El escritor Ricardo Martínez Llorca dedica, en la revista Culturamas, una crítica a la obra ‘La enfermedad’, de Klabund. Os dejamos una cita y un enlace a la publicación digital.
Un extraño grupo de gente se reúne en una pensión, como se reunieron, aunque en diferente escala, los protagonistas de La montaña mágica. Y así se da origen a algo que está trazado con el formato del cuento largo o de la novela corta, pero que bien podríamos catalogar como teatro de situación. De hecho, hay un ligero guiño metanarrativo, pues dentro de la obra algunos de los protagonistas se disponen a participar en una obra de teatro, y otros a ser espectadores. Se nos indica, de alguna manera, que ellos son conscientes de formar parte esencial, tan esencial como es la creación de personajes, de una obra. Y el tema de esta obra es una exploración acerca de los límites de la dignidad. Entendiendo por dignidad un atributo social: la dignidad se demuestra manteniendo una compostura en un entorno y en unas circunstancias, que pueden ser tan tristes como una tuberculosis.
Estas son las librerías y puntos de venta online en donde podéis encontrar La enfermedad, de Klabund:
El Corte Inglés, FNAC, Casa del Libro, Amazon, Troa, Elkar, La Central, Laie, Santos Ochoa, Antígona (Zaragoza), Cálamo (Zaragoza), Escolar de Teruel (Teruel), Llibreria 22 (Girona), Agapea Factory (Palma de Mallorca, Málaga y Las Palmas de Gran Canaria), Finestres (Barcelona), La irreductible (Lérida), La fatal (Lleida), La Llar del llibre Centre (Sabadell), Taifa Llibres (Barcelona), Berbiriana (La Coruña), Eixo (Orense), Follas Novas (Santiago de Compostela), Lenda (Bertamirans, La Coruña), Antonio Machado (Salesas y BBAA, Madrid), Cafebreria Ad Hoc (Madrid), Cervantes y Compañía (Madrid), El Aleph (Madrid), La Fábrica (Madrid), La Mistral (Madrid), Pasajes (Madrid), Pérgamo (Madrid), Tipos Infames (Madrid), Visor Libros (Madrid), Cerezo (Logroño), Cervantes (Oviedo), Vorágine (Santander), Lagun (San Sebastián), Polledo (Oviedo), Sancho Panza (Cabezón de la Sal), Taiga (Torrelavega), La Montaña Mágica (Cartagena), París Valencia 1 y 3 (Valencia), Popular Libros (Albacete), Primado (Valencia), Publics (Denia), Railowsky 2 (Moncada), Babel (Granada), Entre Libros (Linares), Picasso (Granada), Rayuela (Málaga), La Orotava (Tenerife), Agapea (Las Palmas de Gran Canaria), Ciento Volando (Madrid), Isla de papel (Sevilla), Saltes (Huelva), Sinopsis (Las Palmas de Gran Canaria), El árbol de las letras (Valladolid), Galatea Librería Inglesa (León), Letras Corsarias (Salamanca), Cervantes (Miranda de Ebro), Oletum (Valladolid), Pastor (León), Margen (Valladolid), Libroteca (Vigo), Biblos (Betanzos), Gallaecia (Santiago de Compostela), Kathedra (Ourense), Couceiro (Santiago de Compostela), Mendinho (Vigo), Paz (Pontevedra).
Distribución: UDL Libros, Mira Distribuciones, Alonso Libros, Arnoia, Azeta, Lidiza.
Por las páginas de La enfermedad desfilan personajes curiosos que son la traducción narrativa de personas reales con las que convivió Klabund, el autor de la novela, durante su estancia en Davos para tratarse de la tuberculosis, también conocida como ‘La enfermedad de los poetas’ o ‘La enfermedad de los hoteles’. Os dejamos un extracto del prólogo de Olga García a la novela de Klabund, en el que retrata al autor:
Alfred Henschke, Klabund.
A Alfred Georg Hermann Henschke (Crossen del Oder, la actual ciudad polaca de Krosno Odrzańskie, 1890 — Davos, 1928), conocido sobre todo por el pseudónimo de Klabund, le diagnosticaron a los dieciséis años tuberculosis pulmonar «cerrada» (es decir, no contagiosa). La enfermedad no frenó las energías del, en un principio, discreto y aplicado hijo de boticario que a los veinte años se autodefinió como escritor, al haber ya compuesto 597 poemas, 29 relatos, 13 piezas de teatro de un acto, una novela, una colección de aforismos, además de otros fragmentos para futuros dramas y novelas. Fredi plantó cara a su despótico padre, se negó a seguir estudios de farmacia y eligió los derroteros de la literatura. Klabund estaba naciendo. Múnich, Lausana, Berlín, Locarno y Davos le acogerán. Escribirá más de 1.500 poemas, un total de 70 obras, entre escritos propios y adaptaciones; a pesar de su prematura muerte a los treinta y siete años. Setenta textos en veinte años bajo el ritmo trepidante de quien sabe que tiene los días contados, porque la tisis «galopa».
