mirarme con extrañeza como intentando averiguar un secreto o sonsacarme información. Bennett se quedó detrás de él en un segundo plano. Me fijé en que con trece años yo ya medía bastante más que Mancuso y pesaba bastante más que Bennett.
–¿A qué has venido, hijo? –disparó Mancuso a quemarropa.
–A que me enseñen a boxear. Ya se lo he dicho a su compañero –dije señalando a Bennett con la barbilla.
–¿Y no eres muy joven? –quiso saber Mancuso. Pese a mi envergadura, tenía cara y voz de niño.
–No, señor.
–Llámame Vinnie. ¿Y qué edad tienes?
–Voy a hacer catorce dentro de nada.
–Está bien.
–No, no está bien –rezongó Bennett–. Es un crío.
–¿A qué edad crees que se empieza en esto, Ernie?
–Ya, pero no es eso. Le falta un brazo.
–Ernie. –Mancuso fulminó a Bennett con la mirada.
–Si es que le falta un brazo, joder. ¿Cómo va a boxear así?
–No me toques los cojones, Ernie. Vuelve a lo tuyo con Keith.
Bennett se marchó protestando y haciendo aspavientos con las manos.
–Es de nacimiento, señor.
–Vinnie.
–Digo Vinnie.
–¿El qué es de nacimiento?
–Lo del brazo. Nací así.
–¿Y se meten contigo? –indagó Mancuso haciendo gala de sus dotes de adivino.
–A todas horas.
–¡Pero si eres una torre! Apabullarías a cualquiera.
–A nadie. Soy un cagueta.
–Y te gustaría darles una buena tunda, ¿verdad?
–Bueno…
–Esto no funciona así, hijo. Me refiero a que la finalidad del boxeo no es atizar a las personas fuera del ring. Es un deporte, y no un curso de defensa personal ni un instrumento para darles su propia medicina a los matones.
–Pero yo no quiero pegarlos.
–¿Qué quieres entonces?
Resoplé.
–Estar seguro de que no van a pegarme a mí.

Librerías con ‘Disjecta membra’ a la venta a partir de mañana

Una vez más tenemos que agradecer a los libreros la confianza que depositan en nuestros libros. Mañana se pondrá a la venta en toda España ‘Disjecta membra’, primera novela de Alberto Hontoria Maceín. Aunque nos falten datos de algunas partes de España y haya en los próximos días nuevas librerías que tengan a disposición la obra, la novela puede encontrarse en los siguientes centros comerciales, cadenas y librerías:

CORTE INGLES LA CORUÑA LA CORUÑA LA CORUÑA
CORTE INGLES NERVION SEVILLA SEVILLA
CORTE INGLES TEATINOS MALAGA MALAGA
CORTE INGLES DIAGONAL BARCELONA BARCELONA
CORTE INGLES P. MALLORCA PALMA DE MALLORCA BALEARES
CORTE INGLES GERONA GIRONA GIRONA
CORTE INGLES INDEPENDENCIA ZARAGOZA ZARAGOZA
CORTE INGLES SOROLLA VALENCIA VALENCIA
CORTE INGLES MURCIA MURCIA MURCIA
CORTE INGLES PRECIADOS MADRID MADRID
CORTE INGLES GOYA MADRID MADRID
CORTE INGLES CASTELLANA MADRID MADRID
CORTE INGLES 10 PRINCESA MADRID MADRID
CORTE INGLES SANCHINARRO MADRID MADRID
CORTE INGLES ALCALA HENARES ALCALA DE HENARES MADRID
CORTE INGLES AYALA MADRID MADRID
CORTE INGLES POZUELO POZUELO MADRID
CORTE INGLES TIENDA EN CASA MADRID MADRID
CASA DEL LIBRO
AMAZON
ELKAR
LA CENTRAL
LAIE
22 LLIBRERIA GIRONA GIRONA
BIBLIOTECA DE BABEL PALMA DE MALLORCA BALEARES
LA LLAR DEL LLIBRE CENTRE SABADELL BARCELONA
OMBRA RUBI BARCELONA
SANT JORDI BLANES GIRONA
CASTILLON BARBASTRO HUESCA
CENTRAL LIBRERIA (ZARAGOZA) ZARAGOZA ZARAGOZA
IBAÑEZ,LIBRERIA ALCAÑIZ TERUEL
LAS HERAS SORIA SORIA
PARIS VALENCIA 3 S.L. VALENCIA VALENCIA
ALCARAZ COMICS CARTAGENA MURCIA
ALI I TRUC S.L. ELCHE ALICANTE
BIBLOS INST.ECLESIASTICA NO COLEGIADA ALBACETE ALBACETE
DIEGO MARIN LIBRERO EDITOR ESPINARDO MURCIA
EX LIBRIS (ALCOY) ALCOY ALICANTE
HERSO CONSORCIO COMERCIAL DE ALBACETE ALBACETE ALBACETE
LIBRERIA CODEX ORIHUELA ALICANTE
LIBROS 28 SAN VICENTE ALICANTE
MARIN VEGARA MARIN CENTRO DEL LIBRO ESPINARDO MURCIA
POPULAR LIBROS (ALBACETE) ALBACETE ALBACETE
SANTOS OCHOA (TORREVIEJA) TORREVIEJA ALICANTE
TEOREMA SAN JUAN ALICANTE
ATOM COMICS MADRID MADRID
EL BUSCON, LIBRERIA MADRID MADRID
ESTUDIO EN ESCARLATA MADRID MADRID
GENERACION X MADRID MADRID
VISOR LIBROS MADRID MADRID
CEREZO, LIBRERIA LOGROÑO LA RIOJA
CERVANTES LIBRERIA (OVIEDO) OVIEDO ASTURIAS
ESTVDIO,LIBRERIA REVILLA DE CAMARGO CANTABRIA
GIL SOTO, S.L.,LIBRERIA SANTANDER CANTABRIA
GOMEZ (PZA.CASTILLO),LIBRERIA PAMPLONA (NAVARRA) NAVARRA
JOKER (URQUIJO),COMICS LIBRERIA BILBAO VIZCAYA
LICEO,LIBRERIA TORRELAVEGA (CANTABRIA) CANTABRIA
OJANGUREN LIBRERIAS OVIEDO ASTURIAS
SANTA TERESA LIBRERIA CAFE OVIEDO ASTURIAS
SANTOS OCHOA LOGROÑO CORDONERA LOGROÑO LA RIOJA
TIN TAS (SAN MAMES) LIBRERIA BILBAO VIZCAYA
ZULOA IRUDIA LIBRERIA VITORIA ALAVA
GUILLERMO MADRID
AITOR LEGANES
LIBRERIA CLARIN (ESTELLA) ESTELLA
MANUEL MAESTRE LEGANES
MARIA JOSE TORREQUEBRADA MADRID
AGAPEA FACTORY S.A MALAGA MALAGA
ATLANTIDA LIBRERIA GRANADA GRANADA
BABEL,LIBRERIA (GRAN CAPITAN) GRANADA GRANADA
DON LIBRO,LIBRERIA JAEN JAEN
EN PORTADA COMICS MALAGA MALAGA
ENTRE LIBROS LINARES JAEN
FLASH JOVEN GRANADA GRANADA
JAIME,LIBRERIA CADIZ CADIZ
LUAL PICASSO ALMERIA ALMERIA
LUCES LIBRERIA MALAGA MALAGA
LUQUE,LIBRERIA (NUEVA) CORDOBA CORDOBA
NOBEL,LIBRERIA ALMERIA ALMERIA
PICASSO ESTACION 13, LIBRERIA ALMERIA ALMERIA
PICASSO,(OBISPO HURTADO),LIBRERIA GRANADA GRANADA
PIPER,PAPELERIA GUADIX GRANADA
PROMETEO Y PROTEO MALAGA MALAGA
RAYUELA,LIBRERIA MALAGA MALAGA
TEOREMA,LIBRERIA GRANADA GRANADA
TODOLIBROS,LIBRERIA CACERES CACERES
LIBROS PROHIBIDOS UBEDA JAEN

‘Disjecta membra’. Dramatis personae: Jack Endore es Argos

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© mü

Nombre: Jack Endore. Edad: cuarenta y ocho años. Estado civil: casado. Nombre de la esposa: Renée Endore. Edad: cuarenta y cuatro años. Hijos: dos. Nombres de los hijos: Graham Endore y Alice Endore. Un asterisco sobre el nombre de Graham Endore remitió a Cotard al final de la primera hoja. El asterisco indicaba que el hijo primogénito de Jack Endore había fallecido. Cotard leyó la ficha de cabo a rabo. El informe contenía secciones diversas: una nota biográfica, el historial clínico, los resultados que había obtenido en los diferentes exámenes de la prótesis.

Cotard quiso compartir el expediente con Amelia y Seth. Les hizo partícipes de su intención de sondear a aquel hombre para procurar que se uniera al proyecto. Seth y Amelia se mostraron encantados y le desearon suerte en su intento de convencerlo.

