Andrea y Tomás nos hace llegar desde argentina esta miniatura preciosa con textos de William Morris sobre las artes que reconcilian al hombre con su naturaleza. Tomás García Lavín tradujo la recopilación de textos ‘A pesar de los estragos del tiempo’ y Andrea Constanza Ferrari se encargó de la edición literaria.
El nombre de la enfermedad que padece el mundo civilizado es la Pobreza. (…) Somos muy pobres como para tener campos verdes placenteros y páramos atravesados por la brisa, en lugar de los horrorosos desiertos que nos circundan aquí; somos demasiado pobres como para tener ciudades planeadas racional y adecuadamente, con casas hermosas preparadas para que hombres honestos las habiten; somos muy pobres para prevenir que nuestros niños crezcan en la ignorancia; muy pobres para derribar prisiones y hospicios para reemplazarlos por bellos salones y lugares públicos destinados al placer de los ciudadanos; muy pobres, sobre todo, para darle a cada persona la oportunidad de hacer lo que sepa realizar mejor, y por lo tanto, para que pueda disfrutar del placer de hacerlo. ¡Qué digo! Somos demasiado pobres para apaciguar nuestro medio, y poner fin a la guerra entre ricos y pobres, entre los poseedores de todo y los carentes de todo.
William Morris, A pesar de los estragos del tiempo.
Ya tenemos disponible en #ebook esta preciosidad de William Morris, #apesardelosestragosdeltiempo, una compilación de escritos sobre #libros #industrialismo y #medioambiente, que fue editada por Andrea Constanza Ferrari y traducida por Tomás García Lavín.
Disponible en las principales librerías, plataformas de venta online, de lectura y ebiblios.
We already have available in #ebook this preciousness by William Morris, #apesardelosestragosdeltiempo, a compilation of writings on #books #industrialism and #environment, which was edited by Andrea Constanza Ferrari and translated by Tomás García Lavín.
Available in the main bookstores, online sales platforms, reading and elibrary.
Quiero ser feliz y, a veces, hallarme exultante; me cuesta creer que esto no sea un anhelo universal.
William Morris. Los propósitos del arte.
I.
El valor que tiene la obra de William Morris (1834-1896) para la historia del arte hace que cualquier intento de describirlo pueda parecer sesgado e incompleto. A su vez, el interés que tiene su historia personal, especialmente como ejemplo de coherencia en la búsqueda de una vida más justa y más placentera para todos, puede ser comprendido con una facilidad relativamente mayor que su legado a la llamada alta cultura; basta con leer sus textos relativos a la sociedad con la suficiente atención, para encontrar en ellos múltiples ideas para vivir mejor. Las cuales, en su totalidad, tienden a promover el disfrute del hombre en todo momento: tanto al realizar su trabajo cotidiano —que debe idealmente ser el que cada uno elija, y no uno impuesto—, como al caminar por una ciudad o por el campo, hasta en el necesario y reiterado acto de comer.
Se podría pensar que sus ideas serían fácilmente compartidas por la mayoría de la gente, que lo que dice es lo que todos queremos. Pero no es tan así. La versión del disfrute que Morris propone supera esencialmente al disfrute considerado desde el punto de vista contemporáneo y —como verán luego— también al de su tiempo. Porque le parece aborrecible que la sociedad les permita a sus miembros tener sólo un momento de ocio cada tanto, que no es más que el maquillaje de una vida monótona, triste, igual a la de todos los demás, porque todos los demás hacen —y dejan de hacer— lo mismo.
Morris, en cambio, recomienda vivir bien, disfrutando, todo lo que se pueda, de la vida. Lo cual, seguramente, sea imposible; pero, si de utopías se tratara, la que consiste en ser feliz siempre parece ser la más conveniente.