Desde su primera convalecencia en Locarno en 1907, aquel joven delgado, pálido, de apariencia tímida, con sus inseparables gafas gruesas de montura oscura irá y vendrá de los más variados lechos amorosos a las tumbonas de los sanatorios; de la climatoterapia de altura a los escenarios de los más conocidos cabarés de la época; aunque siempre obligado a intercalar periódicas curas de reposo y dieta rica en grasa en las alturas alpinas.
Durante una estancia en Arosa en 1914 comienza a perfilar un relato con tintes autobiográficos (La enfermedad) que escribiría posteriormente, entre febrero y marzo de 1916, durante la que sería la primera de sus muchas y sucesivas convalecencias en Davos.
Se albergó en el sanatorio del doctor Jessen, donde cuatro años antes también Katia Mann había sido tratada. No obstante, su estancia en el sanatorio Wald apenas duró unos días. Las normas allí eran demasiado rígidas (y la minuta posiblemente también elevada) para él. En la Pensión Stolzenfels en Davos-Dorf encontraría, sin embargo, acomodo y un refugio hasta sus últimos días. El establecimiento estaba regentado por el matrimonio Poeschel. Al jurista Erwin Poeschel (1884-1965) la tuberculosis le privó de poder ejercer su profesión. En Davos conoció a la también paciente Frieda Ernst, y una vez restablecidos ambos, decidieron encargarse del edificio de seis plantas, levantado en 1913 en el Höhenweg, la pensión Stolzenfels.
En Erwin Poeschel encontró Klabund un amigo y un erudito interlocutor, que escribía críticas de arte y literarias; y mantenía una cordial amistad con Hermann Hesse, Jakob Wassermann, Philipp Bauknecht, Philipp Modrow y Augusto Giacometti. En 1928, el mismo año de la muerte de Klabund, la inflación le obligará a cerrar la pensión, pero Poeschel siguió su nunca interrumpida andadura en el terrero de la historia del arte, convirtiéndose en uno de los más reconocidos expertos de Suiza.
Klabund inmortaliza en La enfermedad a los Poeschel. El matrimonio Neumo y Tórax Paustian de la pensión Schönblick no son otros que ellos, y el apodo de la pareja alude al método quirúrgico denominado punción de neumotórax. Igualmente las figuras principales de la narración: Sylvester Glonner y Sybil Lindquist permiten ser identificadas con el propio Klabund y su amiga Sybil Smolowa, que había conocido en Arosa. También el personaje de Alfons Pein se corresponde con el escritor hoy olvidado Paul Apel; y el doctor Ronken responde al doctor Jessen. También la toponimia local recorre
las páginas de La enfermedad: el Grand-Hotel Belvédère, el restaurante Kolbinger, el Rößli, el kurhaus, el teatro, la promenade, la pista de bobsleigh de Schatzalp, etc.
El relato de Klabund, que fue publicado en 1917, sorprendentemente presenta varios paralelismos con La montaña mágica (1924). El ambiente mórbido, a la vez exaltado, la desesperación pero también las ansias de vivir que inundan el sanatorio del doctor Jessen (Dr. Ronken para Klabund, Dr. Behrens para Mann), el traslado nocturno de los cadáveres montaña abajo por la pista de bobsleigh de Schatzalp, la equiparación de la ciudad de Davos a un mítico inframundo hundido en las profundidades (Vineta para Klabund, el reino de las sombras para Mann), o las macabras fiestas de carnaval y algunos amoríos del propio autor parece como si hubiesen sido transpuestos posteriormente a La montaña mágica. Si Thomas Mann algo sabía de las correrías y la obra del espíritu vagabundo es una incógnita. De lo que no hay duda es que Klabund fue el iniciador de los bailes de disfraces en la pensión Stolzenfels. Él mismo se encargaba de componer los programas y de ensamblar collages dadaístas para anunciar, siempre con un corrosivo humor negro, por ejemplo, el próximo Baile de la banana. Sus carteles demuestran el carácter polifacético del autor, además de ofrecer un abanico de visualizaciones sarcásticas de la tuberculosis.
