
Mujeres que caminan sobre hielo, Gloria Ruiz
Editorial: El Desvelo ediciones (2014)
Páginas: 125
Fidel llega al pueblo, después de muchos años de ausencia. Eve y Maru, amigas íntimas de Julia, se encargan de comunicárselo a esta, la más interesada en la noticia, pues no se les escapa la verdadera naturaleza de su relación anterior y la importancia que tendrá para ella la presencia de Fidel, de nuevo, en la aldea. La vida de Julia, hasta entonces navegando en el lago de los recuerdos, casi detenida, se verá inmersa en un mar de indecisiones. Tiene mucho que comunicar a Fidel pero no sabe cómo, ni siquiera si debe hacerlo. Sus amigas estarán a su lado en todo momento, como lo ha estado siempre Casimira, desde aquel día en que su familia tuvo que emigrar para salvar la vida. A partir de ese momento, se abrirán las compuertas para que el torrente de acontecimientos se precipite a lo largo de la novela en las ciento veinticinco páginas que ha empleado la autora para contar esta historia.
Con la justificación de la relación personal entre Fidel y Julia, Gloria Ruiz plasma una panorámica de las complicadas vidas de algunas personas pertenecientes al bando de los vencidos en la durísima posguerra española. La pluma de la autora ha perfilado los personajes principales con especial cariño, y eso se nota desde las primeras páginas del texto.
A la autora le interesa más poner nombre a los hechos principales que ahondar en las tramas secundarias. Esta circunstancia quizá le reste profundidad a la historia, pero beneficia a la eficacia del interés que ha declarado públicamente en diversas ocasiones de ser, en cierta forma, garante de unos sentimientos compartidos, de hacer que unos años de la historia de España no se olviden, de darle voz, en definitiva, según sus propias palabras, a quien no la ha tenido durante demasiado tiempo.
El lector cuenta con un narrador en tercera persona omnisciente selectivo que le va a acompañar a través de una trama sencilla y con un ritmo narrativo bien organizado, en el que los acontecimientos se van sucediendo casi sin descanso, dado que se trata de una novela corta en la que se cuentan muchas historias. El espacio y el tiempo narrativo son los habituales en la narrativa de Gloria Ruiz, un pueblo del norte de España durante la posguerra, pero yo destacaría como elemento diferenciador de esta obra, y muy positivo, un cambio de perspectiva. En sus anteriores novelas el tono era pesimista, los personajes se veían sometidos a una aplastante fuerza incapacitadora. En esta novela ese tono se ha vuelto más positivo, más relajado. Si bien los contratiempos son similares, todos ellos terribles e injustos, las vidas contadas en la historia igual de cercenadas, hay un cambio sustancial en el alcance final. Los personajes de esta novela ya no se someten silenciosamente al aniquilamiento metódico de su ánimo, sino que van a intentar solventar sus vidas de forma eficaz para ellos. En Mujeres que caminan sobre hielo hay futuro, hay esperanza, hay mucho amor y una gran loa a la amistad, verdaderos motores de la historia.
Y no quiero dejar de comentar que la novela está dedicada a María Esther García Díaz, fallecida hace poco más de un año, amiga personal de la autora. Sin embargo, el tributo va mucho más allá de la dedicatoria. Invito a los lectores a descubrir en el propio texto un bellísimo homenaje a la gran amiga, por supuesto, debidamente ficcionalizado.
Santos Doval Vega
El pie de la foto adjunta: Gloria Ruiz en su casa de Casar de Periedo/Santos Doval