“Así fue. Justo cuando venía escapando, Leonardo Ferretti leyó la revista Gente y se enteró: un argentino, el doctor Fabián Hunico, había inventado un método para reproducir en serie a la especie humana. Era una técnica basada en la partición de células, el aprovechamiento de genes, la fusión de protones, neutrones y priones… La noticia detuvo su viaje a la desaparición. Fue al consultorio-laboratorio del científico y como Hunico había liquidado su día de trabajo terminaron de copas en un bar. Al tercer whisky, Ferretti habló:
–Estoy harto de salir con muchas mujeres. Tengo un corralito de hembras, diez que forman mi harén. Soy un pájaro carpintero del sexo, ando martillando de acá para allá. Pero como no estoy enamorado de ninguna, cada vez que me toca el turno de atenderlas me digo: “Qué triste es esto, qué solo estoy”. Penetrarlas es igual a meter la mano detrás del telón en el teatro de sombras tailandés. Algunas noches me hago el propósito de quedarme tranquilo en casa viendo televisión, pero entonces escucho las voces de sus pensamientos llamándome. “Leonardo, amor, amor”. “Vení, soy toda tuya”. “¿Cómo podés dejar de verme sabiendo lo que haríamos juntos si estuvieras acá?”. Y el teléfono que suena a cualquier hora, y los golpes en la puerta por la madrugada. ¿Se imagina lo que es aguantar el lloriqueo de una, el histerismo de otra, la melancolía de la tercera, la ninfomanía de la cuarta (una bestia con un cuerpo fabuloso, fue Miss Bikini Balneario Mar Azul), las ganas de casarse de la quinta…?
–Déjelas a todas –dijo Hunico–. ¿Pedimos unas papitas, unos maníes?
–Es lo que me decían mis ex amigos. ¡Mozo! Me decían: “Somos la rabia y el hambre, somos los dientes de tu pan. Tiranos a esas perras calientes que en tu lugar vamos a saber qué hacer”. ¿Entiende mi tragedia, doctor? No sé abandonar. Me pone mal dejarlas, pienso qué va a ser de sus vidas, cómo se las arreglarán sin mí… Por eso le pido: reprodúzcame. Quiero que en la proliferación de mis simulacros ellas me tengan por compañía mientras yo gano descanso y soledad.
–¿Acaso desconoce que en las presentes condiciones de la evolución científica el desarrollo de una réplica no es sinónimo de reproducción de una identidad? –dijo Hunico– ¿Ignora que sus hipotéticas copias asumirían la categoría de entidades per se…? Aunque no nacidos del tibio y viscoso esperma, estos derivados resultarían sujetos sustanciales, y como tales…
–Mire, doctor. Sin ánimo de ofender. No es que sea un insensible, pero si no fuera porque en cuestiones de sexo el conocimiento se funda sobre la apariencia… ¡Me importaría un carajo que mis dobles le salieran parecidos o distintos a mí! Es curioso. De todas esas mujeres que dicen conocerme a la perfección no debe haber una que tenga el más mínimo atisbo de mi alma, como no lo tengo yo mismo, ni lo tendré, en tanto no sea propiedad de las almas el encarnarse o reflejarse. Y como nunca nadie habló de un alma en espejo y nadie la vio nunca, y como mis mujeres no han adorado más que mi epidermis, de la pura experiencia del tacto infieren que la cosa que acarician soy yo. Es por eso, para que funcione el engaño, que le ruego me haga copias que posean estricta semejanza respecto del original.
–Hay otros problemas –dijo Hunico–. No se trata sólo de adecuar mi voluntad a su pedido. En el presente estado del desarrollo científico no puedo garantizar resultados inmediatos. En realidad, sigo trabajan bajo los parámetros de prueba y error…”
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