LITERATURA.-José Ramón San Juan Escritor
«La vida cotidiana está llena de irrelevancias dramáticas»
Diario Montañés 19.03.11
Foto: Javier Cotera
«Habitamos una aldea gigantesca ansiosa de fagocitar la privacidad ajena y capaz de generar ‘cuentahistorias’ más o menos impresentables»
«Un relato es u na pirámide o un cubo, mientras que una novela es un octaedro, siempre una construcción más compleja
José Ramón San Juan (Santander, 1946) ha ejercido el periodismo durante más de cuatro décadas. La poesía, la música, la narrativa han sido compañeros permanentes, colaterales y cómplices, de ese viaje con un billete común: contar historias. Mientras prepara la aparición de su segundo trabajo como cantautor, la editorial cántabra El Desvelo publica su primer libro, ‘Un fracaso ineludible y otros relatos’. La obra será presentada hoy en la Biblioteca Central a las sie te de la tarde.
-El libro rezum a o desprende la idea de que vivir ya es un fracaso. ¿La literatura sirve para tener conciencia de ello?
-Espero que no sea cierto que la idea que se desprende sea esa. Sin ser precisamente un optimista, no creo que vivir sea un fracaso. Sí creo, sin embargo, que no hay una sola vida humana sin experiencia del fracaso, aunque quien lo experimenta no lo reconozca como tal. Renunciar es un fracaso y todos renunciamos en algún momento a algo, incluso a intentarlo. Si evocamos los sueños, ambiciones y esperanzas de la primera juventud y los contrastamos con las evidencias de la edad madura es patente. Eso que llaman ‘madurar’ consiste de hecho en la amputación de expectativas. En cuanto a la literatura, no creo que juegue un papel especial en la toma de conciencia de esa realidad.
-¿Cómo define estas historias y qué identidad literaria las une?
-El elemento común a todas ellas es la desolación de sus personajes, seres comunes y corrientes cuya inercia vital es rota en cada una de las historias por un incidente de apariencia insignificante que les fuerza o impulsa a manifestar lo esencial de su humanidad y a reaccionar en ocasiones más allá de lo previsible y de sus propios propósitos. Cada uno de los relatos ha exigido planteamientos estilísticos y estructurales diferentes, al servicio de la mayor eficacia narrativa posible: lograr que el lector encuentre en cada párrafo una invitación casi imperiosa a continuar la lectura.
-¿Escribir es hoy, sobre todo, un acto de resistencia?
– Si declarar la propia existencia y reclamar la atención de los otros es resistir, supongo que sí. A estas alturas de la historia toda ocupación que no sea embrutecerse ante el televisor, convertirse en un ‘trabajólico’ o ser un comprador compulsivo podría ser considerado como un acto de resistencia. Así de barato está el concepto de resistencia, reducido a la no complicidad.
-¿No se planteó llegar a convertir en una novela algunos de los cuentos que forman parte de este volumen?
– No, porque mi propósito era escribir relatos. Considero que una novela es el arte mayor de la narrativa, una construcción más compleja y amplia que la habitual en el relato. Digamos que, en términos geométricos, un relato es una pirámide o un cubo, mientras una novela, cuando menos, es un octaedro. Dada mi forma de escribir los relatos, dejando que los hechos fluyan y concediendo autonomía a los personajes, podría ocurrir que algún día, creyendo escribir uno más, descubra de pronto que tengo entre manos una novela, pero lo dudo mucho.
-Se habla mucho de este género como si respondiera a una fórmula (Quiroga…). ¿Cree que está más sujeto que otros?
-Muy al contrario, creo que el relato puede ser libérrimo, tanto o más que cualquier otro género. Personalmente nunca he creído en cánones o en fórmulas. No dudo que los ‘santos mandamientos de Quiroga’ o de cualquier otro puedan ser de utilidad para alguien, pero sí dudo que atendiéndolos de un modo fiel y exclusivo se pueda llegar muy lejos. El siglo XX acabó con la mayoría de esas convenciones y declaró la libertad omnímoda del artista. Mal andamos si regresamos a los conceptos normativos y a las ortodoxias. Sólo hay un límite para la literatura, uno tan obvio como es la inteligibilidad.
-Su pasado como periodista, ¿lastra de alguna manera su presente de cuentista o, por el contrario, le da otras alas?
