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Claire de Duras, precursora de la igualdad, el feminismo y la identidad sexual

Claire de Duras.

Es curioso que tengamos que retornar a principios del siglo XIX para darnos cuenta de que uno de los principales escollos que sigue trayendo de cabeza a nuestro mundo civilizado, la igualdad entre hombres y mujeres, así como la identidad sexual, fueron abordados por una de nuestras autoras más ilustres. Claire de Duras, de la que El Desvelo publicó ‘Olivier o el Secreto’, novela epistolar que escribió en 1823, y cuyo texto, considerado como la versión definitiva, fue traducido y prologado para nosotros por José Ramón San Juan.

Pero ¿Qué tiene de especial Olivier y qué secreto oculta? Pues, según San Juan, Olivier o el secreto protagonizó una hazaña única en los anales literarios. La historia, en la que se basa el libro y cuyo secreto tiene relación con el rechazo de un hombre a la mujer que ama, fue plagiada por Henri de Latouche que incluso tituló su libro igual que Duras. Posteriormente, autores de la talla de Stendhal o André Gide se basaron en Olivier, pero sin su secreto, para producir unas novelas de éxito cuyo argumento es misteriosamente parecido al Olivier original.

La razón de tanta expectación por la obra de Claire de Duras, siempre bajo el criterio de José Ramón San Juan, autor también de la novela de Duras que publicamos -‘Olivier o el secreto‘-, es debida a una serie de motivos. Entre los cuales destaca el éxito, no sólo en Francia sino también en Europa, que tuvo la escritora con dos de sus novelas anteriores: Ourika y Edouard; especialmente la primera, por la cual se la considerará más tarde como una de las escritoras precursoras del feminismo y, en concreto, una defensora de la igualdad de raza, en contra de la supremacía blanca y la esclavitud.

La propia escritora despertaba cierta envidia entre sus colegas masculinos reacios al éxito de una mujer que pertenecía a la aristocracia y, por lo tanto, considerada ociosa.

Es la personalidad de la autora de ‘Olivier o el secreto’ la que se termina imponiendo en sus obras. Fue una mujer excepcional en el Antiguo Régimen. Fundó un salón en apariencia literario pero en donde se hablaba de política. En el caso de Claire de Duras, con unas ideas e inquietudes políticas liberales como las de su padre, guillotinado por girondino, se reveló como defensora de la monarquía parlamentaria y de la democracia en una Francia absolutista.

Claire de Duras tuvo, sin embargo, una vida desafortunada a pesar de su posición, ya que era demasiado sensible e inteligente para los gustos de la época. Enamorada platónicamente de su amigo Chateaubriand con el que mantuvo una interesante correspondencia y al que apoyó y ayudó en su carrera política, no alcanzó ninguna contraprestación amorosa por parte de éste.

En el ámbito estrictamente literario, escribió en poco tiempo tres novelas cortas, entre las que se encuentra ‘Olivier o el secreto’. Las tres tuvieron como nexo de unión los amores desgraciados por varios factores entre los que se encuentra la desigualdad de sexo, raza o el, en el caso de ‘Olivier o el secreto’, la identidad sexual del protagonista. Y no es hasta muy entrado el siglo XX cuando una vez revisados estos textos se les excluyó de la injusta catalogación de novelas sentimentales para darle el sitio que se merecían como escritos elaborados por una mujer muy superior a su época y de la que Chateaubriand, quizá atormentado por el desdén con el que la trató, llegó a decir en sus ‘Memorias de Ultratumba ‘: “El calor del alma, la nobleza de carácter, la elevación del espíritu, la generosidad del sentimiento hacían de ella una mujer superior”.

No queremos dejar de hacer mención en el recuerdo a la figura de Duras del tristemente desaparecido José Ramón San Juan, quien introdujo a la perfección y tradujo las epístolas de Olivier. Tampoco sería justo no hacer mención del ilustrador Javier Jubera, quien se encargó de la imagen de cubierta de Olivier o el secreto.

¿Cuál es el secreto de Olivier?

Olivier o el secreto, de Claire de Duras.

“Esta obra, que fue escrita en 1823 en su versión definitiva, ha protagonizado una peripecia única en los anales literarios. Pese a haber permanecido inédita durante un siglo y medio, su asunto –el secreto de un hombre que rechaza a la mujer a la que ama y por la que es amado intensamente– motivó e influenció a los escritores de su tiempo más allá de lo que cabría imaginar. El propio Stendhal se inspiró en el argumento de Olivier (no había alusión alguna al secreto en el título original) para construir su primera novela, Armance ou quelques scènes d’un salon de Paris en 1827, considerada por André Gide como la mejor del autor. Henri Beyle pretendía titularla del mismo modo que su autora, pero Prosper Merimée le convenció de no hacerlo. Habría sido el segundo robo de título y argumento con Claire de Duras como víctima.

El primer robo –en realidad falsificación– se produjo en 1826, cuando el escritor Henri de Latouche procedió a editar anónimamente una novela titulada Olivier de tal modo que pareciese la obra de la duquesa de Duras, de la que se hablaba desde hacía tiempo en los mentideros literarios de París, tras haber sido leída a los frecuentadores de confianza de su selecto salón. La superchería de Latouche no tardó en ser denunciada y su autor hubo de sumar nuevas mentiras a la inicial, al negar su paternidad pero afirmar al mismo tiempo que conocía al autor y que de ninguna manera era la duquesa de Duras. El de Latouche sería el texto en el que se inspiró Stendhal y que propició otras secuelas, que tienen como autores, entre otros, a Astolphe de Custine y a Honoré de Balzac.

Parece evidente que madame de Duras no tenía el propósito de publicar su espinoso Olivier, pero si lo hubiera tenido los acontecimientos que siguieron a la filtración parcial y aparentemente inexacta de su contenido se lo habrían desaconsejado. Cabe preguntarse por qué existía tanta expectación y tanto interés por la obra de una aristócrata que había decidido escribir y publicar tardíamente, en mitad de la cuarentena. La respuesta puede tener dos vertientes; la primera es estrictamente literaria: el éxito alcanzado por sus dos primeras obras editadas, Ourika y Edouard –especialmente la primera– , no sólo en Francia sino en toda Europa, que fue comparado en su día con el logrado por Alessandro Manzoni con Los novios (I promessi sposi). Ello fue en cierta medida motivo de envidia y resquemor para algunos escritores, molestos por la competencia de una aristócrata supuestamente ociosa.

La segunda razón, tal vez más importante, es de carácter político. La duquesa de Duras era la esposa de Amédée-Bretagne-Malo de Durfort, 6º duque de Duras, primer gentilhombre del Rey y Par de Francia. Durfort era hombre de confianza de Luis XVIII y más tarde lo fue de Carlos X. Corrían tiempos convulsos en Francia, donde la Restauración borbónica no provocaba excesivas simpatías, dada su probada inclinación al absolutismo. No sólo existe una oposición republicana, sino también nostálgicos de Napoleón, muchos de ellos cesantes en sus puestos a causa de la Restauración y, lo que es peor, desunión y confrontación entre los propios monárquicos, divididos entre los calificados como ultras y los liberales o moderados. Claire de Duras se identificaba con estos últimos. Candidatos a la malquerencia y a la insidia –por razones literarias o políticas, o por ambas– no faltaban. 

