
En la urbanización, el verano suponía encomendarse a todo lo que existía en la naturaleza, a todo lo que procedía directamente de ella y a cosas que habían derivado de su bondad por vías más tortuosas.
Al verlos alejándose, mezclados con otros niños, a medida que aumentaban su distancia, me costaba comprender cómo mis hijos podían parecerme tan impropios. La imagen rara de unos niños pequeños dejando un hogar cómodo y seguro, diluyéndose en la compañía de sus amigos. Mi extrañeza al comprobar que ya eran otras personas, individuos ajenos en los que bullía la vida sin que yo tuviera que alentarla, con una capacidad clara para la escisión.
Los rosales que había imaginado bordeando el césped no han crecido demasiado. La sequedad del clima consiente pocas especies de plantas y el césped se agosta en cuanto no se riega un par de días. Mis hijos son seres humanos diferenciados y yo tengo que hacer un esfuerzo más grande del que había previsto para sostener el verdor debido en torno al chalet.
Después de entregarles a su grupo de amigos, vuelvo a sentir los espejos de la casa. ¿En qué momento del día se riegan los rosales? Vuelvo a mirarme en ellos con atención. Dedicando a mi reflejo un tiempo que normalmente ocupan otras personas.
Hay horas en las que apenas se oye nada afuera y empiezo a derivar placer de exactitudes absurdas. Mido con la vista una de las columnas de la valla de los vecinos, un poco más baja que las demás. Desde la ventana de la cocina, mi punto de observación, dibujo la trayectoria que seguirán las madreselvas que han empezado a extender sus tentáculos sobre la valla, son algo más benévolas que las arizónicas de la parcela contigua. Sus ramas aguzadas crecerán de modo incontrolado y quienes las han plantado lo lamentarán. Nada de lo que es nuevo me resulta apacible todavía.
Debo recordar que el mal casi nunca proviene de donde se espera. El mal siempre es otra cosa y la naturaleza tiene sus propios mecanismos, una inercia natural hacia la vida que imanta todo lo viviente con lo viviente, que atrae su propia continuidad. Lo vivo tiende a perdurar de forma inconsciente y automática.
Junio ya ha solidificado el color del cielo. Los coches pasan a poca velocidad pero sigo sin distinguir quiénes viajan dentro. Me gustaría conocer a esas personas. Pasan el verano a poca distancia de aquí, han construido casas que son similares entre ellas pero también diferentes, casas edificadas cerca de mi casa, en un radio que puede recorrerse a pie en menos de una hora.
Patricia Rodríguez. Pinar, piscina, plenilunio