Etiqueta: I Guerra Mundial

Un poema de Vera Brittain: ‘Quizás’

Quizás 

Quizá algún día el sol vuelva a brillar 

y veré que el cielo sigue siendo azul,

y sentiré una vez más que no vivo en vano 

aunque sea despojada de ti.

Quizá los prados dorados a mis pies 

harán agradables las horas de sol primaveral

y me parecerán dulces las blancas flores de mayo 

aunque te hayas ido.

Quizá los bosques de estío resplandezcan, 

las rosas rojas sean hermosas de nuevo

y una delicia los otoñales campos de cosecha, 

aunque tú no estés aquí.

Quizá algún día no me encoja de dolor 

al ver pasar el año que termina

y escuche de nuevo villancicos 

aunque tú no puedas oírlos.

Pero aunque el amable Tiempo renueve ciertos gozos 

el más grande de ellos no sentiré de nuevo

pues mi corazón se quebró 

hace largo tiempo al perderte.

Vera Brittain. Poema dedicado a Roland Leighton. Primer Hospital General de Londres, febrero de 1916. Trad.: Eva Gallud Jurado

El amor entre Vera Brittain y Roland Leighton en dos libros: ‘Un llanto sobre el mar’ y ‘Nada tan amargo’

Dos de nuestros libros están íntimamente relacionados y si se leen a la vez se comprenderá por qué. En ‘Nada tan amargo’, conjunto de poemas de poetas de la I Guerra Mundial, Vera Brittain tiene un protagonismo especial. Pero también Roland Leighton, aquel muchacho de quien estuvo enamorada y cuya relación quedó truncada por la guerra. De Roland Leighton hemos publicado ‘Un llanto sobre el mar’ y tanto en un libro como en otro se encuentran poemas cruzados, los que Vera dedicó a Roland y los que Roland dedicó a Vera.

Leighton no tenía un círculo amplio de amigos ya que sus compañeros lo consideraban bastante frío y vanidoso. Sin embargo, se convirtió en un amigo cercano de Edward Brittain, hermano de Vera. Leighton utilizó el medio de la poesía para expresar su creciente amor por ella, a quien conoció cuando tenía 19 años. No tuvieron mucho tiempo. Roland moría en 1915, con 20 años, en Francia.

Fotografía de Vera Brittain
Vera Brittain

‘Un llanto sobre el mar’ fue editado por Paula Campos Fernández. ‘Nada tan amargo’, por Eva Gallud Jurado. Sin ellas no hubieran sido posible estos libros.

Porque yo naceré en un burdel

Roland Leighton

Porque yo naceré en un burdel
y tú nacerás sobre un trono.
Con rostro desatento
el destino nos asigna un lugar,
y nunca podemos reclamar el nuestro.
Y no nos atrevemos a murmurar
y no expresamos queja alguna,
aunque muy bien sabemos
qué infierno deben vivir algunos
antes de morir.
Porque una parte de la tierra es cielo
y la mayor parte de la tierra es infierno
y las estrellas burlonas
miran a través de las rejas del cielo
y sonríen: «Dios lo ha hecho bien.»

Traducción: Paula Campos Fernández

El único hijo

Vera Brittain

La tormenta golpea ruidosa y tú estás lejos, 
la noche es feroz,
¿acaso apunta el día en lejanos campos de batalla, 
pequeño mío?

Hasta el menor de los males intenté evitarte 
en el pasado,
con sueños de hombría en colinas lejanas calmé 
tus temores infantiles,

pero no pude salvarte del choque del conflicto; 
con ojos brillantes
agarraste la espada y por el camino de la Vida 
saliste a buscar tu recompensa.

La tempestad ruge, pero tú estás dormido; 
aunque el viento azote con furia
no podrán romper tu profundo sueño infinito, 
pequeño mío. 