Claire de Duras o Kersaint.

En cualquier caso, no se puede decir que Claire de Kersaint (ese era su nombre de soltera) tuviera una existencia apacible ni feliz, acorde con su privilegiada posición. Nacida en febrero de 1777 en la ciudad bretona de Brest, hija del conde de Kersaint, vicealmirante de la Armada francesa, asistió con doce años al nacimiento de la Revolución y con dieciséis sufrió la muerte de su padre –diputado girondino, liberal, guillotinado por oponerse a la ejecución del Rey–, así como la confiscación de los bienes familiares. 

En Abril de 1794, Claire, hija única, inicia junto a su madre, enferma y perturbada, un exilio que se extenderá por dos continentes. Viajan en primer lugar a Filadelfia, para trasladarse a continuación a Martinica, donde la joven Claire demuestra prematuramente su determinación y energía en la tarea de recuperar, con éxito casi total, la importante herencia materna. Suiza, donde se reunirán con Madame de Staël, será la escala siguiente. Finalmente, en 1795, se instalan en Londres, donde se concentra gran parte del exilio aristocrático francés huido de la Revolución.

Durante cuatro años la futura duquesa estudiará inglés, italiano y latín, lenguas cuyos frutos literarios influirán poderosamente en el ejercicio de su tardía vocación de escritora. Inglaterra no sólo seduce a Claire por sus paisajes, sino también por el carácter de sus gentes y su monarquía parlamentaria. Algunos pasajes de Olivier o el secreto dan buena prueba de ello. Se relaciona asiduamente con la aristocracia exiliada, participando en sus salones, y conoce al futuro duque de Duras, con el que se casa en 1797. Como siempre entre la vieja aristocracia, se trata de un matrimonio de conveniencia, especialmente por parte de él, arruinado por la Revolución. No así por parte de ella, que espera y desea amor, y se verá defraudada por la frialdad e indiferencia de su cónyuge, que no silencia el fastidio que le causan las exigencias y la hipersensibilidad de su esposa. No obstante, Claire dará a luz sendas hijas, Félicie y Clara, en los dos años siguientes al casamiento.

Mientras tanto, en Francia la situación política evoluciona, de modo lento y accidentado, en un sentido favorable al retorno de los aristócratas exiliados, que no de la Monarquía. A la época del Terror, que le costó la vida al Rey y a un considerable número de aristócratas, le sucede la fundación de la Primera República (1795-1799), en la que la Asamblea pierde el poder ejecutivo que se había otorgado a sí misma y lo delega en un Directorio integrado por cinco personas. Los sucesivos directorios intentan favorecer el apaciguamiento político-social, pero la situación de crisis económica imperante sólo tiene el contrapunto positivo de las victorias militares y estas favorecen las ambiciones de su principal protagonista, Napoleón Bonaparte, quien el 18 brumario (9 de noviembre) de 1799 perpetra un golpe de estado que da nacimiento al Consulado. Apenas cinco años más tarde, el brillante militar corso pone fin a la Primera República y se declara emperador, para pasmo de muchos y contento de no pocos.

Chateaubriand.

En 1807 los duques de Duras (Amédée heredó el título al morir su padre en 1800) adquieren el fantástico castillo de Ussé (Indre-Loire) y en 1808 abandonan Inglaterra y se deciden a habitarlo discretamente, en una virtual situación de retiro, pues el emperador desconfiaba de los viejos monárquicos y los había borrado del mapa político, al igual que a los republicanos. El castillo se convierte pronto en centro de peregrinación de los monárquicos y uno de sus primeros visitantes es el vizconde de Chateaubriand, ya entonces prestigioso escritor y fuertemente inclinado a la actividad política. La talla intelectual y moral que Claire ve en el autor de Atala convertirá a este en el objeto de un amor apasionado y absorbente, aunque no carnal, y la influencia política de la duquesa potenciará la carrera del vizconde.

Romanticismo

Al igual que sus personajes, Claire de Duras tiene rasgos de heroína romántica. Como ellas, es vehemente y sensible, pero además consciente de las dramáticas circunstancias de un tiempo tempestuoso y contradictorio, en el que, pese a la influencia racionalista y libertaria de la Ilustración, la sociedad seguía fuertemente dividida por motivos de clase, sexo y raza, y la democracia era en realidad una ausencia. Aunque está comúnmente aceptado que el romanticismo francés se inicia en torno a 1830,* la influencia de este movimiento a través de Alemania e Inglaterra se ha dejado sentir ya desde principios del siglo XIX, especialmente entre los exiliados en esos países. El propio Chateaubriand (1768-1848) es considerado un prerromántico y Rousseau (1712-1768), un precursor, cuya obra, apasionada y lírica, influye poderosamente en el romanticismo francés.

Ciertamente, el estilo e incluso la temática –no así el fondo– de las obras de Claire de Kersaint se parecen más a los característicos del Ancien Régime que a los que que eclosionarán en 1830, en coincidencia significativa con la Revolución que conduce a la Monarquía de Julio. Desde el punto de vista literario, tanto el periodo de Revolución-República (1789-1799) como el de Consulado-Imperio napoleónico (1799-1814) son casi estériles. La excepción está personificada por Chateaubriand, desde Francia pero bajo la influencia del romanticismo británico, y Mme. de Staël, desde su exilio en Alemania –forzado por Napoleón–, entusiasta de lo que allí se escribe. Ambos son amigos íntimos de Mme. de Duras y los tres participan del espíritu liberal, que quiere para Francia una Monarquía parlamentaria, alejada de los excesos absolutistas, y la consolidación de unos derechos fundados en la libertad.

Curiosamente, mientras Claire de Kersaint perfila sus tres únicas novelas, el romanticismo francés apunta ya en la poesía, con los acentos sinceros y apasionados de amor y de melancolía que caracterizan la obra de la duquesa, como en las Meditaciones, de Lamartine (1820), y aires novedosos, aunque aún bastante clásicos, en la Odas de Victor Hugo (1822), quien a sus veinte años aborda ya algunos de los temas que serán el leitmotiv de la obra futura del gigante romántico. El romanticismo en Francia está desde el principio cargado de política, de demandas de libertad, no sólo para el arte, sino también para la vida. Es la expresión artística y vital de una clase media pujante. La duquesa de Duras, en tanto que aristócrata, al igual que Chateaubriand, está excluida, pero seguramente suscribiría muchos de sus principios, si no todos, si fuera invitada a hacerlo, ya que su obra –como su vida–, comparte lo esencial de ellos. Su supuesto mentor, sin embargo, puede escribir, sin complejos ni pudor, en sus memorias: “En mí comenzaba, con la escuela llamada romántica, una revolución en la literatura francesa”. Privilegio de su longevidad.

