Hasta ahora he hablado solamente de aquellas mujeres cuyos padres proveerán para su futuro. Pero muchas de las que han recibido una buena educación —o al menos una refinada— no reciben ninguna fortuna y, a menos que carezcan totalmente de delicadeza, deben con frecuencia quedar solteras.
Son pocas las maneras de ganarse el sustento y todas son muy humillantes. Quizá ser la humilde compañera de alguna prima rica ya mayor o, aún peor, vivir con extraños que sean tan intolerablemente tiranos que no puedan soportar vivir con ellos ni siquiera sus propios familiares, incluso esperando a cambio una fortuna. Resulta imposible enumerar las muchas horas de angustia que debe de padecer esta persona. Por encima de los criados y, sin embargo, considerada por ellos una espía; y con el recuerdo constante de su inferioridad en las conversaciones con sus superiores. Si no se rebaja a los halagos, no tiene ninguna posibilidad de ser la favorita; y si alguna visita se percatara de ella y ella, por un momento, olvidara su condición subordinada, es seguro que se le recordará.
Al ser tan consciente de la falta de amabilidad, es sensible a todo, y llegan a ella muchos sarcasmos que quizás iban en otra dirección. Está sola, privada de igualdad y confianza, y la ansiedad contenida daña su constitución, ya que debe mostrar un rostro animado o será despedida. Depender del capricho de un semejante, aunque es ciertamente muy necesario en esta situación de disciplina, no deja de ser un correctivo muy severo que desearíamos evitar.
Un profesor de escuela es tan sólo una especie de criado superior que tiene más trabajo que los criados de menor categoría.
Ser institutriz de jóvenes señoritas resulta igualmente desagradable. Es altamente improbable dar con una madre razonable, y si ésta no lo es, no dejará de criticar para demostrar que no es ignorante, se mostrará molesta si las alumnas no mejoran y enfadada si se aplican los métodos adecuados para que así sea. Los niños las tratan de forma irreverente y a menudo insolente. Mientras tanto, pasa el tiempo y, con él, los ánimos; y cuando la juventud y los años de genio han pasado, no les queda nada de lo que subsistir; o quizá, en alguna extraordinaria ocasión, puede que se les conceda una pequeña asignación, lo que se considera una gran obra de caridad.
Los pocos oficios que quedan están recayendo paulatinamente en manos de hombres y, ciertamente, no son muy respetables.
De ‘La educación de las hijas’. Traducción: Cristina López.
