Se buscan lectores. Autores hay de sobra; editores, también; libreros hay bastantes, pero van menguando; lo que cada vez cuesta más encontrar es un lector, uno de los productos más sofisticados que nuestra civilización ha producido. Un lector tarda lustros en formarse, carretadas de esfuerzo, dedicación y dinero. Por eso cada vez que un lector compra un libro, y sobre todo si es nuestro, unas campanitas suenan en el cielo. Entonces sabemos que un ángel ha recuperado sus alas.