La Restauración

Cuando finalmente, en 1814, se restaura la monarquía en la persona de Luis XVIII no sólo se constata la imposibilidad de poner fin al absolutismo a causa de la inflexibilidad del Rey, sino que esa situación da alas a Napoleón para que regrese, cosa que hace sin llegar a cumplir un año de exilio en la isla de Elba. La conmoción es extraordinaria. En apenas veinte días desde su desembarco en Golfe Juan el emperador retoma el poder y afronta a sus enemigos, mientras el rey huye a Gante (Bélgica). El sobresalto durará apenas cien días, hasta la derrota de Waterloo, pero basta para dar una idea de la sensación de inestabilidad que viven los franceses, que soportarán cuatro años bajo ocupación extranjera y sufrirán la pérdida de nuevos territorios, mientras se desata una cruel persecución de los bonapartistas por parte de los ultras, periodo que fue conocido como el terror blanco. En contrapartida, Luis XVIII se ve forzado a ceder en su absolutismo y los liberales y moderados se imponen a los ultras, al menos durante unos años, pues el celo absolutista no cejará en su empeño de volver al Ancien Régime con todas sus consecuencias.

Por convicción, carácter y posición, Claire no podía permanecer ajena a la casi permanente tensión y conflictividad en su país, de las que poseía una información privilegiada y puntual a través de su propio salón. Aunque este es calificado generalmente como literario, su carácter predominante era político. La nómina de sus asiduos incluye, como muestra, a los siguientes personajes: François Arago (astrónomo, físico y varias veces ministro), Adrian de Montmorency (militar y diplomático), Talleyrand (político de larga trayectoria, que jugó un importante papel durante todos los regímenes), Armand du Plessis, duque de Richelieu (militar y político que ejerció como jefe del Gobierno y ministro de Exteriores), Joseph de Villèle (primer ministro entre 1821 y 1828), Benjamin Constant (político eminentemente posibilista, también considerado oportunista por sus detractores), y Charles de Rémusat (político y filósofo).

Incluso entre los cuatro escritores más destacados que suelen ser citados como asistentes al salón de Madame de Duras, dos, Chateaubriand y Lamartine, tienen vocación política y, en su momento, un protagonismo nada desdeñable. Balzac, demasiado atareado con su ciclópea creación y por la urgencia de pagar sus abultadas deudas, es ajeno, aunque no indiferente a esa actividad. Madame de Stäel, por otra parte, es, por su condición de mujer y su enorme talento e influencia, poco homologable con los varones mencionados, al igual que la propia Claire de Duras. Por lo demás, cabe resaltar dos presencias muy relevantes en el campo de las ciencias: el alemán Humboldt, geógrafo, explorador y naturalista, y el anatomista y paleontólogo Georges Cuvier, famoso por su polémica con el protoevolucionista Lamarck y por sostener con vehemencia la inferioridad de la raza negra.

Olivier y el secreto
Ilustración de cubierta: Javier Jubera.

El elemento común del salón de Mme. De Duras, si alguno existió, además del estricto interés personal, fue la coincidencia en el apoyo a la idea de una monarquía parlamentaria frente al absolutismo y el republicanismo. Eso no impidió que algunos de los políticos mencionados mostrasen, para decepción de su anfitriona, una sorprendente ductilidad, que les permitió navegar con provecho bajo los vientos más diversos. Para Claire de Duras, el ideal liberal que había defendido su padre era irrenunciable y lo mantuvo siempre. Sin embargo, aunque la política –o mejor, la ideología– subyace en sus principales obras, su único escrito de carácter político se debe a una modesta tarea de amanuense: apenas 50 páginas dedicadas al pensamiento del rey sol,* paradójico empeño, dado que Luis XIV fue el absolutismo en persona.

‘Superior’ y desgraciada

Claire de Kersaint no fue, desde ningún punto de vista, una mujer –ni una aristócrata– convencional de su tiempo. La conjunción de discernimiento y de pasión en difícil equilibrio, su toma precoz de responsabilidades, y la ineludible y vitalicia asunción de incertidumbres produjeron un ser excepcional, cuya vida y obra, sin pretenderlo, reflejan el espíritu y también los demonios de un tiempo crucial para Francia, Europa y la cultura occidental. Intentar interpretarla y comprenderla sólo a través de las escasas obras que escribió no produciría más que un retrato incompleto –o mejor, mutilado– de una mujer que, en lo esencial y más cierto de sí misma, se gobernó por el sentimiento. Una frase deslizada en su nutrida correspondencia con su gran amiga Rosalie, prima de su contertulio Benjamin de Constant, define su carácter más de lo que lo haría cualquier otro apunte, propio o ajeno: “se conoce mejor a alguno por los sentimientos que inspira, casi, que por sí mismo”.

El imperio del sentimiento se limita, sin embargo, generalmente a su fuero interno y al territorio sagrado de los afectos personales. Mientras, su vida social está caracterizada por la afabilidad, la generosidad y la tolerancia, ingredientes muy útiles y oportunos cuando se rige el que fue en su día el principal salón de París. La corazonada, no obstante, fue para ella, durante casi toda su vida, una especie de instrumento de conocimiento. Cuando alguien conquistaba su afecto no sólo se entregaba de una manera incondicional, sino también con un punto emocional imprudente e ingenuo: desnudaba su corazón sin prevenciones ni reservas. En una carta no exenta de cierta crueldad, su amiga la marquesa de La Tour du Pin intenta corregirla: “He ahí cómo su corazón se confía a quienes no son dignos de usted, que usted muestra completamente su corazón a quienes esconden cuidadosamente el suyo o no le muestran más que lo que a usted le gusta encontrar, y hacen como esos comerciantes que conocen el gusto de sus clientes y no despliegan más que los tejidos que les agradan”.

El desequilibrio entre lo dado y lo recibido marcará toda la vida de la duquesa, más allá de la desafección ya comentada del duque, quien se casará un año después de la muerte de esta y no se privará de comentar, con una sonrisa, que finalmente era un alivio desposar a una mujer dotada con menos talento que él. La relación afectiva-amistosa con Chateaubriand constituyó una considerable fuente de decepción y lo mismo le ocurrió con su hija Felicie, su predilecta, que contrajo matrimonio con un ultra. Claire había puesto un especial empeño y cuidado en educar a sus hijas, desde muy pequeñas, en sus propios conocimientos y valores y aquella defección colmó su sensación de fracaso. “Yo no sé –escribió– para qué he nacido, pero no es para la vida que llevo. No recibo del mundo más que lo que no es él, cuando vuelvo sobre mí no concibo lo que hago aquí, hasta tal punto me siento extranjera”. Sin duda fue esa experiencia del propio extrañamiento respecto a su entorno lo que la condujo a escribir sus tres únicas novelas con el nexo común de lo que en nuestros días se denomina la alteridad, asunto en el que fue precursora y que es la causa fundamental de su posterior rescate del catálogo generalmente banalizador de las obras sobre amores imposibles.