No obstante, el tísico Klabund, a diferencia de Hans Castorp, no estaba dispuesto a prolongar innecesariamente sus estancias en Davos. Para él, la vida no consistía en esperar, y como aquel sabía que arriba en el sanatorio se consume más tiempo que en ningún otro lugar; y justamente tiempo es de lo que él no disponía. Para Klabund escribir se convierte en una adicción, una forma de sobrellevar la enfermedad. Sí, tumbado como Oblomov, pero activo; siempre escribiendo en la tumbona, bien tapado y rodeado de libros y papeles. Así lo pintó Erich Büttner.
La frívola y a la vez mórbida existencia de los moribundos en Davos la plasmó irónicamente Klabund en no pocos versos y textos fragmentarios. La enfermedad es un motivo recurrente en su obra, llegando hacer literatura de la tuberculosis. En su Historia de la literatura universal (1922), Klabund apunta: «Debería escribirse una historia literaria de los tísicos. Esta enfermedad constitucional posee la facultad de modificar mentalmente a aquellos en quienes hace presa. Les impone el castigo de Caín, el cual proyectó su pasión hacia su interior, devorándose los pulmones y el corazón.»
En lugar de la conocida frase con la que Rilke arranca Los apuntes de Malte Laurids Brigge —«¿De modo que aquí viene la gente para vivir? Yo creería más bien que aquí se muriera.»— Klabund inicia su relato La enfermedad con la pregunta: «¿Entonces usted únicamente ha venido aquí
Olga García. Del prólogo de ‘La enfermedad’
Baile de la banana, una de las actividades lúdicas promovida por Klabund en Davos.
Sanatorio Schatzalp, donde se alojó Klabund, hoy hotel, en Davos.
‘La enfermedad’, de Klabund, retrata las interioridades de sanatorio Schatzalp en donde estuvo alojado mientras se trataba contra la tisis en los años 20 del pasado siglo. Al igual que él otros enfermos, o que creían estarlo, acabaron pasando temporadas en un sanatorio de Davos. Una de ellos fue Katia Mann, esposa de Thomas Mann, quien por las cartas y las visitas que realizó obtuvo datos suficientes como para escribir ‘La montaña mágica’. Klabund, a buen seguro, fue una de sus fuentes de inspiración. Leer ‘La enfermedad’ como el relato en primera persona de Hans Castorp, el protagonista de ‘La montaña mágica’, es inevitable.
Thomas Mann y Davos constituyen un capítulo aparte. Él no fue un asiduo visitante, ni un enfermo pulmonar. Visitó a su esposa, alojada en el sanatorio Wald del doctor Friedrich Jessen, entre el 15 de mayo y el 12 junio de 1912. Katia Mann, en el verano de 1911, había sufrido una enfermedad pulmonar con el diagnóstico de «tuberculosis cerrada». Aunque las imágenes de rayos X posteriores demostraron la ausencia de tal enfermedad, negando tal diagnóstico. No obstante, pasó seis meses en este sanatorio (desde 1958, Hotel Wald). Sus cartas desde Davos y Arosa y lo que el propio Mann observó en su visita le inspiraron para escribir, en un principio, una novela corta que fuera el contrapunto a La muerte en Venecia, un texto caricaturesco sobre la fascinación que la muerte ejercía sobre los tísicos. Volvería una vez más a Davos, aunque solo por unos días, en 1921.
La montaña mágica se publicó en 1924. En ella, Hans Castorp llega a la ciudad para visitar a su primo, aunque acabará quedándose siete años; allí contrae la tuberculosis (gracias a ella se hará más singular, más interesante, y así conseguirá pertenecer al elegante mundo de los enfermos). A partir de ahí, la novela describe la vida en el microcosmos del sanatorio internacional Berghof: el régimen del establecimiento, la evolución clínica de los pacientes, sus relaciones, sentimientos, rituales y extravagancias. Mann se vale de todos los topoi que ya antes y posteriormente han conformado el género de la novela de sanatorio. El Berghof es un establecimiento que nunca existió, aunque por su ubicación y el arquetipo arquitectónico recuerda al sanatorio Valbella, y por la descripción de los espacios interiores y los usos terapéuticos, al sanatorio Wald; sin embargo es el exclusivo Schatzalp (hoy, Hotel Schatzalp) la única clínica real que Thomas Mann explícitamente menciona en La montaña mágica.
La novela ofrece una reflexión sobre el mito de la tisis, y de cómo esta es una metáfora de otros malestares del individuo, de la sociedad y de las amenazas que pesaban sobre ambos. A través de los pensamientos y diálogos de los personajes, el autor analiza los problemas políticos e intelectuales que sacudían a Europa a comienzos del siglo XX. Y Davos se erige en el lugar de huida, en la metáfora literaria para una Europa enferma y desahuciada anterior a la I Guerra mundial.
