Ya tenemos en preventa La educación de las hijas, de Mary Wollstonecraft. Esta nueva edición de la obra viene prologada por Amelia Valcárcel, que introduce con maestría y lucidez la vida y el contexto histórico de la mujer a finales del siglo XVIII.
La educación de las hijas es una guía de comportamiento, un texto que aconseja no solo acerca de asuntos morales como la benevolencia, sino también acerca de los relacionados con la etiqueta, como el vestir. Este tipo de escritos era extremadamente popular durante el siglo XVIII, en particular entre la clase media emergente, la cual veía en ellos la forma de desarrollar unas costumbres en la clase media que desafiaran el código de comportamiento aristocrático. Algunos fragmentos, como el de la descripción de Wollstonecraft del sufrimiento de la mujer soltera, apuntan a que la escritora no se contentó con simplemente imitar a otros autores.
La obra, escrita cuando tenía 28 años, es considerada un antecedente de Vindicación de los derechos de la mujer, el clásico por el que es conocida Wollstonecraft.
La educación de las hijas, de Mary Wollstonecraft.
Agotada la edición que dimos a la imprenta 2010, vamos a poner en abril en circulación una segunda edición mejorada de ‘La educación de las hijas’, de Mary Wallstonecraft.
El libro es un antecente claro de uno de los monumentos del protofeminismo, ‘Vindicación de los derechos de la mujer’.
Prologado por Amelia Valcárcel y con traducción de Cristina López González, este opúsculo es una muestra del pensamiento político de una mujer de 27 años que ya ha pasado por numerosos sinsabores en la vida y que pretende instruir a otras mujeres en lo que la vida les pueda ofrece.
El libro fue escrito en los prolegómenos de la Revolución Francesa y en él está el germen de un pensamiento inconformista y contradictorio, en donde una mujer que defendía la racionalidad fue víctima de las pasiones. Sin embargo, su principal aportación fue sentar las bases de la emancipación de la mujer, algo que nunca se le perdonó, sobre todo tras la publicación de sus Memorias, de una gran sinceridad, que su viudo sacó a la luz tras su muerte.
Mary Wollstonecraft
Mary Wollstonecraft fue madre de Mary Shelley, autora de Frankestein o el moderno Prometeo. Casada con uno de los pilares del movimiento anarquista, William Godwin, y suegra del gran poeta romántico Percy B. Shelley, Wollstonecraft murió días después de dar a luz a Mary, de fiebre puerperales.
Cuando su hija acudía a su tumba, lo hacía con un libro que leía sentada en las inmediaciones. Ese libro era ‘La educación de las hijas’.
‘La mujer abolida’ levanta acta del doloroso fracaso del anarco-feminismo en Occidente. Tal derrota tuvo consecuencias catastróficas, entre ellas el espantoso estado de sitio al que se ha visto sometida la sexualidad y la movilización de la mujer como mercancía, corpórea y simbólica, por parte de la apisonadora capitalista. El libro reúne numerosos textos automáticos, narraciones de sueños, poemas programáticos y poemas-collages, escritos en los últimos 15 años, que tratan de romper con esta dominación biopolítica, en concreto con las formas sociales en las que se desarrolla nuestro modo de amar y de experimentar las pasiones, proponiendo prácticas liberadoras y lugares de utopía desde donde erigir un imaginario emancipado. ‘La mujer abolida’ es una declaración apasionada de guerra social.
Vicente Gutiérrez Escudero.
El libro contiene un prólogo de la poeta Esther Ramón:
“Por eso es tan importante, y tan radicalmente político, este libro de Vicente Gutiérrez Escudero, porque está escrito asumiendo ese mismo riesgo. En un principio, su lectura puede causar incluso rechazo, aunque la dedicatoria inicial no deja lugar para la duda. No se trata de un libro de denuncia escrito por una mujer víctima, ni siquiera por una mujer empoderada y luchadora, ni por un hombre afín a la lucha feminista que enarbola blandamente la bandera y entona los cánticos adecuados sin mirarse la sombra en absoluto.
Vicente Gutiérrez Escudero crea en La mujer abolida un yo poético que, al mismo tiempo que denuncia (“despatriarcalizarla implica / desprenderla de su identidad escénica / dejar de percibirla ficcionalmente, / no convertirla en el grotesco soporte de un deseo mercantil”) ejerce en sus versos la misma violencia que dice denunciar, y desplaza un poco más acá el símbolo, hacia su corporalidad: “Con cada trozo de carne de mi amada / construyo rostros, jaulas, / nervaduras. // Con cada trozo vacío de su carne / construyo cisnes que se despedazan, / lobos que se ahuyentan (…)”. Con cada trozo de carne de mi amada (…) / coso miembros dispersos para formar esqueletos / amados torpemente, / mecanos articulados / simulando ser piernas que abrazan, / o temibles autómatas de rostros irreconocibles”.
Ese mismo yo poético, que asume en una primera persona masculina el mito de la creación: “la concebí”, que repasa la lista de las mujeres que han pasado por su vida, y por su cama, con burdas pinceladas que deshumanizan y evidencian la deshumanización, la concreción del mito, que reniega del constructo de la amada ideal, de la mujer etérea, de la Vírgen irreductible y ausente, para caer en el mito de la mujer salvaje y violenta, otro constructo, tan cercano por ejemplo al surrealismo. Pero que asimismo se yergue en un canto a lo precivilizatorio, a lo que antecede a estratos y estratos de dominación: “de entre todos los mitos desmoronados, / de entre todos los sucesivos estratos de lavado / a los que fue sometida / intuí, al menos, / las huellas / que ella dejó hace milenios en los bosques, / los ecos-gemidos que dejó en las cavernas, / la cicatrices / que, al masticarme, dejó sobre mi piel”. Que habla, en definitiva, con imágenes hipnóticas y un pulso poético lacerante y preciso, que suspende la respiración del lector en no pocas ocasiones, de la “cualidad política de amar”, para que “sea un acto de fuerza que nos destruya poco a poco, / pues es necesario ir destruyéndose / -no éticamente- / ir deshaciendo ya, las baratijas simbólicas que somos”.
Esther Ramón. Del Prólogo.
Vicente Gutiérrez Escudero nació en Santander en 1977. Algunos de sus poemarios publicados son Mimo muerto (2001), Un puro errar (2004), el libro de poemas-collages Bajo aguas tranquilas (2006) o En la última mano (2013). Con El Desvelo publicó poesía en la obra colectiva ‘Voces del viento sur’ y fue el editor literario y uno de los traductores de la poesía completa de Gherasim Luca, La zozobra de la lengua. Fundó la colección de poesía Humus y es coeditor de Drosera, comunicación onírica. Como ensayista ha publicado ‘La tiza envenedada’ (La Vorágine, 2016). Pertenece al Grupo Surrealista de Madrid.