El amor sin sexo, pero apasionado, exigente y absorbente que la duquesa sentía por el seductor y trepador Chateaubriand pasó con frecuencia de la devoción inicial a la crítica sin ambages. Ambos se trataban en sus cartas como “querido hermano” y “querida hermana”, pero ello no evitó que Claire llegase a calificarle como “tiránico niño mimado” ni que él, en respuesta a sus exigencias y objeciones, declarase estar harto de sus “gruñidos” e incluso sugiriese que “chocheaba”. Veamos lo que escribe la duquesa a su crecientemente elusivo “hermano”: “Cuando siento tanta sinceridad, tanta abnegación en mi corazón por usted, que pienso que desde hace quince años prefiero lo que es usted a lo que soy yo, que sus intereses y sus asuntos prevalecen sobre los míos, y eso muy naturalmente, sin que yo tenga el menor mérito, y pienso que usted no haría el más ligero sacrificio por mí, me indigno contra mí misma por mi locura”. 

Lo cierto es que el “niño mimado”, idolatrado por las mujeres de la época, no sólo está muy ocupado con su actividad política, sino que entretiene –y engaña– simultáneamente a dos mujeres nada insignificantes: Madame de Recamier, cuyo influyente salón prefiere al de la duquesa desde hace años, y Cordélia de Castellane. Y todo ello mientras seguía casado con su esposa, Céleste Buisson de la Vigne. Para desesperación de Claire, en esa época, en torno a 1818-1819, al fiasco de su “querido hermano” se suma el de su hija predilecta y la más parecida a ella por su carácter fuerte y apasionado. Felicie, casada a los 14 años con el príncipe de Talmont y viuda sin hijos tres años después, se desposa a los 21 años con el conde de la Rochejaquelain, catorce años mayor que ella y perteneciente a una familia ferozmente ultra de la Vendée, con cuyas ideas comulga.* Claire, cuyas presiones fueron inútiles, no asiste a la boda, enferma y decide alejarse de París. Así, supuestamente bajo el consejo de Chateaubriand, comienza a escribir. 

En poco tiempo nacerán tres nouvelles:** Ourika, Edouard y Olivier, con historias basadas en hechos reales que tienen en común la pared de cristal (“nos vemos, nos hablamos, nos acercamos, pero no podemos tocarnos”) a la que se alude en la segunda carta de este libro. Son historias de amor desgraciado a causa de los prejuicios raciales o clasistas –en los dos primeros casos– y de un misterioso condicionamiento sexual en el tercero. Tuvieron que pasar muchos años hasta que una relectura desde la modernidad las excluyera de la adjetivación de sentimental que las había infavalorado e hiciera justicia al atormentado espíritu precursor que las generó y a su capacidad para interpretar las vivencias ajenas. 

Imaginaba el ampuloso Chateaubriand que sus amigos y amigas compartirían en cierta medida su gloria post mortem por el hecho de haberlo sido. Sin duda esa fue la razón de que los mencionase en sus Memorias de ultratumba, donde afirma, acerca de Claire de Duras: “El calor del alma, la nobleza del carácter, la elevación del espíritu, la generosidad del sentimiento hacían de ella una mujer superior”. Y también, con cierta autocrítica, procedente del remordimiento: “Desde que he perdido a esta persona tan generosa, con un alma tan noble, con un espíritu que reunía algo de la fuerza del pensamiento de Mme. de Staël con la gracia del talento de Mme. de Lafayette, no he cesado, llorándola, de reprocharme las irregularidades con las que he podido afligir algunas veces a los corazones que me eran devotos”. Sus memorias llegaron demasiado tarde para que la duquesa, fallecida en 1828, pudiera considerarlas como una mínima satisfacción para sus desvelos y frente a su decepción. De todos modos, la historia ha querido que ella viva en el presente con mayor vigencia y más gloria que la que su “querido hermano” falaz quiso que compartiera.

Buena prueba de la vigencia y el interés renovado por la obra de Claire de Duras son las ediciones realizadas en los últimos años en Francia, bajo la dirección de Marie-Benedicte Diethelm, especialista rigurosa y esforzada en la figura y la obra de la duquesa. En 2007, Editions Gallimard publicó en un solo tomo sus tres novelas sobre la alteridad (Ourika, Edouard y Olivier ou le Secret) y en 2011 Editions Manucius hizo lo propio con Memoires de Sophie y Amélie et Pauline. El tomo fue subtitulado Romans d’émigration (1789-1800). Las traducciones a otras lenguas, así como los estudios realizados sobre el personaje y su obra, especialmente en el mundo angloparlante, configuran un panorama en el que la recuperación de Mme. de Duras se muestra como un hecho lógico, justo y necesario.

Esta edición se basa en el texto en francés establecido por Mme. Diethelm, que se considera la versión definitiva hecha por su autora, condición que no tenía la primera, publicada por la editorial parisina Jose Corti en 1971. Se ha respetado la peculiar utilización de los signos ortográficos de muchas de las cartas –especialmente las de la condesa de Nangis– en el convencimiento de que su autora hizo un uso deliberado de ellos con fines expresivos.”

José Ramón San Juan, traductor y autor del prólogo de ‘Olivier o el secreto’

Revista de prensa: El Boomeran(g), Literatura Fantástica, La Cueva del Erizo y Babelia

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Sergio Sancor, en La Cueva del erizo

http://lacuevadelerizo.com/olivier-o-el-secreto-de-claire-de-duras-y-su-influencia-reconocida-reganadientes/

En Literatura Fantástica, de Mariano Villarreal

http://literfan.cyberdark.net/Recursos/BN135.htm

Winston Manrique, en Babelia

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/02/babelia/1412266622_185872.html

En El Boomeran(g)

http://www.elboomeran.com/obra/2376/contra-ataque/

 

Cómo chafar un proyecto matrimonial… con la ayuda de Humboldt

Cuando una mujer lanza un dardo al corazón de otra mujer, rara vez falla el tiro. Esto, que lo dice uno de los personajes de Choderlos de Laclos en Las amistades peligrosas, puede ser aplicado, con alguna variación, a lo que AvHumboldtpasó con Claire de Duras y uno de los pretendientes de su hija. Deseosa de romper el compromiso, lo consiguió… con la ayuda de Humboldt, en calidad de grafólogo.