Olga García. Del prólogo de La enfermedad, de Klabund
—¿Entonces usted únicamente ha venido aquí para morir? —dijo el joven alemán que, con las manos metidas en los bolsillos inferiores de su chaleco deportivo color pelo de camello, recorría enervado la habitación y a la par tosía a causa del humazo de los cigarrillos.
—¿Por qué si no? —repuso Sybil que estaba tendida en la cama fumando, delgada y rubia.
—¡Encantadol, ¡encantadol —murmuraba el pequeño japonés, asistente médico en el sanatorio Beau-Rivage ubicado montaña arriba, mientras sostenía al contraluz una escupidera azul que tenía grabada una extraña escala de medición.
—Diez centímetros cúbicos de esputos —dijo sonriendo, bajo el efecto de algún tipo de júbilo interno.
El japonés hablaba alemán y portugués con fluidez. En ocasiones se hacía pasar por portugués. Mantenía unas relaciones secretas con la doncella del cónsul de Portugal. Una suiza gruesa de Berna que tenía el aspecto de haber sido modelada con masilla. En lugar de un cencerro de vaca llevaba en torno a su rollizo cuello un medallón doble que cobijaba el retrato del pequeño japonés – vestido con su traje nacional de seda y repleto de pliegues.
—Antaño solamente amaba a mujeres morenas —dijo el joven alemán mientras, a través de la puerta del balcón, observaba la nieve que la ventisca había traído.
—Mujeres de pelo negro y ojos negros. Eso era cuando tenía diecinueve o veinte años e iba a tientas en la oscuridad. Mas de pronto se hizo la luz. Amé a una mujer de cabellos castaños y ojos de cierva. Después a una pelirroja de ojos casi celestes que parecían de color violeta cuando se iluminaban. Mis amigos se burlaban de mí y decían que además de cabellos rojos tenía también los ojos rojos, y que por tanto yo amaba a un conejo. – Finalmente sobrevino la claridad a mi alrededor. Salió el sol. Un rubio frenético procedente de un firmamento de mirada celeste. Contemplé el mediodía de mi vida. Cielo azul, sol favorable. ¿Por qué no quiere usted creer, Sybil, que es usted la luz de mi día?
—¡Oh! —Sybil hizo un gesto de rechazo. Tiró la ceniza del cigarrillo sobre la alfombrilla de cama.
El pequeño japonés colocó el frasco azul en la mesilla mientras bailoteaba en aquel rincón sombrío del cuarto. Se le oía reír: como una extraña ave acuática.
Se entretenía hablando a un papagayo disecado en su particular lengua susurrante.
El oficial búlgaro, que pálido y encogido estaba sentado sobre una banqueta mirando fijamente el suelo, carraspeó. Había participado en las dos Guerras Balcánicas, en la batalla de Lüleburgaz, en el sitio de Adrianópolis, en la batalla de Çatalca. Pero nadie podía evocar la guerra en su presencia, o de inmediato le brotaba espuma por la boca.
Cuando el profesor Ronken, el de la barba blanca y la cabeza de petirrojo, le examinó por vez primera, y le auscultó con su elegante fonendoscopio flexible, se desmalló al instante. En ese momento había entrado en la habitación el doctor Froidevaux, recién salido del quirófano, con la bata blanca algo salpicada de sangre.
—Sybil —dijo el búlgaro—, sería grave que usted muriese. Sylvester Glonner tiene razón. Usted es nuestro sol rubio. Estar sentado junto a usted, en este cuarto lleno de humo, reconforta más que estar tumbado amodorrado a pleno mediodía en la galería de reposo. El sol de Davos provoca somnolencia. Usted espabila.
Y volvió a su banqueta.
El joven alemán se apoyó lentamente contra un armario lacado en blanco. Estaba rememorando unos versos de Hölderlin: ¿Pero dónde estás? Mi alma enajenada sueña confusa con todos tus encantos.
—¿Pero dónde estás? —decía en voz alta.
El japonés reía.
Sylvester sentía como si la mirada fugaz de Sybil le hubiese rozado. Igual que si se tratase de una brisa cálida.
El búlgaro miró el reloj:
—Tengo que marcharme a la cura de reposo. Van a ser las seis.
Sin despedirse se fue trastabillando con su pequeña muleta en dirección a la puerta.
El pequeño japonés se deslizó jovial detrás de él.
—Nos hemos quedado solos —dijo Sylvester.
—Como siempre…
Ella exhalaba el humo del cigarrillo hacia el techo y este hacía un sinfín de volutas.