-La escritura periodística y la literaria no tienen nada en común y no puedo planteármelas del mismo modo. Al escribir relatos tengo que renunciar a mi tendencia a conceptualizar, pero no sé si esa tendencia se la debo al periodismo o a una inclinación natural, aunque me inclino más por esta última opción. La aportación positiva de la práctica periodística viene dada más a nivel humano, en la medida que propicia un conocimiento más extenso y profundo de la realidad, que a nivel técnico, donde sólo destacaría la utilidad puntual de la capacidad de síntesis que el periodismo exige.
-Tras su larga e intensa experiencia como periodista, ¿qué ha supuesto reencontrares con la escritura sin estar mediatizado por la actualidad, el espacio o el tiempo?
-Simplemente una liberación estrictamente necesaria. Si sumo los tiempos resultan más de cuarenta años de relación con el periodismo y ésta es una profesión muy absorbente, que coexiste difícilmente con otras formas de expresión o comunicación. Apenas inicié mi retiro fue como si se abriera la esclusa de un canal represado y, para mi sorpresa, lo primero que fluyó fue poesía, algo que había abandonado hace bastante tiempo. Luego, una vez definida la fecha de publicación, me concentré en este libro, semipactado con ‘El Desvelo’ antes de mi retiro profesional, cuando sólo uno de los relatos estaba terminado. También ha aumentado mi participación en Internet, aunque la atención que prestaba a mis blogs ha decaído a favor de las redes sociales, cosa que me propongo corregir.
-¿Comparte la idea de Paul Auster de que la realidad no existe si no hay imaginación para verla?
– Absolutamente. Lo evidente no es la realidad, toda la realidad. Con frecuencia es sólo un indicio, una de las dimensiones -la más superficial- de ella.
-¿Teme que el libro, tal como lo conocemos hoy, pueda llegar a desaparecer?
– Esa idea no me produce ningún temor. Tanto en el caso de la prensa como en el del libro la desaparición de sus soportes tradicionales no amenaza ni al periodismo ni a la literatura, cuya desaparición sí que sería temible. Es sólo una consecuencia del progreso tecnológico que aumentará el espacio disponible en nuestras casas, salvará innumerables árboles y mejorará nuestra atmósfera viciada.
-A su juicio, ¿hoy existe más necesidad que nunca de contar y de que nos cuenten historias?
-Si juzgamos por los contenidos televisivos parece evidente. Habitamos una aldea gigantesca ansiosa de fagocitar la privacidad ajena y capaz de generar ‘cuentahistorias’ más o menos impresentables. En otros ámbitos no percibo que esa necesidad sea superior a la de otras épocas.
-¿Qué opinión le merece la vida cultural de la ciudad y, en particular, del ámbito literario?
-En términos generales, creo que ha mejorado sensiblemente en los últimos tiempos. Hay más actividad, más variada, más contemporánea y menos clasista. En el terreno específicamente literario también se registra mayor ebullición y ésta va siendo correspondida, lentamente, por el interés del público, lo cual es tan alentador como imprescindible.
-Transmite la sensación de que los pequeños detalles, los incidentes menores desencadenan grandes historias…
-No tiene que ser necesariamente así, pero así es en este libro, que, por otra parte, no contiene grandes historias. La vida cotidiana está llena hoy en día de irrelevancias potencialmente dramáticas que les suceden a personajes también aparentemente irrelevantes. Ese aspecto de la realidad me interesa mucho, ese intento de captar los innumerables rostros de la desolación.
-¿La música, muy unida a su vida, influye en su escritura?
-Si lo hace no soy consciente de ello. Lo cierto es que sí está presente, por mera alusión, en varios de los relatos. La influencia de la música, concretamente la del el ‘jazz’, seguramente sí incide sobre mi escritura poética, pero en mi narrativa creo que sólo es una referencia puntual.
-Hábleme de su disco…
– La concepción de ‘Nación humana’ es similar a la de ‘Tierra de nadie’ (anterior trabajo), con una mezcla de temas digamos que ‘afectivos’ y otros con mayor componente social o político. Algunas de las canciones hace diez años podrían considerarse proféticas. Hoy, cuando las consecuencias de la globalización y de la orgía financiera han dado sus lamentables frutos quizás suenen incluso oportunistas.