Mes: febrero 2017

Brooke y los war poets, según José María Lasalle

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El heroísmo bélico como aventura poética


La guerra y la poesía se muestran a nuestros ojos postmodernos como palabras irreconciliables. La irrupción de la técnica y el hecho de que la guerra se haya transformado en algo mecánico, desprovisto de la épica que tradicionalmente se asoció a ella, han sido las causas de la cesura tan radical que hoy existe entre ambas. Sin embargo, esto no fue siempre así ya que durante siglos la guerra y la poesía estuvieron hermanadas. Es más, de acuerdo con la vieja cultura heroica heredada de la Grecia arcaica, la guerra era la instancia última en la que la paideia (educación) se ponía a prueba al demostrar en ella la excelencia (areté) del kalos kagathos o, si se prefiere, del aristócrata que en el bautismo de fuego y sangre podía descubrir quien era realmente. 
De aquella ancestral visión homérica ya no queda nada desde que el «rojo» y el «negro» stendhaliano fueron engullidos por la grisácea y anónima uniformidad de los ejércitos modernos. Inmersos en una civilización que desde Kant ve en la paz una conquista admirable, la guerra es ahora una realidad injustificada y despreciable, incluso cuando lo que se pone en juego es la legítima defensa, pues, de acuerdo con la sensibilidad contemporánea, resulta difícil encontrar en ella algo más que dolor, humillación y barbarie. Y aunque la guerra ha sido siempre «eso» esencialmente, con todo, la misma ha perdido a lo largo del siglo XX la aureola sublime que desde la Ilíada había embellecido aquel polemos en el que Heráclito fundó todas las cosas, y que muchos siglos después todavía hacía decir a Schiller que «incluso en la guerra, lo supremo nunca está en ella».
En las «batallas de material» del siglo pasado la guerra dejó de ser un hecho humano para convertirse en un fenómeno abstracto que quedó subordinado a la técnica y a sus masivos instrumentos de destrucción. La vivencia tradicional de la guerra cayó así en desgracia al diluirse la cuestión humana como circunstancia y límite, fin y medio de la confrontación bélica; de manera que este hecho, sumado al sometimiento de la guerra a la política e, incluso, a la propaganda de masas, terminó transformándola en una empresa inasumible culturalmente, pues, el objetivo de la misma ya no era imponerse a otro en el peligro del combate singular, sino tan sólo la aniquilación anónima de éste al identificarlo ideológicamente como un mero «enemigo». Y es que como dijo Lenin en «La bancarrota de la II Internacional» (1915): «Aplicada a la guerra, la regla principal de la dialéctica nos enseña que: `La guerra no es más que la continuación de la política por otros medios’… Tal es la fórmula de Clausewitz, uno de los grandes escritores de la historia militar en el que Hegel ha contribuido a fecundar sus ideas». 
Esto que ahora nos parece tan claro, sin embargo, supuso una revelación atroz para las generaciones que fueron a la Primera Guerra Mundial con el zurrón repleto de visiones románticas en torno al fenómeno bélico. Un ejemplo de ello y de cómo pudo superarse poéticamente esta vivencia fue la obra de Rupert Brooke (1887-1915). Perteneciente a la generación de los llamados poetas bélicos, representa junto a John Drinkwater, Wilfred Owen, Siegfried Sassoon, Edith Sitwell, Harold Monro, W. H. Davies y W. W. Gibson, uno de tantos a los que la impetuosidad romántica arrastró desde las aulas de Oxford y Cambridge a las trincheras de aquella Gran Guerra que, como bien describió Robert Graves, fue algo horriblemente «incomunicable».
Nacido en Rugby, Brooke estudió en el selecto internado que lleva este nombre y que rivaliza con Eton en su prestigio elitista. Hijo de un catedrático, se doctoró en literatura en el King’s College de Cambridge, encarnando pronto el ideal aristocrático de su época. Así, además de dotarse de una sólida formación intelectual mostró, también, una clara preocupación política que lo llevó a vincularse a aquella Sociedad Fabiana de la que eran destacados miembros George Bernard Shaw y Sidney Webb, y que pretendía combatir los excesos del capitalismo industrial de la época a través de elites que transmitieran ideales humanitarios y socialistas a los partidos clásicos -el tory y el whig-, con el fin de promover la reforma de aquél y evitando, de paso, que la revolución pudiera destruir las libertades políticas bajo la tiranía de las masas.
Viajero infatigable que recorrió Europa, América del Norte y la Polinesia, Brooke siguió el «iter» romántico del aventurero vital, tal y como hicieron antes sus admirados Rimbaud, Stevenson o Gaugin. Deseoso de descubrir la belleza prístina de la humanidad, admiró en los Mares del Sur a aquellos «nativos de Samoa y Fidji que son más hospitalarios y corteses, más amantes de lo bello que los europeos que aquí habitan», quizá porque, como creía Rousseau, habían sido capaces de vivir incontaminados de los vicios que irradiaba ese individualismo que hacía de la propiedad sobre las cosas o, si se prefiere, de esa dialéctica de «lo mío y lo tuyo», el fundamento de un Progreso que era identificado con el Bienestar material.
Cantor del amor y enamorado de la belleza alabada por Keats y Shelley, en sus «Pensamientos sobre la forma del cuerpo humano» (1911), describió el dolor consustancial que porta consigo el hombre al no poder evitar su caída, pues: «¿Cómo puede el amor triunfar y recrearse/donde la fiebre se oprime contra la fiebre/la rodilla contra la rodilla?/¡Si pudiéramos habitar la armonía,/y en ella alentar puros y perfectos/y como pensamientos sin cuerpos ascender/hacia un redondo y radiante amor,/y amar serenamente una perfecta esfera,/como una luna a otra, y ser/semejante a la estrella Lunisequa/siguiendo fijamente el redondo orbe claro de su delicia,/eternamente oscuro, a través de la eterna noche…!». 
La premonición del estallido de la guerra en Europa lo apartó de los brazos de la nativa que amó en Waikiki y lo trajo de vuelta a Inglaterra. Y su amistad con Winston Churchill -entonces Primer Lord del Almirantazgo- lo hizo oficial de marines, luchando en las trincheras de Anvers juntos a sus amigos Denis Browne y Raymond Asquith. En ellas compuso sus famosos «Sonetos» (1914), obra en la que logra transmutar el sufrimiento del soldado al descubrir la belleza que encierra el sacrificio heroico que porta la camaradería guerrera, como cuando dice en «Paz»:

Demos gracias a Dios, que nos ha hermanado en Su hora,
y ha invocado a nuestra juventud, y ha hecho que despertemos del sueño,
con segura mano, ojo limpio y certero poder,
para que abandonemos alegres,
como nadadores que buscan de un salto la región más pura,
el frío y gastado mundo envejecido,
y los corazones enfermos a los que ya no mueve el honor,
y a los cobardes, y sus monótonas y sucias canciones,
y toda la triste futilidad del amor.

Inmerso en la vorágine bélica, la temblorosa subjetividad que irradian estos sonetos denota su alejamiento de la ojetividad que heredó de Keats y el desarrollo de una emoción imaginativa en la que el peligro de la muerte estremece su creatividad al despertar en él un nuevo sentimiento de libertad que entronca con la vivencia de la fratria griega. Así, acompañado por la lectura de la Iliada se embarcó entusiasmado en la expedición que Churchill envió a la península de Gallipoli, mientras retumbaban en sus oídos esos versos en los que grita que es dichoso porque habiendo conocido la vergüenza del mundo del que proviene, con todo, ha encontrado junto a sus camaradas la libertad que ofrece ese lugar en el que «no hay pena ni enfermedad, y el sueño ya no inquieta/donde nada se quiebra sino este cuerpo,/y nada se marchita sino este aliento./Nada estremece la suave paz del sonriente corazón,/lejana ya la agonía,/en la región de la muerte, nuestra peor amiga y enemiga». 
Fallecido en la isla de Skyros, su cuerpo reposa allí, junto al Egeo, como quiso también su admirado Byron al caer en Grecia. En el epitafio de su tumba reza esta escueta inscripción escrita en griego: «Aquí yace Rupert Brooke, servidor de Dios, alférez de la Armada británica, muerto en camino de liberar Constantinopla de los turcos». Con su muerte el Romanticismo se hizo, también, pasado.

JOSÉ MARÏA LASSALLE

(Publicado en El Diario Montañés de Santander).