Antes de que acogiera el Foro de Davos, la cumbre de millonarios y hombres de Estado, la ciudad del cantón grisón fue mundialmente famosa por albergar el complejo de balnearios y sanatorios a mayor altitud del mundo. Davos fue construida a 1.500 metros de altura y como ciudad hubo de albergar todo lo concerniente al día a día y los caprichos de una población ociosa: la de los enfermos de tisis.
En 1853 el médico alemán Alexander Spengler constata que el microclima del valle es propicio al tratamiento de la tuberculosis y otras enfermedades pulmonares. El pueblo se transforma entonces en un balneario de cura con la construcción de sanatorios, hoteles y pensiones. Esta transformación será impulsada igualmente con la construcción del ferrocarril rético que unirá Davos con Landquart y que entrará en servicio en 1889. Con el descubrimiento de medicamentos contra la tuberculosis y otras enfermedades curadas con el clima alpino, las actividades de los sanatorios fueron disminuyendo para dar paso al turismo a través de los deportes de invierno y los congresos.
Alfred Henschke, conocido como Klabund, fue uno de sus huéspedes. Enfermo de tisis desde los 16 años, Klabund no veía esteticismo ni melancolía en la enfermedad, que llegó a convertirse entre las clases adineradas en una enfermedad casi romántica. Recorriendo varios sanatorios y con la urgencia de escribir lo que le diera de sí la vida, Klabund recaló en Davos y fue un ‘dinamizador’ del tiempo excelso. Famosas fueron sus fiestas de disfraces.
No todo en su vida era ocio. A los 39 años, cuando falleció, había escrito 70 libros y servido de inspiración a Bertolt Brecht (El círculo de tiza caucasiano’) y Thomas Mann (‘La montaña mágica’).
Por la noche, cuando los húespedes de los sanatorios dormían, los cadáveres de los fallecidos ese día abandonaban el lugar. Las pistas de deportes de invierno y, en especial las de bobsleigh, servían para tal cometido.
Invitación de Klabund a una fiesta de disfraces.Correo de Davos.Portada original de La EnfermedadPortada del libro Historia de la literatura alemana contada en una horaKlabund, visto por sí mismo, con el bacilo haciendo de las suyas.
De la vida de Davos y la obra de Klabund trata La enfermedad, el libro que tendremos a la venta el 26 de septiembre y que ha editado y traducido Olga García, una colaboradora habitual nuestra.
Este libro no hubiera sido posible sin la ayuda prestada por el Institut für Kulturforschung Graubünden, el Instituto de Investigación Cultural de los Grisones. Les damos gracias, en especial a Cordula Seger, por la amabilidad prestada.
El próximo 26 de septiembre, se pondrá a la venta en toda España La enfermedad y otros escritos desde Davos, de Alfred Henschke Klabund. Se trata de una obra muy importante desde el punto de vista histórico y sociológico porque en esta novela corta, de una manera fragmentaria y expresionista, se narra desde dentro la estancia en un sanatorio antituberculoso en la localidad suiza de Davos; al tiempo que supone el reflejo del transfondo documental de ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann, autor que se inspiró en las andanzas de Klabund, a quien conoció cuando iba a visitar a su esposa, recluida en uno de los sanatorios de esta ciudad de la región grisona. En este cantón Suizo, Klabund pasó los últimos años de vida intentando esquivar la tisis que lo consumía.
Escenas vertiginosamente rápidas, a menudo cínicas y frívolas, escritas en un estilo telegráfico denotan en igual medida la desesperación y las ansias de vivir del elenco internacional de pacientes de La enfermedad. Klabund aborda el tema mostrando los aspectos más feos, repelentes e indignos de la tuberculosis, lo que es una marca característica de la corriente expresionista; al igual que lo son el conflicto generacional y la problemática de la alienación. Y la radical y perturbadora forma y lenguaje que el autor crea, cuando la muerte se aproxima o por fin llega, son también deudores del expresionismo y el dadaísmo.
La enfermedad es un texto vanguardista pero con una concepción de la tuberculosis que sigue la tradición cultural y medicinal del XIX, al considerar la afección pulmonar una enfermedad estética que lleva a una muerte incluso lírica
Alfred Henschke alias Klabund, (Crossen del Oder, hoy Krosno Odrzańskie, 1890 –Davos 1928), fue un prolífico, multifacético e inquieto escritor alemán cultivador de prácticamente todos los géneros y subgéneros. Su Círculo de tiza, uno de los mayores éxitos teatrales de la República de Weimar, inspiró a Brecht El círculo de tiza caucasiano. El cabaret fue también para Klabund su estrado de expresión (el Voltaire en Zúrich, el Simplicissimus en Múnich, el Schall und Rauch o el café Größenwahn en Berlín). Y la tuberculosis, su inseparable compañera desde los 16 años.