Tampoco es desdeñable el peso que pudo tener en la ruptura un incidente dotado de todas las características del enredo teatral y que se escenificó en el salón de la duquesa en presencia del propio Custine y de su quasi-prometida. Según el relato de los hechos, la duquesa sometió al examen de Alexander Von Humboldt, que gozaba de gran fama como grafólogo, una carta de Custine sin desvelar el nombre de su autor. Tras un examen detenido, el sabio alemán sentenció que quien la había escrito era una persona “de gustos extraños, imaginación corrompida, sin moralidad…” El diagnóstico -ante los ojos del propio examinado, que sin duda reconoció su propia caligrafía- fue demoledor y el enlace planeado no se produjo.

José Ramón San Juan. Epílogo a ‘Olivier o el secreto’, de Claire de Duras.

Moreau & Duras & Duras o de cómo lo fortuito lleva al hallazgo

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El pasado miércoles presentamos en la Librería Gil de Santander Olivier el secreto, de Claire de Duras. Su traductor y prologuista dio todo un recital sobre esta autora tan poco conocida en España. Por su interés, reproducimos las palabras de José Ramón y de cómo halló esta obra de manera fortuita.
 
“La música lleva a la letra; ésta conduce a la literatura y en este caso también al cine, y Marguerite Duras dirige finalmente, vía Google, a Claire de Duras. Así, por mediación del azar, puede sintetizarse mi proceso de descubrimiento de la escritora aristócrata de cuya obra vamos a hablar. Comenzó investigando acerca de esta canción, ‘India song’, cantada por la actriz Jeanne Moreau. Así pude descubrir que la música es del compositor franco-argentino Carlos D’Alessio, autor-fetiche para Marguerite Duras que creó la banda musical de prácticamente todos los filmes de la escritora y cineasta francesa. Fue ella misma quien puso letra a la bella y nostálgica música que D’Alessio compuso para su película del mismo título, con la idea de que su gran amiga Jeanne la grabase, como efectivamente hizo.

Hasta el hallazgo fortuito de Claire de Duras yo desconocía totalmente su existencia. Lo que leí acerca de ella me pareció muy interesante, teniendo en cuenta que se trataba de una aristócrata escritora de principios del S.XIX cuyos temas tenían la singularidad de interesarse en los  mundos de los otros hasta sumergirse en ellos, en la alteridad de quienes, por su raza, su clase o su condición, eran discriminados y veían radicalmente frustradas sus expectativas. Sus novelas habían sido infravaloradas e ignoradas durante un siglo y medio bajo la etiqueta banalizante de “historias de amores imposibles” hasta que, en los años 70, una relectura desde la modernidad percibe los mensajes no explícitos que contienen sus textos, su cuestionamiento de la realidad a la luz de un espíritu nuevo, el que alumbró la Ilustración.

Tal actitud no es en tan paradójica como puede parecer, pues, aunque aristócrata, Claire de Duras era liberal, partidaria de que la autoridad absoluta del Rey decayese en favor de un parlamento democrático que pusiera fin a los excesos absolutistas. Esa fue también la tendencia de su padre, el conde de Kersaint, diputado girondino en la Asamblea Nacional que, pese a su moderación o mejor, a causa de ella, fue guillotinado en 1793, durante el periodo llamado del terror, por oponerse a la ejecución del Rey. Con sólo 16 años, Claire se verá forzada a actuar como una mujer adulta y fuerte al emprender, junto a su madre, enferma y trastornada, un viaje que conducirá a ambas primero a Filadelfia, luego a Martinica o Haití (no está bien documentado ese punto), más tarde a Suiza y finalmente a Londres, donde se concentraba gran parte del exilio aristocrático francés. El fruto de esa peripecia fue convertir en una importante cantidad de dinero las posesiones coloniales de su madre.

En Londres Claire conoce y se enamora del heredero del ducado de Duras; y subrayo que se enamora, hecho infrecuente en los matrimonios aristocráticos de la época. No así el futuro duque, que vio en ella, antes que cualquier otra cosa, una fuente de financiación muy conveniente, dado que el exilio le había condenado, como a tantos aristócratas, a asumir carencias que consideraba insoportables. La idea de un amor idealizado y pasional, que Claire acariciaba, se ve así confrontada finalmente con la realidad de una relación distante y casi protocolaria, que ella asume muy a su pesar.

El tiempo pasa lentamente durante el exilio en Londres, que se prolonga hasta 1803. Claire educa a sus dos hijas y se relaciona con los aristócratas exiliados, mientras su marido conspira junto al Rey y sus fieles para lograr la restauración monárquica, lo que conlleva numerosos viajes. Finalmente, en 1799 será Napoleón Bonaparte quien frustre tales expectativas mediante un golpe de estado que le convertirá en cónsul de la República, cónsul vitalicio poco después y finalmente, en 1804, emperador. Pese a todo, los aristócratas huidos del terror revolucionario pueden ir regresando y recuperando sus posesiones, con el compromiso sobreentendido de que deben mantener una absoluta discreción política.

Cuando en 1814, desterrado Napoleón en la isla mediterránea de Elba, se produce la Restauración, la alegría de los monárquicos es efímera. Ante la relegación de su heredero,Napoleón II, Bonaparte regresa a Francia y recupera lealtades mientras Luis XVIII huye a Bélgica; el ejército apoya al emperador de modo casi unánime durante los cien días que concluirán con la derrota de Waterloo. Luis XVIII hace entonces su segunda y vergonzante ‘entrada triunfal’ en París, pero gobernará un país dividido no sólo entre republicanos, bonapartistas y monárquicos, pues éstos, a su vez, se subdividen en ‘ultras’ absolutistas y moderados parlamentaristas.

El retorno a Francia del duque y su familia, instado durante el imperio bonapartista por el propio Rey en el exilio, tuvo un carácter semiclandestino y seguramente su objetivo era sondear y comprometer las voluntades a favor de Luis XVIII. Aunque esa época de los Duras está escasamente documentada sí existe noticia de que el inicio de su estancia en Francia lo pasaron en el sur del país, lejos de París, y que se beneficiaron de la hospitalidad del marqués de Puységur, uno de los pocos aristócratas que no conoció ni la guillotina ni el exilio en mérito a su bondadoso trato con la población de su feudo.

Tras la Restauración, el marido de Claire, primer gentilhombre de cámara de Luis XVIII y persona de su confianza, es cargado de responsabilidades  y honores –incluido un inexplicable ingreso en la Academia Francesa-, y su esposa recibe de él el encargo de sostener un salón que, primero en el palacio de las Tullerías y más tarde en su residencia del Faubourg Saint-Germain, se convertirá en el principal de París. Por él pasarán, con mayor o menor asiduidad políticos como Talleyrand o Villéle, escritores como Chateaubriand,Lamartine Constant y sabios reconocidos de la época como HumboldtArago o Cuvier.

Claire siente una apasionada admiración –y quizás algo más- por el vizconde de Chateaubriand, al que conoce desde antes de la Restauración. En sus cartas se tratan de ‘hermana’ y ’hermano’, pero por parte del autor de ‘Atalá’ tal fraternidad responde sobre todo a su ambición política. Quiere la embajada de Londres y no cesará de urgir la influencia de la duquesa hasta conseguir su propósito. Luego surgirá un alejamiento progresivo que provocará amargos reproches epistolares por parte de Claire de Duras, quien le califica de “tiránico niño mimado”, a lo que él le responde con el apóstrofe de ‘gruñona’.

