Francisco Taboada (Bilbao, 1957) es escritor y pedagogo, pero sobre todo lector, que es el auténtico oficio de aquellos que algún día quieren escribir y obtener el beneficio de la atención de otros como ellos. Así que Taboada es un escritor que lee o, mejor dicho, un lector que escribe. También ha sido profesor de Didáctica del Pensamiento en la Universidad del País Vasco; y, vamos sacando los dedos para enumerar como en los viejos tiempo, albañil, viajante de comercio, encuestador, librero, restaurador de muebles, barman, cuidador de ancianos… una experiencia laboral variopinta que refleja con humor en su obra literaria, porque Francisco Taboada no es un novel en esto de escribir. A lo largo de los años ha sido autor de los libros de poemas: Garbanzos (1979), Palabras dactilares (2011) y Frontera de carne (2015); de la obra de teatro El Maestro (2012); y de las novelas: Memorias de Yoser Pez (2006), La cosecha (2012), El pozo séptico (2015) y ‘Gerónimo de los paracaidistas’ (El Desvelo Ediciones, 2019). Ahora, con más lecturas a cuestas, vuelve a reincidir con esta editorial con los relatos de ‘Entre la multitud y el agua’.
Dicho llanamente, estamos ante un libro de tipo literario, más concretamente de narrativa, más concretamente de relatos y relatos de recorrido medio entre la ‘nouvelle’ y la novela corta. Esto es lo que podría decir el DNI del libro, junto con datos sueltos como el precio, las dimensiones o la calidad del papel. Pero van a permitirme que, antes de decirles de qué van realmente los cinco relatos de ‘Entre la multitud y el agua’ me explaye en una cuestión.
Francisco Taboada, como les comentaba previamente, fue lector antes que escritor. Él tiene la suerte o el mérito de poder disponer de su tiempo libremente y lo destina a actividades que la mayor parte de la población consideraría superfluas, pero son las que permanecen con el tiempo y en las que se fijan nuestros descendientes a la hora de hablar de nuestra época. Paco dedica su tiempo a leer, queda dicho, a hacer esculturas, a escribir y de vez en cuando cae algún viaje y algún libro.
Este ‘Entre la multitud y el agua’, que recoge en su título un bello verso de Paul Valery (“Ojalá no hubiera experimentado en tan alto grado la soledad, entreverada de orgullo y angustia; aquella percepción oscura y extraña del riesgo de soñar entre la multitud y el agua”) es un buen ejemplo de la metamorfosis de lector en autor. Dicho con otras palabras, de cómo una persona recibe un impulso irrefrenable por contar, por comunicarse, por transmitir sentimientos, conceptos, certezas, incertidumbres… todo aquello que puja por salir de nosotros, del mismo modo que nuestro cerebro es una esponja ávida de atrapar sentimientos, conceptos, certezas, incertidumbres, relatos, poesía, lo que sea.
Esta ‘programación’ del ser humano para contar y ser contada tiene una raíz evolutiva anclada en nuestro cerebro. La narración es una necesidad/facultad resultado de milenios de evolución y, como es bien sabido,todo aquello que no es útil para la supervivencia es desechado por nuestro cerebro. Entonces, ¿por qué contar y ser contado es útil para nuestra supervivencia? ¿Es tan caprichoso como parece el afán, un punto pretencioso, del escritor por contar y que los demás le prestemos atención? ¿O hay un poso necesario para seguir vivos en las enseñanzas y lecturas de un escritor?
No sé si Francisco Taboada se pone en modo tan prosopopéyico cuando decide coger el lápiz, la pluma o lo que sea para escribir o simplemente se pone a ello y, sin más, escribe. Pero algo hay en la escritura que nos es necesario. Aparte del placer y la belleza, cosas interesantes pero prescindibles a la hora de vivir, hay en los relatos, ciertamente; en la narrativa, ya sea ante el resplandor de un fuego en un campamento de cazadores-recolectores de hace 10.000 años o al cálido abrigo de la manta mientras se lee en invierno en la butaca, hay también, ya digo, un aprendizaje que nos es necesario. Tal vez sea ese el conocimiento que intuitivamente Paco y tantos otros nos intentan legar con su trabajo.
