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Los Años de Plomo en el País Vasco, por Kepa Murua

Kepa Murua, por @ardiluzu

Escribir era extraño cuando la violencia lo contaminaba todo. Las noches eran largas, el ruido de las sirenas de la policía era ensordecedor. Se vivían como normales las batallas campales y los heridos y asesinatos parecían que no tenían nombre, sino que pertenecían a una estadística que se leía sin más.
Vivíamos en el infierno, pero no lo sabíamos. Respirábamos para dentro y solo escuchábamos los gritos cuando ya no había remedio. Y luego, como un armisticio tácito, llegaba un silencio que lo envolvía todo, incluso la escritura, que te hacía cuestionarte para qué escribir si nadie podía escuchar más allá de unos pocos metros.
Sin embargo, era necesario hacerlo para que no nos acallara ese mismo silencio que nos tapaba los ojos y nos paralizaba el corazón.
Fueron años de sospecha, de incomprensión, de bandos con nombres y apellidos, de fronteras entre identidades colectivas, y sin una personalidad individual que se abriera al mundo. Las palabras parecían contaminadas, las frases iban entrecomilladas, la memoria se perdía en la noche de los tiempos.
Para un poeta como yo que nació en una familia vasca, escribir era toda una declaración de intenciones. Te preguntaban por qué lo hacías. Y fue duro porque en medio de una subsistencia radical donde debías tener los ojos abiertos, tenías que explicar lo que hacías mientras intentabas explicar mediante la literatura lo que sucedía. Fue duro porque los ciudadanos tenían miedo y no se atrevían a decir en público lo que pensaban en privado. Fue duro porque nos sentíamos aislados por una sociedad que miraba a otro lado y porque sentíamos el desprecio de unas instituciones que nos ninguneaban cuando hablábamos de la necesidad de articular palabras como “paz”, “convivencia” y algunas más que defendíamos como “amor” y “vida” ante tanto desánimo que se colaba, sin poder evitarlo, en nuestra escritura.
En mi caso, creo que me salvaron las palabras. Yo podría haber sido uno más; sin embargo, la educación que tuve y la lectura de libros, e incluso, la soledad, modelaron mi rechazo a la violencia “venga de donde venga”, tal como se decía en aquellos años y que ahora soy incapaz de olvidar. Esos días grises, con sabor a plomo, me llevaron a escribir con una mirada diferente.
Había que enfrentarse a una mayoría que no era tan silenciosa como se cree. Pero mereció la pena. Ahora cuando escucho a algunos que no estuvieron, digamos que a la altura de las circunstancias, me da un poco de vergüenza ajena; sin embargo, como pienso que la vida es bella, no seré yo el que acuse a quien no deba, sino el que siga escribiendo porque, pese a la incomprensión, pese a la soledad, merece la pena hacerlo si hay algo con lo que no se esté de acuerdo y se piense, por último, que se ha de escribir algún día.

La carretera de la costa.

Kepa Murua: “No es una novela de buenos y malos, sino de luces y sombras”

Estamos muy contentos con la acogida que está teniendo ‘La carretera de la costa’, de Kepa Murua, una novela cuya salida quedó interrumpida por el estado de alarma, pero que ahora está teniendo una segunda vida. En la galería podéis ver su repercusión en prensa en el País Vasco, tanto en El Correo como en El Diario Vasco, pasando por el suplemento cultural Pérgola, de Bilbao. Es una muestra de la acogida que está teniendo una obra, sentida y humana, sobre los Años de Plomo del terrorismo vasco.

Carretera entre Zarauz y Guetaria.

Crítica en El Correo de ‘La carretera de la costa’

Suplemento Territorios (El Correo)

Obra narrativa de Kepa Murua

El Desvelo Ediciones ha publicado los cuatro libros que componen la obra narrativa de Kepa Murua. Desde el primero, ‘Un poco de paz’ hasta el último, ‘La carretera de la costa’. Ello permite comprobar su evolución como escritor en donde lo narrativo no elude el carácter poético del resto de su producción. Considerado ante todo poeta, El Desvelo Ediciones ha publicado también dos de sus poemarios: ‘Autorretratos’ y la antología ‘El cuaderno blanco’.

Kepa Murua

Kepa Murua (1962) es un poeta y narrador vasco. Con el Desvelo Ediciones ha publicado las novelas ‘Tangomán’, ‘Un poco de paz’ y ‘De temblores’, así como el poemario ‘Autorretratos’. Quien fuera el editor de Bassarai y creador de una de las primeras revistas culturales en formato digital, Espacio Luke, Murua es un escritor conocido en España y en el extranjero en donde desarrolla una intensa actividad como creador y conferenciante.

‘La Carretera de la costa’ podría llamarse Ceferino Peña, el hombre que con su muerte marca la voz del narrador, por ser una víctima de ETA que la organización reconoce como un error. La muerte de Ceferino Peña, los ojos de su pequeña hija quien lo ve morir a manos de “Korta”, se convierten en importantes pilares para las continuas reflexiones del narrador quien nos cuenta también lo que pasaba por la cabeza de los implicados en el drama: detalles de lo que vivió en carne propia el asesino, de lo que pensaban los policías, algunos otros etarras, y tantos otros más. ‘La carretera de la costa’, el paisaje donde se desenvuelve la novela, es un homenaje a los olvidados, a los innombrados, a los testigos silenciosos. Es una novela de perdón y de esperanza

Un hombre atravesado por sus mujeres, una singladura existencial plagada de soledades y de estremecimientos, el desesperado intento por salir de la corriente de la incomunicación. Con estos mimbres teje Kepa Murua su última obra, De temblores. La novela del escritor vasco aborda un tema por él muy querido: el ansia y el esfuerzo de comunicación entre hombres y mujeres, una tarea de la que no siempre se sale airoso. Los encuentros sentimentales del protagonista, cargados de sentimiento, sexo e incomprensión, se plasman en una prosa serena y austera, un espejo nítido y sincero que Murua coloca fr­ente al lector para que en él observe su propia intimidad.