Sin embargo, hay mucho por hacer, mucho por cambiar; no es como esos adolescentes eternos —en su versión cínica—, que creen que basta con pasarla bien ellos, si total el mundo no tiene arreglo. No: él propone cambios estructurales, que afectarían al sistema económico y político tal como lo conocemos, porque es, como han explicado numerosos teóricos de antes y después de Morris, garante de una desigualdad social tan exagerada que se caracteriza por la existencia de hombres que esclavizan a otros. Aunque sólo endilgarle culpas a todo un sistema es bastante abstracto: Morris sabe bien que los ricos tienen mucha responsabilidad en la desigualdad, pero también la tiene todo el resto de la sociedad, que siempre, en menor o mayor medida, podrá hacer algo para salir del rebaño que, en teoría, muchos se dicen desesperados por abandonar, pero a la larga, que es toda la vida, prefieren no arriesgar para no perder las migajas de bienestar a las que consideran sus privilegios. Nos referimos a quienes el autor alude en Las artes menores:
«La desesperación de aquellos que no viven demasiado como para hacer algo por sí mismos, y no tienen el coraje ni la previsión suficientes para comenzar a trabajar y poder legar lo hecho a quienes vendrán después».
El saber del pasado persiste en nosotros, ‘a pesar de los estragos del tiempo’. Esta cita de William Morris da título a esta selección de escritos del gran renacentista británico, padre del movimiento ‘Arts & Crafts’, compuesta en dos bloques: SOBRE LIBROS: Comentarios sobre los libros iluminados de la Edad Media. La imprenta con Emery Walker. El libro ideal; y SOBRE ARTES POPULARES: Las artes menores. Improvisación. El arte de la gente. Campo y ciudad. Cómo podría ser una fábrica (I). Cómo podría ser el trabajo en una fábrica (II y III). Siendo escritos ‘técnicos’ sobre las más variadas disciplinas, dan cuenta del amor de Morris por los libros y su elaboración. Aquí está el Morris más batallador e ideológico, en un sentido cultural de la palabra.
Hay otro tipo de entretenimiento provisional, que consiste en hacer un viaje en tren a un lugar para luego volver pronto. Hay dos razones que impulsan a la gente a tal empresa, y una actúa sobre los ricos y otra sobre los pobres. Para los ricos, es difícil mitigar el deseo de estar donde no se encuentran, lo que los lleva a Suiza, al Rin, a Italia y a Jerusalén; y al Polo Norte, y a cualquier parte… La mayoría de esa gente visita los lugares mirándose los bolsillos y, exceptuando que pudieran haber satisfecho su ya mencionada ansia por el movimiento perpetuo, habrían hecho mucho mejor si se hubiesen quedado en casa.
Admito que es diferente el caso de los pobres de las grandes ciudades y distritos fabriles. Sus hogares están tan desprovistos de todo placer sensorial, que bien podrían desear quedarse mirando detenidamente los campos verdes y el sol brillándoles encima, o el viento y la lluvia propagándose sobre ellos. Pienso que ir desde un lugar desagradable y aburrido a uno hermoso, y mirarlo, para luego volver al aburrimiento y la fealdad, no termina siendo otra cosa que un sucedáneo, después de todo. No quiero ver la belleza de la faz de la Tierra una vez por mes, ni una vez por semana, ni una vez al día, sino siempre. No puedo aseverar más que hacerlo una vez por mes sería como cenar con la misma frecuencia. El verdadero placer —que convierte a esta forma de viajar en una imitación— consiste en hacer hermoso y placentero el lugar donde se trabaje y se viva. En consecuencia, se podría estar en casa y disfrutar como se debe, y se podría aprender sobre la fisonomía y la expresión de cada árbol, de cada rama, de cada pequeña extensión y sus hondonadas, hasta que se conviertan en nuestros queridos amigos. Y luego, una y otra vez, se podría ir desde ese hogar amigable a ver las frescas bellezas y maravillas que haya en otro lugares, y de ese modo cargar la mente con recuerdos útiles para los días de calma, siempre con la certeza de que las conocidas e infatigables bellezas de nuestras casas nos recibirán para recobrar el viejo e intacto placer. Así es como digo que debería ser; cuando hayan aprendido a conciencia el motivo de porqué eso no sucede ahora, podrán —lo espero y lo pienso— disponer sus mentes lo antes posible, y actuar en consecuencia.