Traducción: Eva Gallud Jurado

Un poema de la edición de la obra de Roland Leighton en ‘Un llanto sobre el mar’

Un llanto sobre el mar

Vale 

Adiós, entonces. Ya cantamos nuestras dulces canciones; 
marchitas están nuestras guirnaldas de rosas rojas.
El día luminoso 
–plata y azul y oro– 
se apaga, en busca del sueño

La tarde resplandece, 
atravesada por la sangre del ocaso, 
como un pájaro suave y gris que vuela 
para descansar bajo las alas perfumadas 
de la noche oscura y azul. 

Traducción Paula Campos Fernández

Roland Aubrey Leighton nació en Londres el 27 de marzo de 1895 y ha pasado a la historia de la literatura inglesa como uno de los ‘war poet’, uno de aquellos jóvenes idealistas que se desengañaron en las trincheras de la I Guerra Mundial e imprimieron un giro crítico y pacifista a la poesía de su tiempo. Hijo mayor de Robert Leighton, autor de libros de aventuras para jóvenes, y de Marie Connor Leighton, una conocida escritora de novelas románticas, Roland estudió entre 1909 y 1914 en el internado de Uppingham, en Rutland, donde fue un alumno ejemplar. Allí conoció a Edward Brittain y a Victor Richardson, sus amigos más cercanos. En abril de 1914, Edward le invitó a pasar las vacaciones de Semana Santa en su casa de Buxton (Derbyshire) y allí conoció a Vera Brittain, con quien establecería una relación. El 28 de julio de 1914, tan sólo semanas después de que Leighton terminara el instituto, se declaró la Primera Guerra Mundial. Al igual que muchos jóvenes de su generación, se alistó en el ejército tan pronto como pudo. En marzo de 1915, fue destinado a Francia con el Regimiento de Worcestershire. La noche del 22 de diciembre de 1915, Leighton recibió un disparo cuando estaba de descubierta cerca de la tierra de nadie. Murió al día siguiente en Louvencourt. Tenía 20 años. #unllantosobreelmar #rolandleighton #paulacamposfernandez #warpoet #primeraguerramundial #poesia #bilingue

El libro ha sido traducido, anotado y seleccionado por Paula Campos Fernández. Incluye un prólogo a cargo del poeta Ben Clark y una introducción de David Leighton. El estudio introductorio ha corrido a cargo de la propia editora literaria, quien realizó su tesis doctoral sobre el desaparecido poeta británico. La obra, en edición bilingüe español-inglés, incluye, por último, un anexo fotográfico con fotos de la vida de Roland Leighton y de sus manuscritos.

El libro saldrá oficialmente a la venta el 13 de julio.

‘La batalla contra el olvido’, artículo de Eva Gallud sobre las mujeres poeta de la I Guerra Mundial

Hace unos días se cumplió un año del «I Encuentro nacional de traducción literaria» que tuvo lugar en la Casa Gerald Brenan de Málaga. El tema del día inaugural era «Las trincheras de la traducción» y la poeta y traductora Ea Gallud habló de las poetas inglesas de la Primera Guerra Mundial que reunió en el libro «Nada tan amargo», con textos seleccionados por ella y publicados por nosotros. Aquí os dejamos el texto de su participación, «La batalla contra el olvido», y el enlace a su publicación en medium.com.

“Aquellos poetas soldados sobreviven aún en sus versos que son releídos, reeditados y antologados. Pero, ¿qué fue de las autoras? ¿Existieron mujeres poetas de la guerra? Después de haber traducido a dos de los famosos «poetas de la guerra» –Siegfried Sassoon y Rupert Brooke– surgió en mi cabeza, inexorable, la pregunta: ¿dónde estaban ellas?

Fruto de ese interrogante y de la consiguiente investigación nació Nada tan amargo, publicado por El Desvelo, donde hemos recuperado la voz de seis poetas inglesas –Vera Brittain, Rose Macaulay, May Wedderburn Cannan, Jessie Pope, Margaret Sackville y S. Gertrude Ford–, seis poetas inglesas, decía, cuya obra está marcada de algún modo y en algún momento por la Primera Guerra Mundial.”