Aunque sabía que presentándose sin avisar en el domicilio de Jack Endore se arriesgaba a no ser bien recibido, Cotard lo prefirió a llamarlo por teléfono. La opción era más grosera, pero quizá también más persuasiva. Fue Lance –el segundo chófer de Cotard– quien lo llevó hasta allí. Jack Endore vivía en una zona residencial llamada Fairbanks. Era una urbanización que estaba al este de la ciudad, a poco más de veinticinco minutos en coche desde el centro metropolitano. Puesto que las limusinas de su colección estaban más preparadas para realizar trayectos cortos sin salir de la urbe, Cotard se decantó por utilizar un cupé de cuatro plazas: un Bentley Continental GT de color escarlata. Cuando Lance estacionó el coche frente al número 17 de la calle Lawrenceville, Cotard le advirtió que no sabía, si es que lo dejaban pasar, cuánto tiempo iba a estar dentro. Cotard vestía una camisa color calabaza de Hermès, un traje color obsidiana de Jay Kos y unos zapatos de piel de lagarto de A. Testoni. Miró a ambos lados de la calle y sintió un escalofrío al comprobar que todas las casas eran clones unas de otras: cuerpo de piedra blanca, tejado de pizarra, jardín en la parte de atrás y puerta de garaje de aluminio de color perla. Cotard se dejó atrapar por un intenso olor a jazmín. A lo lejos se oía el zumbido molesto de una máquina cortacésped. Con algo de impaciencia pero sin asomo de nerviosismo, Cotard pulsó el botón plateado del telefonillo. Esperó durante quince o veinte segundos sin obtener respuesta. Volvió a llamar. Nadie contestó. Con la cabeza gacha, disgustado por el viaje en balde, Cotard apretó de nuevo el interruptor, esta vez más por rabia que por albergar la esperanza de que hubiera alguien en la casa. Y cuando estaba a punto de dar media vuelta y danzar hacia el coche, un sonido chirriante precedió a la primera palabra –premonitoria, quizás, pese a que en este caso fuese en forma de pregunta– que Jack Endore le dirigió a Russell Cotard:

–¿Sí?

La sonrisa triunfal de Cotard fue tan amplia que la cara se le quedó pequeña. Y aunque pareciese imposible tratándose de una situación que teóricamente tenía que haber planeado con suficiente antelación, Cotard improvisó su respuesta:

–Busco al señor Jack Endore. Vengo de parte de Saiph.

Charla sobre Cenit en La vorágine

image26El pasado martes, 23 de septiembre, ofrecimos una charla en el espacio cultural La Vorágine, en Santander, a propósito de una de las grandes olvidadas de la edición española del siglo XX: la editorial Cenit. Desde 1928 hasta 1936, por los 225 títulos de la editorial de Giménez Siles, Graco Marsá y Andrade pasaron obras de Remarque, Hesse, Barbusse, Upton Sinclair, Sinclair Lewis, Dos Passos… más los grandes popes del marxismo. Fue un encuentro estupendo, entre amigos, en donde hicimos lo posible por contribuir a que el trabajo de aquella gente no cayera aún más en el olvido.

foto: Jesús Ortiz.

 

Presentación de ‘Seis desnudos’ en Vitoria

CAM00760El pasado miércoles presentamos en Casa del Libro, en Vitoria, el último poemario de Pedro Tellería, Seis desnudos. Una veintena de personas se dio cita en la planta baja de la librería para escuchar a Tellería diseccionar, aunque no necesariamente desvelar, el misterio de estos 62 poemas que hemos tenido el placer de editar. Acompañaron a Tellería el escritor Kepa Murua y el editor Javier Fernández Rubio.

‘Disjecta membra’, a la venta el 29 de septiembre

 

 

 

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A Amelia Gallagher le mutilan las piernas tras sufrir un accidente de tráfico. Seth Randolph nació con una amputación congénita del brazo izquierdo. Jack Endore se queda ciego a causa de la progresiva degeneración de sus retinas. A ojos de la sociedad son discapacitados, seres humanos inservibles. Pero en sus vidas se cruza el multimillonario Russell Cotard. Y Cotard tiene un plan. Juntos fundarán un grupo de héroes imprevistos que acabarán convirtiéndose en auténticos ídolos de masas: héroes sin capa ni mallas, justicieros que han padecido en sus carnes la injusticia, más que válidos… Superválidos.

 

‘Disjecta membra’, de Alberto Hontoria, ya está aquí

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Este libro sorprenderá a muchos. Es completamente distinto a lo que hemos hecho hasta ahora. Tendremos a la venta estos ‘Miembros dispersos’ el 29 de septiembre…

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