“En esta época de compendios, extractos, síntesis y sinopsis, donde los saberes aparecen estuchados como complejos multivitamínicos que, en una sola cápsula, deben aportar todo lo que supuestamente debe ingerir el intelecto para participar en la atropellada comunicación internacional; y además demostrar que se es poseedor de una, cada vez más inexistente, cultura general; en esta época, puede que sea el momento para rescatar del doble fondo de la biblioteca una obrita que promete un recorrido por las letras alemanas en sólo una hora. Ésta no es una historia de la literatura al uso, y en efecto se podría leer en el tiempo que su título anuncia, sobre todo si se es un velocista engullidor de píldoras culturales. Sin embargo, su lectura no permitiría adquirir al lego un breve resumen de la historia de la literatura alemana, aunque en sus algo más de 100 páginas el autor pase revista a casi 2 000 años de producción literaria. Semejante obra sólo la podía escribir alguien que manifestó «estar siempre muy seguro de sí mismo», Alfred Henschke (Crossen del Oder, la actual ciudad polaca de Krosno Odrzańskie, 1890-Davos 1928), conocido con el pseudónimo de Klabund, acrónimo a partir de Klabautermann (duende en las embarcaciones del mar Báltico) y del término vagabundo (Vagabund, en alemán).
Alfred Henschke, Klabund.
El, en un principio, discreto y aplicado hijo de boticario se definió a los 20 años como escritor al haber ya compuesto 597 poemas, 29 relatos, 13 piezas de teatro de un acto, una novela, una colección de aforismos, además de otros fragmentos para futuros dramas y novelas. Fredi plantó cara a su despótico padre, se negó a seguir estudios de Farmacia y eligió los derroteros de la germanística y la dramaturgia. Klabund estaba naciendo. Munich, Lausanne, Berlín, Locarno y Davos le acogerán. Escribirá más de 1 500 poemas, un total de 70 obras, entre escritos propios y adaptaciones; a pesar de su prematura muerte a los 38 años. 70 escritos en 20 años bajo el ritmo trepidante de quien sabe que tiene los días contados.
A los 16 años le diagnosticaron tuberculosis pulmonar «cerrada» (es decir, no contagiosa). Esta patología milenaria que hasta la mitad del siglo XX solía ir acompañada de una sentencia de muerte. Sin embargo, la enfermedad no le impidió frecuentar los antros de la bohemia berlinesa y muniquesa, aunque estos ambientes fueran auténtico veneno para sus pulmones. ¿Cómo iba a resistirse a compartir mesa con Franz Werfel, Frank Wedekind o el carismático actor Alexander Granach? ¿A participar de la conversación y la bebida con Leonhard Frank y Erwin Piscator en el Simpl?
A los 23 años le asaltó, como a otros, la embriaguez patriótica y en el verano de 1914 se presentó voluntario a filas. Al igual que en Hugo Ball, George Grosz, Hermann Hesse o Ernst Toller, el entusiasmo bélico de Klabund no duró mucho y, además, no podía ser de otra manera, fue declarado no acto. Durante la campaña fue asiduo frecuentador del Cabaré Voltaire en Zurich, lugar de encuentro de los dadaístas en torno a Tristan Tzara; y allí se volvió pacifista. Desde Suiza pidió al emperador alemán, en una carta abierta, que abdicara y así se pusiera fin a la contienda. La carta seguro tuvo algo que ver cuando años más tarde fue arrestado acusado de tener conexiones con los espartaquistas, y tuvo que pasar 10 días de calabozo en Munich (incidente no muy recomendable para sus pulmones).
Aquel joven delgado, pálido, de apariencia tímida, con sus inseparables gruesas gafas de montura oscura iba y venía de los más variados lechos amorosos a la tumbona del sanatorio; de la climoterapia de altuna a los escenarios de los más conocidos cabarés de la época. La enfermedad le obligaba a intercalar periódicas curas de reposo y dieta rica en grasa en las alturas alpinas.