Eva Gallud Jurado

https://medium.com/@ave.o.eva/la-batalla-contra-el-olvido-463070dd4fe9

Nada tan amargo

Brooke y los war poets, según José María Lasalle

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El heroísmo bélico como aventura poética


La guerra y la poesía se muestran a nuestros ojos postmodernos como palabras irreconciliables. La irrupción de la técnica y el hecho de que la guerra se haya transformado en algo mecánico, desprovisto de la épica que tradicionalmente se asoció a ella, han sido las causas de la cesura tan radical que hoy existe entre ambas. Sin embargo, esto no fue siempre así ya que durante siglos la guerra y la poesía estuvieron hermanadas. Es más, de acuerdo con la vieja cultura heroica heredada de la Grecia arcaica, la guerra era la instancia última en la que la paideia (educación) se ponía a prueba al demostrar en ella la excelencia (areté) del kalos kagathos o, si se prefiere, del aristócrata que en el bautismo de fuego y sangre podía descubrir quien era realmente. 
De aquella ancestral visión homérica ya no queda nada desde que el «rojo» y el «negro» stendhaliano fueron engullidos por la grisácea y anónima uniformidad de los ejércitos modernos. Inmersos en una civilización que desde Kant ve en la paz una conquista admirable, la guerra es ahora una realidad injustificada y despreciable, incluso cuando lo que se pone en juego es la legítima defensa, pues, de acuerdo con la sensibilidad contemporánea, resulta difícil encontrar en ella algo más que dolor, humillación y barbarie. Y aunque la guerra ha sido siempre «eso» esencialmente, con todo, la misma ha perdido a lo largo del siglo XX la aureola sublime que desde la Ilíada había embellecido aquel polemos en el que Heráclito fundó todas las cosas, y que muchos siglos después todavía hacía decir a Schiller que «incluso en la guerra, lo supremo nunca está en ella».
En las «batallas de material» del siglo pasado la guerra dejó de ser un hecho humano para convertirse en un fenómeno abstracto que quedó subordinado a la técnica y a sus masivos instrumentos de destrucción. La vivencia tradicional de la guerra cayó así en desgracia al diluirse la cuestión humana como circunstancia y límite, fin y medio de la confrontación bélica; de manera que este hecho, sumado al sometimiento de la guerra a la política e, incluso, a la propaganda de masas, terminó transformándola en una empresa inasumible culturalmente, pues, el objetivo de la misma ya no era imponerse a otro en el peligro del combate singular, sino tan sólo la aniquilación anónima de éste al identificarlo ideológicamente como un mero «enemigo». Y es que como dijo Lenin en «La bancarrota de la II Internacional» (1915): «Aplicada a la guerra, la regla principal de la dialéctica nos enseña que: `La guerra no es más que la continuación de la política por otros medios’… Tal es la fórmula de Clausewitz, uno de los grandes escritores de la historia militar en el que Hegel ha contribuido a fecundar sus ideas». 
Esto que ahora nos parece tan claro, sin embargo, supuso una revelación atroz para las generaciones que fueron a la Primera Guerra Mundial con el zurrón repleto de visiones románticas en torno al fenómeno bélico. Un ejemplo de ello y de cómo pudo superarse poéticamente esta vivencia fue la obra de Rupert Brooke (1887-1915). Perteneciente a la generación de los llamados poetas bélicos, representa junto a John Drinkwater, Wilfred Owen, Siegfried Sassoon, Edith Sitwell, Harold Monro, W. H. Davies y W. W. Gibson, uno de tantos a los que la impetuosidad romántica arrastró desde las aulas de Oxford y Cambridge a las trincheras de aquella Gran Guerra que, como bien describió Robert Graves, fue algo horriblemente «incomunicable».
Nacido en Rugby, Brooke estudió en el selecto internado que lleva este nombre y que rivaliza con Eton en su prestigio elitista. Hijo de un catedrático, se doctoró en literatura en el King’s College de Cambridge, encarnando pronto el ideal aristocrático de su época. Así, además de dotarse de una sólida formación intelectual mostró, también, una clara preocupación política que lo llevó a vincularse a aquella Sociedad Fabiana de la que eran destacados miembros George Bernard Shaw y Sidney Webb, y que pretendía combatir los excesos del capitalismo industrial de la época a través de elites que transmitieran ideales humanitarios y socialistas a los partidos clásicos -el tory y el whig-, con el fin de promover la reforma de aquél y evitando, de paso, que la revolución pudiera destruir las libertades políticas bajo la tiranía de las masas.
Viajero infatigable que recorrió Europa, América del Norte y la Polinesia, Brooke siguió el «iter» romántico del aventurero vital, tal y como hicieron antes sus admirados Rimbaud, Stevenson o Gaugin. Deseoso de descubrir la belleza prístina de la humanidad, admiró en los Mares del Sur a aquellos «nativos de Samoa y Fidji que son más hospitalarios y corteses, más amantes de lo bello que los europeos que aquí habitan», quizá porque, como creía Rousseau, habían sido capaces de vivir incontaminados de los vicios que irradiaba ese individualismo que hacía de la propiedad sobre las cosas o, si se prefiere, de esa dialéctica de «lo mío y lo tuyo», el fundamento de un Progreso que era identificado con el Bienestar material.
Cantor del amor y enamorado de la belleza alabada por Keats y Shelley, en sus «Pensamientos sobre la forma del cuerpo humano» (1911), describió el dolor consustancial que porta consigo el hombre al no poder evitar su caída, pues: «¿Cómo puede el amor triunfar y recrearse/donde la fiebre se oprime contra la fiebre/la rodilla contra la rodilla?/¡Si pudiéramos habitar la armonía,/y en ella alentar puros y perfectos/y como pensamientos sin cuerpos ascender/hacia un redondo y radiante amor,/y amar serenamente una perfecta esfera,/como una luna a otra, y ser/semejante a la estrella Lunisequa/siguiendo fijamente el redondo orbe claro de su delicia,/eternamente oscuro, a través de la eterna noche…!». 
La premonición del estallido de la guerra en Europa lo apartó de los brazos de la nativa que amó en Waikiki y lo trajo de vuelta a Inglaterra. Y su amistad con Winston Churchill -entonces Primer Lord del Almirantazgo- lo hizo oficial de marines, luchando en las trincheras de Anvers juntos a sus amigos Denis Browne y Raymond Asquith. En ellas compuso sus famosos «Sonetos» (1914), obra en la que logra transmutar el sufrimiento del soldado al descubrir la belleza que encierra el sacrificio heroico que porta la camaradería guerrera, como cuando dice en «Paz»:

Demos gracias a Dios, que nos ha hermanado en Su hora,
y ha invocado a nuestra juventud, y ha hecho que despertemos del sueño,
con segura mano, ojo limpio y certero poder,
para que abandonemos alegres,
como nadadores que buscan de un salto la región más pura,
el frío y gastado mundo envejecido,
y los corazones enfermos a los que ya no mueve el honor,
y a los cobardes, y sus monótonas y sucias canciones,
y toda la triste futilidad del amor.

Inmerso en la vorágine bélica, la temblorosa subjetividad que irradian estos sonetos denota su alejamiento de la ojetividad que heredó de Keats y el desarrollo de una emoción imaginativa en la que el peligro de la muerte estremece su creatividad al despertar en él un nuevo sentimiento de libertad que entronca con la vivencia de la fratria griega. Así, acompañado por la lectura de la Iliada se embarcó entusiasmado en la expedición que Churchill envió a la península de Gallipoli, mientras retumbaban en sus oídos esos versos en los que grita que es dichoso porque habiendo conocido la vergüenza del mundo del que proviene, con todo, ha encontrado junto a sus camaradas la libertad que ofrece ese lugar en el que «no hay pena ni enfermedad, y el sueño ya no inquieta/donde nada se quiebra sino este cuerpo,/y nada se marchita sino este aliento./Nada estremece la suave paz del sonriente corazón,/lejana ya la agonía,/en la región de la muerte, nuestra peor amiga y enemiga». 
Fallecido en la isla de Skyros, su cuerpo reposa allí, junto al Egeo, como quiso también su admirado Byron al caer en Grecia. En el epitafio de su tumba reza esta escueta inscripción escrita en griego: «Aquí yace Rupert Brooke, servidor de Dios, alférez de la Armada británica, muerto en camino de liberar Constantinopla de los turcos». Con su muerte el Romanticismo se hizo, también, pasado.

