Sempronio fue el primero en entrar en la sala. Todo estaba negro, pero Calias llevaba una pequeña lámpara bajo su túnica.
—Esto –murmuró– se parece bastante a nuestra vieja aventura del laberinto, pero siento cierta curiosidad por ver cómo vuestro etíope, el maestro de la magia, controlará a sus demonios.
Mientras hablaba, una pequeña llama de color azul pálido subió y se detuvo en el centro del techo. Vieron entonces que se encontraban en una enorme sala de forma circular. A su lado podían oírse sonidos instrumentales con un efecto muy suave que parecían salir del fondo de la tierra, bajo sus pies. Ante ellos surgió rápidamente una niebla que flotaba de derecha a izquierda sobre las paredes de la estancia y, finalmente, se detuvo sobre sus cabezas. Una voz que parecía provenir de en medio de la nube les preguntó qué era lo que más deseaban ver.
—¡Por todo el Olimpo! ¡Mi cena! –exclamó Calias con una carcajada. Un trueno ensordecedor indicó que había enfadado al Espíritu, y la luz se apagó al instante.
La voz repitió la pregunta. Sempronio pronunció, temblando: «¡La sacerdotisa de Éfeso!».
El joven hechicero, Charles Baudelaire