El vizconde, idolatrado por las mujeres de su tiempo, es un seductor infatigable, pero prefiere a otras damas, nobles o no, a la devota duquesa. Con el tiempo deserta casi totalmente de su salón para brillar y obtener provecho personal en otros, y tal desvío hiere profundamente a Claire. He aquí el expresivo texto de una carta que le remite: “Cuando siento tanta sinceridad, tanta abnegación en mi corazón por usted, que pienso que desde hace quince años prefiero lo que es usted a lo que soy yo, que sus intereses y sus asuntos prevalecen sobre los míos, y eso muy naturalmente, sin que yo tenga el menor mérito, y pienso que usted no haría el más ligero sacrificio por mí, me indigno contra mí misma por mi locura”.

La decepción que le producen la indiferencia y el desagradecimiento de Chateaubriand se suma así a la herida, ya vieja pero permanente, que le infligen el abandono y las infidelidades de su marido. Pero aún hay una ‘traición’ más dolorosa, la que le causa el matrimonio, contra su criterio, de su hija predilecta, Félicie, con un noble ‘ultra’ de la belicosa región de La Vendée catorce años mayor que ella. Claire se niega incluso a acompañar al duque a la boda tras fracasar en el intento de que su hija renuncie a esa unión. Y de nuevo vuelca en una carta, ésta dirigida a su amiga Rosalie Constant, su desolación: “Yo no sé – escribió – para qué he nacido, pero no es para la vida que llevo. No recibo del mundo más que lo que no es él, cuando vuelvo sobre mí no concibo lo que hago aquí, hasta tal punto me siento extranjera”.

Félicie de Duras tenía el carácter fuerte y firme de su madre, pero sus convicciones políticas ‘ultras’ estaban más próximas a las de su padre, al que además superaba en exaltación. Claire de Duras había intentado rectificar sus inclinaciones, pero su fracaso fue tan total como doloroso. Lo que sigue es un retrato de Félicie a cargo de la condesa de Boigne, que da cuenta de la magnitud del problema que constituía la hija mayor de la duquesa: “ella ha soñado constantemente en la guerra civil como el complemento de la felicidad, y en su preparación para ello, desde que fue dueña de sus actos, ha practicado la caza con fusil, construido armas, disparado con pistola, amaestrado caballos y montado a pelo; en fin, se ha ejercitado en todas las habilidades de un subteniente de dragones, para gran desolación de su madre y para destrucción de su belleza, que antes de cumplir veinte años había sucumbido a causa de ese régimen de vida.”

A raíz del matrimonio de su hija el mundo de Claire de Duras se derrumba por acumulación de frustraciones y disgustos y, deprimida y enferma, se aleja de las rutinas cotidianas para escribir. Así nacen en poco tiempo tres novelas cortas: ‘Ourika’‘Edouard’ ‘Olivier o el secreto’, que en 2007 fueron reeditadas, en un solo volumen, por Ediciones Gallimard, lo que prueba la vigencia y el interés que esta escritora de principios del XIX suscita en nuestros días. Las tres obras fueron escritas bajo el denominador común de lo que podríamos llamar, tomándolo prestado de la propia autora, como el ‘síndrome de la pared de cristal’. Así lo describe la duquesa en las primeras páginas de ‘Olivier o el secreto’: “Hay seres de los cuales uno se siente separado como por esas paredes de cristal descritas en los cuentos de hadas, nos vemos, nos hablamos, nos acercamos, pero no podemos tocarnos”.

En ‘Ourika’ el muro transparente es la raza. Su protagonista, senegalesa, fue regalada cuando era un bebé a una dama de la alta sociedad, que la educó como a un miembro más de la familia y depositó en ella su afecto. Llegada a la pubertad y enamorada del nieto de la dama, empieza a sorprender conversaciones de los adultos que se inquietan por su futuro y dudan de que haya una solución no traumática para ella. Su mundo se rompe en mil pedazos al comprender lo que le espera. Acabará dejándose morir en un convento mientras relata su singular experiencia al médico que la atiende.

En el caso de ‘Edouard’ la pared de cristal está en la diferencia de clase social, pero la clave no reside en las diferencias económicas, sino de sangre. El protagonista, un gran burgués al que no le falta de nada, se enamora de una joven aristócrata. Al ver rechazadas sus pretensiones matrimoniales por la familia de ésta se alista para ir a combatir en América, donde encuentra finalmente lo que buscaba: la muerte.

Los estudiosos de la obra de Claire de Duras han establecido que se inspira normalmente en hechos y personajes reales. Así ‘Ourika’ realmente habría sido ofrecida a Madame de Beauveau por su sobrino, el caballero de Boufflers, gobernador de Senegal. El argumento de ‘Edouard’ nace de un hecho aún más próximo a la autora. Fue su propia hija menor, Clara, la pretendida por el hijo del ‘plebeyo’ Pierre-Vincent Benoist, banquero y diplomático que en 1828 fue nombrado por el Rey ministro de Estado, miembro de su consejo y además conde. La muerte impidió a la duquesa conocer este sarcasmo último de la historia convulsa que le había tocado vivir.

Llegados a este punto, y entrando finalmente de lleno en el tema de la novela que hoy presentamos, cabe preguntarse qué personaje real se oculta tras la identidad de Olivier, pero antes es preciso decir que el escabroso argumento de la novela, cuya versión original permaneció inédita hasta 1971, fue robado por otros escritores de la época. Claire había comunicado a algunos frecuentadores de su salón que trabajaba en una obra cuyo protagonista padecía impotencia sexual. Posteriormente les había ido leyendo fragmentos, pero nunca se atrevió a publicar la que se cree que fue su primera novela.

En 1823, sin embargo, sí publica, anónimamente, ‘Ourika’, que se convierte en un gran éxito y sobrepasa las fronteras de Francia, siendo equiparada por su acogida con ‘I promessi sposi’ (Los novios) de Alessandro Manzoni, que por la misma época bate récords en Europa. Ese éxito es envidiado y mal digerido por algunos escritores galos que tratan de vivir de su profesión, como Stendhal, que critica en una publicación literaria británica el ‘intrusismo’ aristocrático. Henri de Latouche, un novelista y periodista bastante zascandil, aprovecha la situación para publicar una novela calificada de licenciosa y titulada precisamente ‘Olivier’. En su propósito de confundir incluso copia las características peculiares de la portada de ‘Ourika’, en la que se incluye que los beneficios de la edición serán destinados a fines benéficos.

Dado que en los mentideros parisinos era sabida la existencia de la novela inédita de Claire de Duras del mismo título, el escándalo estalla y Latouche tendrá que hacer pública una declaración en la que miente reiteradamente al negar que sea él el autor, afirmar que conoce al autor, y asegurar que éste no es la duquesa de Duras.