Dónde se puede encontrar ‘Orgullo travestido’, de Juan Carlos Usó

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Puntos de venta de ‘Orgullo travestido’, de Juan Carlos Usó, ensayo biográfico sobre la vida del transformista Egmont de Bries:

El Corte Inglés (Goya, Castellana, Callao, Venta a distancia)

Amazon

Elkar

Abacus

La Central

Laie

OMM Campus

Cálamo (Zaragoza)

22 Llibreria (Girona)

Antincus (Barcelona)

Biblioteca de Babel (Palma de Mallorca)

La Ciutat Invisible (Barcelona)

Cómplices (Barcelona)

Documenta (Barcelona)

Embat Palma Dist. (Palma e Mallorca)

Galissa (Lloret de Mar)

La librera del Savoy (Palma de Mallorca)

La Llar del Llibre Centre (Barbera del Valles, Barcelona)

Rata Corner (Palma de Mallorca)

Ambra (Gandía)

Argot (Castellón)

Auias (Villarreal de los Infantes, Castellón)

Babel (Castellón)

El Puerto (Puerto de Sagunto, Valencia)

París Valencia 1 (Valencia)

París Valencia 3 (Valencia)

Plácido Gómez (Castellón)

Alcaraz Cómics (Cartagena)

Ali i Truc (Elche)

Diego Marín (Espinardo, Murcia)

Libros 28 (Alicante)

La Montaña Mágica (Cartagena)

Popular Libros (Albacete)

Santos Ochoa (Torrevieja, Alicante)

A different life (Madrid)

Antonio Machado BB AA (Madrid)

Antonio Machado Fernando VI (Madrid)

Berkana (Madrid)

Cervantes y Compañía (Madrid)

Ciudadano Grant (Madrid)

De Mujeres (Madrid)

El Aleph (Madrid)

Muga (Madrid)

Mujeres y Compañía (Madrid)

Nakama (Madrid)

OMM Psicología Somosaguas (Pozuelo, Madrid)

Pasajes (Madrid)

Traficantes de Sueños (Madrid)

Visor (Madrid)

La adición literaria (Vitoria)

Cervantes (Oviedo)

Estvdio (Santander)

Gil (Santander)

Katakrak (Pamplona)

La Revoltosa (Gijón)

Louis Michel (Bilbao)

Maribel (Oviedo)

Santos Ochoa (Logroño)

Acuario (Herrera, Sevilla)

Agapea Factory (Málaga)

Alsur (Granada)

Babel (Granada)

Fuga (Sevilla)

Lual Picasso (Almería)

Luque (Córdoba)

Metáfora (Roquetas de Mar, Almería)

Picasso (Obispo Hurtado, Granada)

Prometeo y Proteo (Málaga)

Q Pro Quo (Málaga(

Término (Alcalá de Guadaira, Sevilla)

Yerma (Sevilla)

Bakakai (Granada)

Casa Tomada (Sevilla)

Libros Prohibidos (Úbeda)

Pangea (Dos Hermanas, Sevilla)

Letras Corsarias (Salamanca)

Hydria (Salamanca)

Maxtor (Valladolid)

Pastor (León)

Santiago Rodríguez (Burgos)

Margen (Valladolid)

Couceiro (A Coruña)

Follas Novas (Santiago)

Anco (Ourense)

Xiada (A Coruña)

‘Orgullo travestido’ y ‘Rupert Brooke’, en prensa

nuevodocumento-2 orgullo-el-mundo-castellon 'Orgullo travestido' en el siglo XX | Castellón | EL MUNDO

El Diario Montañés de Santander se hace eco de la publicación de la poesía completa de Rupert Brooke, mientras El Mundo de Valencia y Castellón al Día hacen lo propio con ‘Orgullo travestido’, de Juan Carlos Usó.

Reivindicar la crítica, desconfiar del crítico: Shangrila y Ángel Fernández-Santos

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Reivindicar la crítica, desconfiar del crítico

(‘La crítica cinematográfica de Ángel Fernández-Santos’, por José Antonio Planes Pedreño).

Que la crítica está en crisis es algo que, por reiterativo, no la hace inmerecedora de una reflexión. La crisis de la crítica es como la crisis del teatro: perenne, consustancial, inmanente como todo lo que fluye y está vivo; de tal modo que la crítica es hoy en día como esos enfermos que ni empeoran ni se recuperan, contentándose en tener un día mejor que el anterior en esa montaña rusa de altibajos en que se convierte su existencia. Pero no por reiterativa, merece que se pase de largo, sobre todo porque reivindicar la crítica es reivindicar la mediación, la guía necesaria para deambular en una jungla de creaciones.

La crítica es necesaria y, al igual que los soportes comunicativos que la vehiculan, vive en dos crisis paralelas: una, la del prestigio; otra, la tecnológica, que no es una crisis en sí, sino una oportunidad.

La pérdida de prestigio de los grandes referentes de la crítica en el campo cultural tiene que ver con la pérdida del lector cautivo. El carácter disruptivo de las nuevas tecnologías ha liberado al receptor de las ataduras que le vinculaban a unos pocos referentes que, en el pecado va la penitencia, han ido prostituyendo un ejercicio que no solo requiere la apariencia de la mujer del César, sino que es independiente y rigurosa o deja de ser necesaria.