¿Enseñanzas? ¿Qué me va a enseñar el arte a mí? ¿Qué me resultará útil de este escritor?
Nadie viene enseñado al mundo, pero la narración, los cuentos, nos permiten acortar el camino a la hora de adquirir experiencia. En cierto modo sí es cierto que uno puede acudir a un centro comercial y comprar un kilo de experiencia en los términos que un consumidor quiera. Cámbiese ‘centro comercial’ por ‘libro’ y se obtiene lo que pretendo decir: experiencia encuadernada. Cuando leemos, cuando vamos al cine, cuando escuchamos a nuestro cantante preferido, no solo le damos fuerte a la dopamina que nos proporciona la belleza y el ingenio, con emociones tan fuertes y auténticas como si pertenecieran a la vida real, sino que también aprendemos. Ahora sería irrisorio planteárselo, pero ¿cuántos adolescentes aprendieron a besar en el cine? ¿Cuántos hombres y mujeres aprendieron a manejar la situación del cortejo viendo cortejar a Clark Gable, Vivian Leigh o Jack Lemmon? ¿Cuántos aprendieron lo que es la gran ciudad sin haber pisado una? ¿No hemos aprendido por otros a cómo reaccionar ante situaciones que pueda plantearnos la vida? ¿No es esa la cualidad de nuestra fascinación e interés por seguir leyendo: adquirir el conocimiento de cómo salir de apuros? ¿No somos más sabios, en definitiva, cuando cerramos un libro?
Francisco Taboada afirma y tiene escrito que necesitaba contar estos cinco relatos de ‘Entre la multitud y el agua’. ¿Por qué? ¿Qué necesidad casi fisiológica tiene de contar, de poner por escrito? ¿Acaso no seguiría su vida un curso similar si no lo hiciera? ¿Se le caería el pelo, iría a la cárcel, sufriría mil y un tormentos si arrinconara los útiles de escribir y prefiriera pasear o ver la tele?
Y sin embargo, escribe.
Pues algo debe haber cuando una persona dedica horas, días, semanas, meses, años de su vida a esto de escribir. Hay algo obsesivo en ello, fácil es deducirlo, que se sitúa entre el orgullo y la necesidad de comunicarse.
Creo que el acto de escribir es un acto de generosidad del escritor, por más que haya escritos que caritativamente merecieran ser enterrados. Del mismo modo que el escritor es generoso, el lector también lo es. Dedica su tiempo a otros. Quiero pensar que en un mundo ideal acosado por la amenaza atómica o pandémica solo sobrevivan los que han leído, que todos esos héroes mazados y tan seguros de sí mismo serán derribados en los primeros momentos y que solo el lector curioso tenga las habilidades necesarias para sobrevivir a los vientos furiosos del Apocalipsis. Pero sin ir tan lejos, la literatura da a quien tiene la generosidad de acercársele las herramientas para vivir y soportar los avatares de la vida. Piensen en la soledad. Todos sabemos lo que es, pero no sabemos adquirir las dosis justa para alcanzar un equilibrio ideal, sin el cual vivir es algo insoportable tanto por soledad extrema como por gregarismo extremo.
Sí, este libro contiene la soledad; y su autor da cinco claves que no ha podido evitar contar.
De lo innombrado, que no inefable
Hay una palabra hermosísima en castellano que es inefable, que significa aquella emoción que no puede ser expresada con palabras. No tiene nada que ver con aquello que no queremos mencionar por superstición o miedo. Por ejemplo, la muerte. Por ejemplo, la soledad. La soledad es un tabú en nuestra sociedad, en donde las dinámicas de grupo son norma de obligatorio cumplimiento, lo que no quiere decir que la emoción, a veces placentera, a veces desesperante, de la soledad sea inefable.