Pero no termina ahí la singular peripecia de un ‘Olivier’ al que su autora había apartado pudorosamente de la luz pública. En 1827, un año después de la lamentable intentona de Latouche, es el propio Stendhal quien toma prestado al personaje para su primera novela. Incluso pensó titularla también ‘Olivier’, pero renunció a ello por consejo de su amigo Prosper de Merimée, si bien el protagonista conservó la ‘O” inicial (Octavio, en lugar de Olivier). Esa novela, titulada ‘Armance’, nombre de la figura femenina damnificada, fue considerada como la más bella del autor de ‘Rojo y negro’ por parte de André Gide, Nobel de Literatura en 1947.

Cuando finalmente el ‘Olivier’ genuino, el escrito por Claire de Duras, ve la luz pública en 1971, editado por José Corti, muchos comentaristas, ignorantes de la ya remota polémica, interpretan que quien se esconde tras la patética figura del protagonista no es otro que Astolphe de Custine, un escritor aristócrata y homosexual cuya madre estaba empeñada en casarle y finalmente lo consiguió, no sin que antes su hijo rechazase, entre otros, el compromiso ya semipactado con Clara, la hija menor de Claire de Duras. He ahí el nexo de proximidad con la autora que se registra en sus otras dos novelas y que da una cierta verosimilitud a la hipótesis más reciente.

Sin embargo no es Olivier el protagonista principal de esta singular novela epistolar. De las 64 cartas que la integran sólo nueve corresponden al desventurado, mientras son 39 las firmadas por la condesa de Nangis y la mayoría de las restantes proceden de la hermana de la condesa, ausente en Napoles, a la que ésta consulta y comunica sus ilusiones y desalientos. Ciertamente, casi todas las misivas giran en torno a su malhadado primo Olivier, quien, al igual que un enloquecido violín romántico, alterna las notas más quejumbrosas con las más jubilosas en movimientos imprevisibles, y condiciona los estados de ánimo, también extremos, de la protagonista real, la condesa de Nangis..

¿Pero quién, qué personaje real se oculta tras la novelesca condesa? La respuesta, a la vista del carácter y de la biografía, así como de las circunstancias en las que nace esta, su primera novela, ofrece pocas dudas: Louise, condesa de Nangis, no es otra que Claire, duquesa de Duras. Como en una transferencia psicoanalítica la autora novel vuelca sobre el papel su soledad afectiva, su fracaso vital, su atormentada búsqueda del amor. Lo hace pasados los cuarenta años, edad que, en la época en que vivió, era una frontera mucho más dramática para una mujer de lo que es ahora, pero su personaje tiene veinte años menos, está lleno de pasión y expectativa amorosa, y desnuda su alma en unas cartas casi siempre vehementes, tanto si expresa esperanza como si es el abatimiento lo que le domina.

Por otra parte no es difícil ver claramente en el conde de Nangis al propio duque de Duras, convenientemente retocado. La primera carta del libro nos muestra a un marido que se declara al límite de su paciencia por las exigencias de su mujer. “Es en las novelas y en las tragedias –escribe- donde usted encontrará los caracteres que le gustan; a mí no me gustan las ficciones, no soy novelesco”. El personaje real, que contrajo matrimonio apenas un año después de la muerte de Claire, se permitió en su día declarar que era un alivio, finalmente, desposar a una mujer dotada con menos talento que él.

En cuanto a Olivier, más que un personaje real o verosímil es un contradictorio paradigma, idealizado en positivo en interés de la historia a relatar y teñido de misterio por la misma razón, que se revela muy eficaz narrativamente por el ‘suspense’ que logra crear. Es el amante imposible, el hombre elusivo que, por razón de su propio interés o por cualquier otro impedimento o dificultad, frustra las expectativas que previamente ha alimentado. El modelo real podría ser el propio duque de Duras o, tal vez con mayor motivo, el seductor y calculador vizconde de Chateaubriand. A fin de cuentas también la condesa de Nangis y Olivier, como la duquesa de Duras y el escritor, se llamaban mutuamente ‘hermano’ y ‘hermana’.

Claire de Duras fue, sin duda, una persona muy inteligente y de carácter vigoroso, pero al mismo tiempo era una mujer apasionada y sensible, que se gobernaba en sus afectos por la intuición y la incondicionalidad. Suya es la siguiente frase: “se conoce mejor a alguien por los sentimientos que inspira, casi, que por sí mismo”. Difícilmente se puede mejorar esta declaración de fe personal en lo instintivo. Enérgica, pero bondadosa y generosa, nunca se movió por el cálculo interesado, pero tal vez por eso mismo fue incapaz de imaginarlo en los demás y sufrió las dolorosas consecuencias de su ingenuidad.

Su amiga la marquesa De La Tour du Pin intenta en cierto momento, a través de una carta, hacerla despertar: “he ahí cómo su corazón –le escribe- se confía a quienes no son dignos de usted, que usted muestra completamente su corazón a quienes esconden cuidadosamente el suyo o no le muestran más que lo que a usted le gusta encontrar, y hacen como esos comerciantes que conocen el gusto de sus clientes y no despliegan más que los tejidos que les agradan”.

Chateaubriand, en su “Memorias de ultratumba”, hizo un encendido elogio de su defraudada ‘hermana’ al escribir: “El calor del alma, la nobleza del carácter, la elevación del espíritu, la generosidad del sentimiento hacían de ella una mujer superior”. Y también entonó un‘mea culpa’  aparentemente sincero por su propio desvío. Así escribe: “Desde que he perdido a esta persona tan generosa, con un alma tan noble, con un espíritu que reunía algo de la fuerza del pensamiento de Mme. de Staël con la gracia del talento de Mme. de Lafayette, no he cesado, llorándola, de reprocharme las irregularidades con las que he podido afligir algunas veces a los corazones que me eran devotos”.

Presumía el vizconde seductor que las personas a las que citaba en sus memorias participarían para siempre de la gloria que imaginaba para sí. El tiempo ha querido, sin embargo, que Claire de Duras, que no alcanzó a leer los elogios del ingrato, se muestre en el presente con mayor vigencia y despierte más interés que su presunto maestro. Y lo consiguió ella sola, tan sola como le dejaron aquellos a los que amaba.”

José Ramón San Juan. Blog: Desolaciones. http://networkedblogs.com/RJ2yq

http://youtu.be/w9fLfi9nZmI

‘Olivier o el secreto’, en El Mundo

SAN20131205Gema Ponce, jefa de edición y responsable de Cultura en El Mundo Cantabria, nos dedica una noticia a la aparición del secreto de Olivier, por lo cual le estamos muy agradecidos.

