‘La educación de las hijas’ (fragmento)
«De lo que rebosa el corazón habla la boca». ¡Cuánta conversación se centra en el vestir!; lo cual, sin duda, no puede ser muy edificante ni entretenido.
Provoca la envidia y la lucha por una frívola superioridad, aspectos que no hacen parecer a una mujer muy respetable ante el otro sexo.
Se emplean artimañas para obtener dinero y mucho se despilfarra cuando, si se ahorrase para obras de caridad, podría aliviar la penuria de muchas familias pobres y ablandar el corazón de la joven que presenciara tales escenas de tribulación.
Dentro del vestir puede incluirse toda la familia de lociones de belleza, cosméticos, agua de lavanda, hierbas orientales, colorete para los labios y los afeites que alegraban el rostro de Ninon y desafiaban al paso del tiempo. Estos numerosos y fundamentales artículos se anuncian en un estilo tan ridículo que su rápida venta es un fiel reflejo del entendimiento de las mujeres aficionadas a ellos. Imagino que el agua de lavanda y las hierbas serán por lo general inofensivas, pero no sé si puede decirse lo mismo de los afeites. El blanco es ciertamente muy perjudicial para la salud y nunca se logra con él la naturalidad. También el rojo desluce el semblante e impide ver el hermoso brillo que la modestia, el afecto o cualquiera otra emoción de la mente provoca: deja de ser un rostro iluminado por la mente. En este caso, no es cierto que el cuerpo no cautive porque se ve la mente, sino todo lo contrario, y, si un hombre se casa con una mujer así disfrazada, se arriesga a no verse satisfecho por la persona real. Puede que un rostro maquillado sorprenda a las visitas, pero ciertamente desagradará a los amigos más próximos; y se llega a una conclusión obvia: que no debe esperarse que la verdad gobierne al habitante de una figura tan artificial. La falsa vida con la que el afeite rojo anima los ojos no es del tipo más delicado. Tampoco la mujer que se viste de forma que atraiga lánguidas miradas nos permite tener una opinión muy favorable de la pureza de su mente.
Olvidé mencionar los polvos entre los engaños. Es una lástima que se utilicen de forma tan generalizada. Se oculta el adorno más bello de las facciones y se pierde completamente el tono que proporcionaría al semblante. El color del pelo se ajusta por lo general a la complexión de cada uno y está calculado para resaltarla. ¡Qué disparate cometen, pues, quienes usan polvos rojos, azules y amarillos! ¡Y qué gusto tan falso demuestran!
La cantidad de loción que se aplica al cabello es con frecuencia desagradable. Nos reímos de los hotentotes y, en algunas cosas, adoptamos sus costumbres.
La simplicidad en el vestir y los modales naturales deberían ir de la mano. Exigen respeto y serán admirados por la gente de buen gusto, incluso cuando el amor sea totalmente imposible.
‘La educación de las hijas’, Mary Wollstonecraft