Robert Louis Stevenson, Christian Morgenstern o Arthur Conan Doyle fueron otros pacientes que le precedieron en Davos. Los sanatorios de la localidad suiza, inmortalizada en La montaña mágica, pronto se convertirían en lugar de peregrinación de la bohème literaria
Robert Louis Stevenson, Christian Morgenstern o Arthur Conan Doyle fueron otros pacientes que le precedieron en Davos. Los sanatorios de la localidad suiza, inmortalizada en La montaña mágica, pronto se convertirían en lugar de peregrinación de la bohème literaria (Paul Éluard y Gala Dalí, René Crevel y Mopsa Sternheim…). Ya en 1916, Klabund realiza la primera de sus muchas y sucesivas curas en Davos, en el sanatorio del Dr. Jessen, donde cuatro años antes también Katja Mann había sido tratada. La frívola existencia de los «moribundos» la plasmó irónicamente Alfred Henschke, alias Klabund, en no pocos versos, textos fragmentarios y en la narración autobiográfica jadeante La enfermedad (1916) que, sorprendentemente, presenta varios paralelismos con La montaña mágica (1924). El ambiente mórbido, a la vez exaltado, la desesperación pero también las ansias de vivir que inundan el sanatorio del Dr. Jessen (Dr. Behrens para Thomas Mann), o las macabras fiestas de carnaval y algunos amoríos de Klabund parece como si hubiesen sido transpuestos posteriormente a La montaña mágica. Si Mann algo sabía de las correrías y la obra del «espíritu vagabundo», es una incógnita. De lo que no hay duda es que Klabund fue el iniciador de los bailes de disfraces en Davos. Él mismo ensamblaba collages dadaístas para anunciar, siempre con un corrosivo humor negro, el próximo Baile de la Banana, donde se danzaría al ritmo del vals del bacilo, el tango febril o la polca de las temperaturas; o las carreras de sacos, cuyo primer premio era un termómetro.
No obstante, el tísico Klabund, a diferencia de Hans Castorp, no estaba dispuesto a prolongar sus estancias en Davos; para él la vida no consistía en esperar y como aquél sabía que arriba en el sanatorio se consume más tiempo que en ningún otro lugar, y tiempo es justamente de lo que él no disponía. Para Klabund escribir se convirte en una «adicción», una forma de sobrellevar la enfermedad. Sí, tumbado como Oblomov, pero activo; siempre escribiendo en la tumbona, bien tapado y rodeado de libros y papeles. Así lo pinto Erich Büttner.
El crítico Alfred Kerr fue su protector. Frank Wedekind, uno de sus amigos más venerado. A Gottfried Benn le unió una amistad desde los cursos de bachillerato. El ocho años más joven y por entonces poco conocido escritor, Bertolt Brecht, alguien a quien admiraba por su fuerza artística, pero un hombre cuyos argumentos le resultaban, en ocasiones, tan sucios como sus uñas.
Der bekannte Dichter Klabund im Alter von 37 Jahren gestorben! Unser Bild zeigt den bekannten Dichter Klabund, welcher nach längerer Krankheit an Tuberkulose im Alter von 37 Jahren in Davos gestorben ist.
Como todos los que pertenecían a la vanguardia literaria, Klabund escribía para el cabaré poemas de denso simbolismo, oscilantes entre el Impresionismo y el Expresionismo, y baladas sobre la actualidad política. Vivió aquellos años de cambios y rupturas con la tradición decimonónica, esa época de rebelión y oposición en la que confluye todo un abanico de movimientos (los ismos). En el Berlín de los locos años 20 había más teatros que en París, 59 frente a 47, por no hablar, por ejemplo, de los 38 cabarés registrados en la capital en 1922. Éstos eran la válvula de escape para una sociedad que fundamentalmente quería olvidar y divertirse. Los cabarés político-literarios reunieron a la avant-garde del momento que, para un público insaciable, componía o interpretaba. Kurt Tucholsky, Walter Mehring y Klabund alimentaban con sus chansons musicadas por Friedrich Hollaender, Hanns Eisler o Ralph Benatzky a esa sociedad «depravada» que inigualmente retrató George Grosz y Otto Dix. Klabund se introducía con sus cuplés incluso en los hogares (fue uno de los cofundadores del primer cabaré radiofónico alemán), e incluso era él mismo quien los ejecutaba al piano o simplemente los improvisaba. Recibía encargos de la Metro-Goldwyn-Meyer para guiones que después no se llevaron a la gran pantalla, pero que él rápidamente convirtió en novelas. Pero también sintió, como otros contemporáneos, una inclinación hacia las filosofías orientales, hacia las literaturas china, japonesa o india (piénsese en Siddarta de Hermann Hesse o Los tres saltos de Wang-lun de Alfred Doblin). Se le llamó burlonamente el Rilke del Extremo Oriente y su producción poética está compuesta por adaptaciones libres y reelaboraciones de poemas chinos, japoneses y persas. Varios de sus textos teatrales están inspirados en fábulas orientales, y entre ellos una obra que le colocó en el cénit de su carrera, El círculo de tiza, estrenada en Meißen en 1925; y acompañada por el éxito en los escenarios de Hannover, Frankfurt y Berlín, bajo la dirección de Max Reinhard. Una recreación que llegó a ser una de las obras más representadas de la República de Weimar. Este drama dio a conocer a Brecht la fábula china que también él convertirá posteriormente en pieza dramática durante su exilio norteamericano entre 1943 y 1945 (El círculo de tiza caucasiano). La influencia de Klabund sobre Brecht es indiscutible, siempre fue Brecht deudor de Klabund, no al contrario. Y en 1962, Alfonso Sastre escribió, a partir de ambos textos, su versión Historia de una muñeca abandonada.