Francisco Taboada, aparte del oficio y la pulsión de narrar, también tiene el talento de convertir lo que es en apariencia inefable en algo decible, y también el atrevimiento de romper el tabú y dedicar cinco relatos de largo recorrido a la soledad, una experiencia por la que la mayor parte del público no estaría dispuesta a hacer cola por contemplar.
No hay nada tan peligroso y perturbador como la soledad. Puede ser un premio o un castigo, un bálsamo o un perro rabioso, algo deseado o repudiado, un síntoma de locura o de evidente cordura, la prueba del éxito o la manifestación de una derrota, sea lo que sea que consideremos éxito o derrota, términos en ocasiones intercambiables. Por eso, los cinco relatos largos de este libro presentan la soledad como una enorme paradoja, el grial luminoso y oscuro que buscamos con la esperanza o la frustración de no encontrarlo jamás.
Es imposible estar solo, parece decirnos Paco Taboada, porque nuestro cerebro necesita para estar tranquilo sentirse integrado en la sociedad y que el fluido de nuestro pensamiento lleno de palabras se coordine con ella, contenga la multitud. al menos en su formulación más prístina: el propio lenguaje.
Pero, por otro lado, Taboada nos deja el mensaje embotellado en forma de libro de que la conquista de la soledad es necesaria para que exista la persona individualizada del grupo, no devorada y anulada por el conjunto. Soledad y alienación ahora parecen socios de toda la vida.
Así lo comprenden los protagonistas del primer relato, Las hojas más duras, blancas y brillantes, donde una chica y un chico que crecen juntos utilizan a sus perros como talismán para defenderse de una realidad cada vez más abducida por las redes sociales.
Y como el propio autor explica este relato y los que acompañan vienen de una experiencia directa, enquistada en la memoria, que no hay más remedio que exorcizar con palabras. “Así es como estos cinco relatos llegaron hasta mí”, dice. Pero no hay que engañarse, no se trata de autoficción. Porque las historias tienen anclajes en la realidad, pero su desarrollo es totalmente ficticio, especulativo. En cierto modo, Paco lo que hace escribiendo es llenar con ficción los intersticios dejados por la experiencia, porque como todos sabemos, la vida por lo general es avara e insuficiente, muchas veces imperfecta y rara vez nos da toda la información, ni mucho menos proporciona la claves.
Tengo que contar/leer estas historias
En ‘Las hojas más duras, blancas y brillantes, Taboada tiene una tentación de contar una historia o completarla. ¿Qué historia? El mismo relata su origen: “Mientras yo me adiestraba en el alzamiento de peonza hasta el cuenco de la mano o jugaba con los chicos del barrio al escondite, lo veía salir al atardecer acompañado de su hermoso perro en dirección opuesta a la nuestra, hacia el parque, y me preguntaba cómo podía soportar su soledad aquel chico esmirriado, el número uno de la clase, exento de gimnasia porque era asmático grave, aunque tenía novia desde crío, una chica bajita y saltarina con quien se disputaba todos los años el récord de Matrículas de Honor del colegio, pero un verano desapareció repentinamente y de entrada pensé que su familia se había cambiado de casa. Siempre quise contar esta historia”.
En el relato que da título al libro, ‘Entre la multitud y el agua’, una hippie desengañada se reintegra a la sociedad fabricando un perfil falso que oculta su vacío interior. Pero, ¿cuál es su origen? “Como estaba tan enamorado de aquella chica, iba con frecuencia al cuarto de mi hermana para mirar la foto enmarcada de su grupo de amigas, donde destacaba ella, alta, perfecta, con su deslumbrante cabellera rubia rizada, vestida como las otras con un traje de vaquera en postura desafiante, y con el paso de los años a la menor oportunidad preguntaba qué era de su vida, por dónde andaba, porque lo había dejado todo y se había convertido en hippie, trotamundos, aventurera, así que cuando una década después mi hermana me dijo que ella había regresado, que parecía una vieja desilusionada, me limité a cabecear igual que un perro bobo en la trasera de un coche. Siempre quise contar esta historia”.