El crítico venal y arrogante, el referente comunicativo que arroja más sombras que luces, más ruido que nitidez, intoxicado por intereses comerciales y/o de cofradía, entra en barrena ante la atomización de la oferta crítica, con la contrapartida del diletantismo que entraña, en la disparidad de la oferta que refleja la actual pluralidad de medios de comunicación en el piélago digital. Si hasta hace no mucho, quien no aparecía en los recetarios de uno de los grandes popes de la crítica no existía, ahora es el referente el que cae en la irrelevancia, clamando en un desierto vacío de lectores sin querer entender que la desvergüenza y la manipulación han conducido a desertar a los que consideraba rehenes. Por lo tanto, no hay deserción; hay liberación.

¿Por qué? Porque la deshonestidad puede mantenerse si no hay alternativas, pero el lector/consumidor se caracteriza por su deslealtad, en el mejor sentido de la palabra, y busca, husmea y encuentra alternativas. Los grandes suplementos de crítica cultural han caído del pedestal al abrirse el abanico de referentes y una nueva actitud, exigida por el público, de rectitud y coherencia. Ya no hay jerarquías y la horizontalidad entre crítico y receptor entabla un diálogo en donde la honestidad no admite medianías ni componendas. Se sigue reclamando la crítica, pero el crítico ha sido puesto en cuarentena.

Es por ello más que oportuno, pertinente más bien, la recuperación de una de las grandes figuras de la crítica postfranquista de este país: Ángel Fernández-Santos. Este hombre, de vocación cultural insaciable y alto rigor crítico, es un icono de la honestidad. Encaminado al guion de cine en la Escuela de Cine de Madrid, acabó en la crítica cinematográfica tras darse de bruces con la censura y ese enfriamiento del corazón tan machadiano. Pero si una puerta se cierra otra se abre, y fue en El País, otrora un referente de otras muchas cosas, donde, como máximo responsable de la crítica cinematográfica, apuntaló como ningún otro eso que se llama independencia y rigor.

Shagrila-Textos Apartes, proyecto editorial colectivo, que tiene de forma inexplicable su base en Santander (de esas cosas inexplicables que tienen su explicación, pero no por el contexto geográfico en que se desarrollan) acaba de publicar la que tal vez sea la obra más ambiciosa y exhaustiva sobre Ángel Fernández-Santos y, por ende, de la crítica en España a lo largo de varias décadas. La obra, de José Antonio Planes Pedreño, pone del revés como un guante y somete a escrutinio la figura y el sentido de Fernández-Santos analizando su quehacer y pensamiento desde una multiplicidad de puntos de vistas que arrojan el resultado más próximo a la realidad que pueda desearse.

“Por si algo se gana el respeto Fernández-Santos es por la libertad, imparcialidad e independencia de su criterio -escribe el autor de esta monografía-, cualidades recalcadas una y otra vez por sus compañeros de profesión”.

El libro, publicado en la colección Hispanoscope y fácilmente localizable en las principales librerías del país, aborda desde la identidad y personalidad política y cultural de Ángel Fernández-Santos, hasta su particular visión de lo que ha de ser el guion, la puesta en escena, el ritmo narrativo y la interpretación; pasando por una valoración de las estrategias expresivas y las figuras retóricas que, como todo lenguaje, posibilita el cine: géneros, estilos y retórica.

Hay algo en este peregrinaje (biográfico, sentimental, semático, semiótico, político y cultural) que es recurrente: el cine, no solo como una ocasión de esparcimiento, sino como una herramienta de autoconocimiento y crítica social de primer orden, que todo poder intenta domesticar.

Leyendo lo que escribió Ángel Fernández-Santos, uno alcanza el convencimiento de que el cine no solo es la ocasión para pasar el rato, es decir, no solo es algo placentero, mero entretenimiento, sino que también es, y sobre todo es, lucha, conflicto, introspección, asfixia, el lugar donde la realidad no escapa, sino que se encierra en un recinto cuadrado y quien no escapa, y no solo no escapa sino que se somete voluntariamente a esta terapia icónica de introspección, es el espectador. Es ahí donde el cine adquiere su dureza, su tensión, y un sentido que lo aleja del espectáculo y el entretenimiento más o menos zafio, para ser bisturí en donde el espectador se practica una vivisección durante 90 minutos. No voy a hacer un canto al cine como ejercicio masoquista: también el cine es entretenimiento, pero si todo acaba ahí, se reduce algo grande a poca cosa. El cine es la palabra fílmica que nos enfrenta a nuestro monstruo interior y que reclama algo a lo que raramente dedicamos tiempo: preguntarnos qué somos. Por ello no es cómodo ir al cine y produce en muchas personas recelo y hasta miedo, disfrazado en un amplio bostezo de pereza. El cine de verdad reclama espectadores de verdad porque cambia a las personas: nunca se sale por la puerta igual que se entra. Por eso lo llamamos arte.