Tangomán’ cuenta en primera persona la historia de Pedro Muros, un hombre que desde su madurez repasa los hitos esenciales de su vida en busca de la propia identidad. Hijo que crece sin el cariño necesario para afrontar la vida. Convencido por sus hermanas de su propia fealdad, huirá de la familia y llevará una vida solitaria y poco instruida, donde las lecturas caóticas de revistas de serie B se combinan con un trabajo gris. De esa monotonía solo consiguen sacarlo sus clases de baile, disciplina en la que despuntará tanto, que se convertirá en la atracción de una decadente academia donde la mayoría de las alumnas son mujeres de la tercera edad que sienten una irresistible atracción por Pedro, que pasará a ser ‘Tangomán’.

https://eldesvelo.es/producto/un-poco-de-paz/

Mientras escribía Un poco de paz, el autor tenía en mente a un lector al que le gustase la literatura que ofrece una serie de reflexiones sencillas para pensar sobre la vida mientras se lee una novela entretenida. Es una novela de búsqueda personal donde los sentimientos más profundos reviven en el contexto de los días. Es también una obra con voces y registros diferentes y es una de esas novelas que atrapa al lector desde la primera a la última página.

‘La carretera de la costa’, de Kepa Murua

Cuarta novela de Kepa Murua.

Sinopsis

‘La Carretera de la costa’ podría llamarse Ceferino Peña, el hombre que con su muerte marca la voz del narrador, por ser una víctima de ETA que la organización reconoce como un error. La muerte de Ceferino Peña, los ojos de su pequeña hija quien lo ve morir a manos de “Korta”, se convierten en importantes pilares para las continuas reflexiones del narrador quien nos cuenta también lo que pasaba por la cabeza de los implicados en el drama: detalles de lo que vivió en carne propia el asesino, de lo que pensaban los policías, algunos otros etarras, y tantos otros más. ‘La carretera de la costa’, el paisaje donde se desenvuelve la novela, es un homenaje a los olvidados, a los innombrables, a los testigos silenciosos. Es una novela de perdón y de esperanza

Autor

Kepa Murua (1962) es un poeta y narrador vasco. Con el Desvelo Ediciones ha publicado las novelas ‘Tangomán’, ‘Un poco de paz’ y ‘De temblores’, así como el poemario ‘Autorretratos’. Quien fuera el editor de Bassarai y creador de una de las primeras revistas culturales en formato digital, Espacio Luke, Murua es un escritor conocido en España y en el extranjero en donde desarrolla una intensa actividad como creador y conferenciante.

Extracto

“Suena el viento, él se dio la vuelta, y entonces sonaron los disparos. Cayó fulminado ante la sorpresa y el horror de un cliente que fue apartado unos segundos antes por el comando que irrumpió en la carrocería. Sonaron secos, como tres golpes de martillo en un yunque, como tres toques de plástico que perforan la roca, pero la sangre corre por detrás de la cabeza y Ceferino Peña queda tendido en el suelo frío del garaje ante los asombrados ojos de su hija que ni siquiera parpadea y mira a los jóvenes que dispararon a su padre. Al hombre que lo acompañaba le dijeron que se apartara; a él le preguntaron si era el propietario del taller y si tenía pasta carrocera que necesitaban para un coche averiado, aparcado cerca de la puerta, donde al volante ocultaba la cara con la mano uno del comando que controlaba con su mirada fija en el espejo retrovisor todo lo que pasaba en la curva. En el maletero el dueño del coche pudo escuchar los disparos secos. La curva es pequeña, cerrada, un ligero peralte descubre una subida que resguarda de la mirada indiscreta a los vecinos que viven en un barrio pequeño de un pueblo también pequeño: unas pocas casas, el bar de enfrente, regentado por el hermano del asesinado, una vieja estación de servicio de gasolina, hoy remodelada, unos árboles verdes que mueven sus ramas ante las acometidas del viento, y el sonido del tren que pasa por entre esos mismos árboles, por delante, en ese instante fatídico solo era el objetivo de una organización armada que cobijó la fuerza bruta y las frustraciones de una juventud que vestía con vaqueros y jerséis de lana, con camisetas blancas o camisas de cuadros que quedaban por encima de los pantalones, que calzaban zapatillas blancas en verano y botas de monte en invierno. Alguno de mis amigos iba con camperas, y yo mismo calzaba safaris, a los que también se llamaban «pisamierdas». Pero ni esas botas ni esas zapatillas pisaron la sangre de ningún muerto, como Ceferino Peña por ejemplo, un hombre con un nombre cualquiera —me dices que así se llama también un futbolista de tu país—, un hombre que podría ser otro, cualquiera, y que sin embargo, no lo era, al menos a los ojos de su hija de tres años que en aquel momento no parpadeaba y que quedó atrapada en el tiempo, sin que pudiera gritar ni comprender nada de lo que sucedía en ese instante. La expresión horrorizada del testigo no alcanzaba a comprender por qué aquellos chicos de melenas dispararon al carrocero que un poco antes hablaba con él con tranquilidad. Tampoco lo pudo comprender, con el miedo en el cuerpo, el dueño del coche robado, a quien dejaron encerrado en el mismo lugar donde estuvo desde el principio, una vez que los asesinos cambiaron de coche y se subieron al que tenían preparado para la huida en una carretera que conocían a la perfección”.

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