 

‘Olivier’ y sus plagios, en el prólogo de José Ramón San Juan

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José Ramón San Juan, periodista y autor de ‘Un fracaso ineludible y otros relatos’ (El Desvelo Ediciones, 2010), es el traductor y prologuista de ‘Olivier’. Ambas cuestiones las resolvió de una manera magnífica. Su trabajo ha sido, de este modo, por partida doble y hemos de destacar aquí la investigación que llevó a cabo para recuperar la figura de esta mujer inteligente y emocionalmente notable, de vida azarosa, prácticamente desconocida en España. Os dejamos un pequeño extracto de su prólogo (que es otra novela en sí), en la que se apuntan los plagios que vivió en vida Claire de Duras…

Esta obra, escrita en 1823, ha protagonizado una peripecia única en los anales literarios. Pese a haber permanecido inédita durante un siglo y medio, su asunto – el secreto de un hombre que rechaza a la mujer a la que ama y por la que es amado intensamente – motivó e influenció a los escritores de su tiempo más allá de lo que cabría imaginar. El propio Stendhal se inspiró en el argumento de ‘Olivier’ (no había alusión al secreto en el título original) para construir su primera novela, ‘Armance ou quelques scènes d’un salon de Paris en 1827’, considerada por André Gide como la mejor del autor. Pretendía titularla del mismo modo que su autora, pero Prosper Merimée le convenció de no hacerlo. Habría sido el segundo ‘robo’ de título y argumento con Claire de Duras como víctima.

El primer ‘robo’ se produjo en 1826, cuando el escritor Henri de Latouche procedió a editar anónimamente una novela titulada ‘Olivier’ de tal modo que pareciese la obra de la duquesa de Duras, de la que se hablaba desde hacía tiempo en los mentideros literarios de París, sin duda por haber sido leída a los frecuentadores de confianza de su selecto salón. La superchería no tardó en ser descubierta y su autor hubo de sumar a la inicial nuevas mentiras, al negar su paternidad pero afirmar al mismo tiempo que conocía al autor y que de ninguna manera era la duquesa de Duras. El de Latouche sería el texto en el que se inspiró Stendhal y que propició otras secuelas, que tienen como autores, entre otros, a Astolphe de Custine y a Honoré de Balzac.

Parece evidente que madame de Duras no tenía el propósito de publicar su espinoso ‘Olivier’, pero si no hubiera sido así los acontecimientos que siguieron a la filtración parcial y aparentemente inexacta de su contenido se lo habrían desaconsejado. Cabe preguntarse por qué existía tanta expectación y tanto interés por la obra de una aristócrata que había decidido escribir y publicar tardíamente, en mitad de la cuarentena. La respuesta puede tener dos vertientes; la primera es estrictamente literaria: el éxito alcanzado por sus dos primeras obras editadas, ‘Ourika’ y ‘Edouard’, no sólo en Francia sino en toda Europa, que fue comparado en su día con el logrado por Alessandro Manzoni con ‘Los novios’ (‘I promessi sposi’). Ello fue motivo de envidia y resquemor para algunos escritores, molestos por la competencia de una arístócrata supuestamente ociosa.

La segunda razón, tal vez más importante, es de carácter político. La duquesa de Duras era la esposa de Amédée-Bretagne-Malo de Durfort, 6º duque de Duras,  primer gentilhombre del Rey y Par de Francia. Durfort era hombre de confianza de Luis XVIII y más tarde lo fue de Carlos X. Corrían tiempos convulsos en Francia, donde la Restauración borbónica no provocaba excesivas simpatías, dada su probada inclinación al absolutismo. No sólo existe una oposición republicana, sino también nostálgicos de Napoleón, muchos de ellos cesantes en sus puestos a causa de la Restauración, y, lo que es peor, desunión entre los monárquicos, especialmente entre los calificados como ‘ultras’ y los liberales. Claire de Duras se identificaba con estos. Candidatos a la malquerencia y a la insidia – por una u otra razón, o por ambas – no faltaban.

En cualquier caso, no se puede decir que Claire de Kersaint (ese era su nombre de soltera) tuviera una existencia apacible ni feliz. Nacida en febrero de 1777 en la ciudad bretona de Brest, hija del conde de Kersaint, vicealmirante de la Armada francesa, asistió con doce años al nacimiento de la Revolución y con dieciséis sufrió la muerte de su padre – diputado girondino guillotinado por oponerse a la ejecución del Rey –, así como la confiscación de los bienes familiares.

En Abril de 1794, Claire, hija única, inicia junto a su madre, enferma y perturbada, un exilio que se extenderá por dos continentes. Viajan en primer lugar a Filadelfia, para trasladarse a continuación a Martinica, donde la joven Claire demuestra prematuramente su determinación y energía en la tarea de recuperar, con éxito casi total, la importante herencia materna. Suiza, donde se reunirán con Madame de Staël, será la escala siguiente. Finalmente, en 1795, se instalan en Londres, donde se concentra gran parte del exilio aristocrático francés huido de la Revolución.

Extracto de ‘Olivier o el secreto’

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CARTA X

LA CONDESA DE NANGIS
A LA MARQUESA DE C.

Ayer he pasado la tarde en casa de mi suegra, allí he encontrado a Lord Exeter, Olivier y él se han colocado cerca de mí, y entonces, he relatado a Olivier el elogio encantador que Lord Exeter me había hecho de él la víspera de su llegada. “Nosotros los ingleses que carecemos de imaginación, dijo Lord Exeter, admiramos singularmente ese don de variar su mente y de pasearla por mil temas diferentes. Es preciso que haya una gran fuerza en una facultad de la que se hace todo lo que se quiere. – Yo no lo creo, respondió Olivier, pensaría más bien que la movilidad procede de la debilidad. No se recorren tantos temas más que porque os cansan todos sucesivamente. – O bien, dijo Lord Exeter, porque se les agota rápidamente, lo cual no es lo mismo. – A menos, dije yo mirando a Olivier, que no sea cuestión de sentimiento; entonces ¿es la fuerza o la debilidad lo que produce la constancia?” Lord Exeter se puso a reír: “no me atrevo a decir lo que creo, repuso, pero siempre he pensado que había pereza en la constancia, y que frecuentemente hacía falta menos fuerza para ser fiel que para cambiar. – Eso depende del carácter, dijo Olivier. – La inconstancia puede ser un deber, dijo Lord Exeter. – O un capricho, exclamé yo. – ¡O una desgracia!, dijo Olivier.” Al pronunciar estas palabras se levantó y se alejó de nosotros con una expresión de tristeza que me sorprendió: pues Olivier tiene demasiado buen gusto para no tomar las cosas por lo que valen; pero hace tiempo que noto que las bromas le hieren, y que nunca se puede prever el efecto que algo puede hacerle, Lord Exeter me dijo: “Ciertamente hay una causa secreta en la melancolía de Olivier; hay temas que no se pueden tocar con él; se parece a la sensitiva, cuando uno se acerca él se retira.

Traduc.: José Ramón San Juan

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ISBN: 978-84-940242-3-8
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