No quisiera acabar sin dedicar unas palabras a Shangrila, una asociación cultural sin ánimo de lucro que no deja fuera de cuadro, por utilizar un símil cinematográfico, la divulgación intelectual de lo audiovisual. Este proyecto independiente se ha planteado el titánico esfuerzo de abordar una reflexión sobre el cinematógrafo, la literatura y el audiovisual desde las diversas perspectivas analíticas y transversales que conforman el pensamiento crítico. El prestigio, este sí fuera de cuadro de los grandes referentes comunicativos, recibe, título tras título, el beneplácito del publico, hasta el punto de que ahora el referente, si no único, uno de los más necesarios, es él, prueba de que la honestidad, tarde o temprano, tiene su recompensa.

FICHA

TÍTULO: La crítica cinematográfica de Ángel Fernández-Santos.

AUTOR: José Antonio Planes Pedreño.

EDITORIAL: SHANGRILA-Colección Hispanoscope.

FORMATO: 16X23 CM.

PÁGINAS: 404.

ISBN:978-84-946210-3-1

PRECIO: 24,00 euros.

 

Rupert Brooke, Poesía Completa. Novedad para el 27 de febrero

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Por primera vez en España, se edita la poesía completa de uno de los poetas más queridos en Inglaterra, Rupert Brooke. El fue uno de los que cruzó la línea que separaba la poesía georgiana de los ‘war poets’.

La obra, que se publica en edición bilingüe inglés-español, ha sido traducida por Eva Gallud Jurado, y refleja a la perfección el tránsito de la poesía georgiana característica de la Inglaterra de principios del siglo XX a un verso más realista y desesperanzado, sin caer en el desgarramiento de otros poetas de su generación como Siegfried Sassoon (del que esta editorial ha publicado su obra Contraataque) y Wilfred Owen. En este libro están sus viajes, sus paisajes, sus amores, pero también el presagio de una vida y de una época que terminaban. brooke-signature

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‘Orgullo travestido’, de Juan Carlos Usó, a partir del 20 de febrero

Al partir del día 20 de este mes, tendremos en la calle ‘Orgullo travestido’, la fascinante radiografía que Juan Carlos Usó ha hecho de la disidencia sexual en la España de las primeras décadas del siglo XX, a propósito de la vida de Egmont de Bries, astro de la escena transformista del momento.

La vida del transformista Egmont de Bries se desarrolla en un país y una época en donde la heteronormatividad estaba sancionada por ley como único modelo social válido, lo que da pie a reflexionar acerca del pasado, presente y futuro de la identidad y la condición de género.

De Bries, cuyo nombre real era Asensio Marsal, “falleció tristemente, fané y descangayado”, en palabras del escritor Álvaro Retana, en Barcelona durante la guerra civil española. Famosisímo en su época, De Bries murió dentro de las más lastimosa vulgaridad, atendido por caritativos amigos de última hora.

El libro está ilustrado con 80 imágenes de gran valor documental, en numerosos casos de sorprendente belleza.

Juan Carlos Usó Arnal (Nules, 1959) es licenciado en Historia Contemporánea, doctor en Sociología y bibliotecario. Autor de varios libros: ‘Drogas y cultura de masas. España 1855-1995’ (Madrid, Taurus, 1996), ‘Spanish trip. La aventura psiquedélica en España’ (Barcelona, La Liebre de Marzo, 2001), ‘Píldoras de realidad’ (Madrid, Amargord, 2012) y ‘¿Nos matan con heroína? Sobre la intoxicación farmacológica como arma de Estado’ (Bilbao, Libros Crudos, 2015); también ha colaborado en numerosas publicaciones periódicas.

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‘La caja verde de Duchamp’, en la revista Mercurio

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‘La caja verde de Duchamp’, de Antonio Orihuela recibe una crítica elogiosa en la revista Mercurio: “La caja verde es el álbum de ese ajedrez de imágenes, de miradas, de preguntas al arte y a las sombras que son metáforas entre las que se ocultan los artistas. Una pequeña cámara a modo de laberinto que ofrece una deliciosa aventura del conocimiento y del juego.”

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