La influencia de Klabund sobre Brecht es indiscutible, siempre fue Brecht deudor de Klabund, no al contrario. Y en 1962, Alfonso Sastre escribió, a partir de ambos textos, su versión Historia de una muñeca abandonada.
Ni el Impresionismo, el Expresionismo, el Neorromanticismo, o la Neue Sachlichkeit sirven para encasillar la obra del vagante seguidor de la tradición de François Villon. Él fue una figura simbólica de los años 20, sus chansons hicieron furor en la denominada «Época del Jazz», sus novelas Bracke y Borgia pasaron a la lista de los bestsellers; pero en las décadas siguientes cayeron en el olvido. Primero, porque ya no había sitio para la «literatura del asfalto», y segundo porque después nadie más se volvió a acordar de aquel tísico delgaducho, miope e inquieto que, a los 38 años, murió en Davos.
A comienzos de su etapa más productiva, la década de los 20, redacta esta Historia de la literatura alemana contada en una hora, posiblemente la más sincera, y subjetiva hasta la médula, historia literaria que se haya escrito. Un libro sin ninguna pretensión de universalidad o reconocimiento científico. No es una obra expositiva. Hay que estar versado en las letras alemanas para poder seguir los enjuiciamientos y, a veces, las licencias poéticas de Klabund. Ni que decir tiene que, en no pocas valoraciones, el autor se equivoca; y cuanto más se acerca a su época, más aventuradas son sus opiniones. A Lessing le dedica dos páginas, a Goethe siete de alabanzas, a Thomas Mann se lo despacha en dos líneas, y elogia a autores cuyos nombres hoy son prácticamente desconocidos. Y un tal Günther no deja de aparecer aquí y allá. Posiblemente porque Fredi sentía afinidades con la vida nómada y breve de este desasosegado y también tuberculoso de principios del siglo XVIII. Sus dictámenes literarios tienen en ocasiones el formato de la microprosa, de la miniatura que a placer él adereza con divagaciones fragmentarias.
Cuando el editor de la Historia de la literatura alemana contada en una hora le anuncia su intención de poner en el mercado 10 ediciones, Klabund escribe a su suegra y confidente: «El hombre tiene valor». Pero la Dürr & Weber de Leipzig no se equivocaba. Ya en 1921 se habían vendido 30 000 ejemplares de esta peculiar obrita.
Quizá algún día vuelvan a ser rescatadas sus entretenidas novelas, biografías literarias y lírica burlona, erótica, y socarrona; mientras tanto leamos, pero sin apremio, la más breve, acelerada e insolente historia de la literatura alemana que jamás se haya escrito.
Klabund, el último rapsoda libre, el último de una vieja estirpe de poetas vagabundos, así lo definió Carl Ossietzky.”
Olga García, del prólogo de Historia de la Literatura Alemana Contada en una Hora.
El libro de Klabund aparece reseñado en el blog literario El Boomeran(g) en su escaparate de novedades.
Entre otras cosas dice de la obra publicada por El Desvelo “En sus manos tiene el lector la historia de la literatura alemana más subjetiva y sincera que se haya escrito. También la crónica escéptica y crítica ante algunas tendencias de su época.”
‘Entre montones de libro’ nos ha dedicado su tiempo para leer y comentar ‘Historia de la literatura alemana contada en una hora’, de Klabund. Esto es un motivo de agradecimiento por partido doble: por el trabajo y por las palabras que dedica a nuestro AlfredHenschke ‘Klabund’. Aquí va un fragmento de la crítica y abajo el enlace concreto.
(…) Y también lo es dejarse llevar por filias, fobias y enardecimientos y cerrar el libro pensando que, aunque le falten los últimos años, ahora es más fácil acceder a escritores de otros países, y que en realidad, al abrir este libro, hemos abierto una puerta, o mejor una ventana, y disfrutado de un magnífico viaje que demuestra que hay que quitar el miedo a los ensayos. Porque muchos son tanto o más placenteros en su lectura, que una novela.
Por si no se nota, me ha encantado.