En el tercero, Escaparate, una pareja es contratada por unos grandes almacenes para mostrar durante un año su intimidad a una clientela ordinaria. Pero, ¿cuál es su origen? “Regresaba con mi prima cogida de ganchete después de una boda familiar cuando al torcer hacia la Gran Vía vimos en el escaparate de unos grandes almacenes a una mujer dando los últimos retoques a un maniquí con vestido de novia, y comenté que sería interesante que te contrataran para casarte allí, con público en el exterior, y que después tuvieras que hacer tu vida diaria a la vista de todos durante digamos un año entero, pero mi prima dijo que no haría eso ni aunque le pagaran su peso en oro, a lo que yo repliqué que lo decía porque estaba delgada pero que se imaginara gorda, ¿cómo de gorda?, cien kilos, vaya, eso es mucho oro, primo, da que pensar, pero solo funcionaría en un relato de los tuyos, deberías escribirlo. Siempre quise contar esta historia”.
La cuarta historia, El Laboratorio, retrocede en el tiempo para encontrar el origen turbio de la demolición de un grupo de amigos. Pero, ¿cuál es su origen? “Cuando estaba a punto de cerrar el pub, llegaba aquel grupo de ejecutivos elegantes, con sus corbatas primorosas y sus zapatos italianos, preguntando con sorna si tenía Dom Pérignon o al menos Moët, chaval, que no tienes de nada, para a continuación pedir cinco whiskis del más caro, en vaso ancho, sin hielo, y mientras les servía comentaban las proezas sexuales de esa noche, eran puteros de lujo y presumían de tirarse a todo lo que se contoneaba a su alcance, pero una noche vinieron más cargados de la cuenta y cuando yo estaba en el almacén uno dijo algo de una chica y los demás le mandaron callar de inmediato, luego guardaron un silencio doloroso, dejaron la bebida a medias y sobre la barra el doble de la exorbitante propina acostumbrada. Siempre quise contar esta historia”.
Por último, La casa sosegada presenta a un matrimonio de profesores acomodados que se embarca en un experimento arriesgado y extravagante para conservar su insatisfactorio estilo de vida. Pero, ¿cuál es su origen? ”Me gusta la poesía de mi amigo, es recia, profunda, elevada, merece los mejores calificativos, además él tiene un doctorado cum laude, unos conocimientos enciclopédicos, una cultura exquisita y ejerce como profesor de literatura española en la facultad de filología desde hace una década, de modo que a su mujer y al librero y a mí nos llamó la atención que solo nosotros cuatro estuviéramos en la presentación de su noveno libro, no acudieron ni sus alumnos, estaba consternado, así que nos fuimos a su casa y de puro rencor nos bebimos una botella grande de agua con gas, no le pusimos ni rodaja de limón, entonces él señaló con amargura a su jardín y dijo: Si mañana me encierro en una caseta de Leroy Merlin y escribo de nuevo el Cántico Espiritual, seguro que vendo cien mil ejemplares, y le dimos la razón, nos echamos a reír y descorchamos el champán. Siempre quise contar esta historia”.
Aquí tenemos cinco relatos y cinco orígenes, cinco visiones diferentes de un mismo problema, la hostilidad de un mundo en decadencia que arrastra hacia el abismo al individuo, indefenso y carente de voluntad. Es preciso resistirse, la soledad es una consecuencia, pero también un recurso para supervivientes. Y Francisco Taboada lo expresa con una versatilidad de estilos e historias: desde el lirismo del primer relato, hasta la brutalidad del cuarto, pasando por el surrealismo de ‘Escaparate’ y ‘La casa sosegada’, y el humor irónico de ‘Entre la multitud y el agua’. Los hay más dialogados y los hay más como torrenteras de palabras que anegan al lector, pero siempre, siempre, con una prosa efectiva, funcional, que va paso a paso, en una secuencia de lógica implacable, contando esa historia que siempre quiso contar y que ahora cuenta. Hay mucha vida, muchas experiencias, muchos libros y mucha buena escritura en esta selección de relatos.
El posible lector ha de decdir ahora si esto puede servirle de provecho o no.
Javier Fernández Rubio. Presentación de ‘Entre la multitud y el agua’.