JOSÉ MARÏA LASSALLE

(Publicado en El Diario Montañés de Santander).

Librerías en donde puede encontrarse ‘El batallón de mujeres de la muerte’

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Estas son las librerías donde podéis encontrar #Elbatallondemujeresdelamuerte, memorias de Maria Botchkareva, la mujer que ingresó en filas y creó unidades militares en Rusia por primera vez, con todo lo que eso acarreaba en plena I Guerra Mundial y Revolución. Maria se codeó con Kerenski, Lenin, Trotsky y Kornilov. Fue maltratada, violada, condecorada, adorada por sus camaradas y por las mujeres que sirvieron bajo sus órdenes, fue presa en un gulag, prófuga, espía, comandanta y exiliada. El libro se está agotando, pero aún podéis encontrarlo en estas librerías de España. No os lo perdáis porque de verdad merece la pena:

FNAC
Casa del Libro
La Central
Elkar
Abacus
Laie
OMM Campus
22 Llibreria (Girona)
Biblioteca de Babel (Palma de Mallorca)
Campus (Palma de Mallorca)
Casellels (Lérida)
El Celler de Llibres (Barcelona)
Galatea Llibres (Reus)
La 2 de Viladrich (Tortosa)
La Librera del Savoy (Palma de Mallorca)
La Llar del Llibre centre (Sabadell)
Les hores (Sant Boi de Llobregat)
Llegim (Igualada)
Mon de Llibres (Manacor)
Ombra (Rubi)
Paideia (San Cugat del Valles)
Proleg (Barcelona)
Taifa Llibres (Barcelona)
Ambra Llibres (Gandía)
Argot (Castellon)
El Puerto (Puerto de Sagunto)
La Costera (Xativa)
Leo (Valencia)
Paris Valencia 1 (Valencia)
Paris Valencia 4 (Valencia)
Plácido Gómez (Castellón)
Sidecar (Valencia)
SIJ 1993 (Ontinyvent)
Ali i Truc (Elche)
Diego Marín (Murcia)
Herso (Albacete)
Libros 28 (San Vicente, Alicante)
La Montaña Mágica (Cartagena)
Popular Libros (Albacete)
Santos Ochoa (Torrevieja)
Antonio Machado, BB AA (Madrid)
Antonio Machado, Fernando VI (Madrid)
Booksellers (Madrid)
Buenavista (Toledo)
Cervantes y Compañía (Madrid)
De Mujeres (Madrid)
Ecobook (Madrid)
El Aleph Libros (Madrid)
Enclave de Libros (Madrid)
Le Librería (Madrid)
Los Editores (Madrid)
Mujeres y Compañía (Madrid)
Ontanilla (Aravaca)
Terán Libros (Madrid)
Visor Libros (Madrid)
La Afición Literaria (Vitoria)
Cámara (Bilbao)
Castroviejo (Logroño)
Cerezo (Oviedo)
Estvdio (Santander)
Gil (Santander)
Katakrak (Pamplona)
La Librería de Bolsillo (Gijón)
Ojanguren (Ovviedo)
Santos Ochoa (Logroño)
Tin Tas (Bilbao)
Agapea Factory (Málaga)
Agapea Mallorca (Málaga)
Alsur (Granada)
Babel Librería (Granada)
Extra-Vagante Libros (Sevilla)
Lual Picasso (Almería)
Luces (Málaga)
Luque (Córdoba)
Metáfora (Roquetas del Mar)
Palas (Sevilla)
Panella (Sevilla)
Picasso, Obispo Hurtado (Granada)
Prometeo y Proteo (Málaga)
Rayuela (Málaga)
Término (Alcalá de Guadaira)
Yerma (Sevilla)
Bibaruk (Almería)
Libros del Laberinto (Jerez de la Frontera)
Libros Prohibidos (Úbeda)
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Hydria (alamanca)
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