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‘La Repetición’, arte conceptual y un homenaje a a París, Perec y la Plaza de San Sulpicio

Fuente de San Sulpicio. CC Attribution-Share Alike

Por este libro, le dieron a su autor, Raúl Hevia, y de rebote a nosotros, un Premio de Artes Plásticas en Cantabria. Pero más allá del libro-concepto (una portada que es la cartela de una única imagen que está en el interior y de la que el texto libresco es un larguísimo pie de foto), ‘La Repetición. Tentativa’ es una decidida carta de amor a París, a Perec y a la Plaza de San Sulpicio, por la que han pasado absolutamente todos los que han sido cultura francesa en los últimos siglos.

Hevia, uno de los artistas más importantes de este país, siguió los pasos de Perec y tomó nota de todo lo que acontecía ante sus ojos durante tres días en la citada plaza. El resultado de ese intento de agotamiento de un lugar de París lo destiló en una única imagen y en un texto que es una larga enumeración, tan del gusto de Perec-Hevia, y una hermosísima historia de la Plaza de San Sulpicio, que es decir la historia de París.

El autor se documentó profundamente en la historia de esa plaza. Llegó a saber dónde vivían quienes algo han sido en algún momento dado, a un gran nivel de detalle. Cruza en el tiempo y en el espacio la plaza. Habla de historia, de arquitectura, de represión y libertades, todo lo que de sí ha configurado a París como la gran urbe mundial en el imaginario cultural de la humanidad.

Os dejamos unos párrafos en los que se cuenta el origen de la enemistad de dos vecinos de la plaza: los modistos Karl Lagerfeld y Yves Saint Laurent:

Jacques de Bascher de Beaumarchais (nombre al que algunos enemigos sumaban la coletilla de pas cher, de bon marché), se instala, en 1973, en el apartamento que su nuevo amigo Karl Lagerfeld tiene alquilado en el 6 de la plaza Saint-Sulpice. No se separarán hasta la muerte de Jacques, quince años después. El apartamento (que Karl redecorará cuatro veces en diez años) estaba en un edificio diseñado también por Gioivanni Servandoni, mirando hacia la iglesia, y conservaba un dormitorio de cuatro metros de altura. Parece ser que sobre el parquet del salón había aparcada una imponente Harley-Davidson con los espejos retrovisores vueltos hacia el techo y cubiertos de generosas rayas de cocaína, los días que había fiesta. Jacques era el salvaje seductor, el «chic absoluto» y decadente, el esteta extravagante politoxicómano que organizaba en casa veladas excesivas para el Tout-Paris, tan inolvidables como únicas (podías encontrarte a un par de princesas centroeuropeas y a varios miembros del cuerpo de bomberos del vecindario, a medio vestir), que enamoró a Yves Saint Laurent precipitándole hacia un abismo autodestructivo del que ya no se recuperó; el que parece ser estuvo en el origen de la enemistad mítica e irreconciliable entre Lagerfeld y Saint Laurent.

‘La Repetición. Tentativa’. Raúl Hevia
Portada de La repetición. Tentativa
‘La Repetición. Tentativa’. De Raúl Hevia.

A Lydie Salvayre no le gustan los museos (pero escribió un libro sobre uno de ellos)

No, le dije no gracias, no me gustan los museos, demasiada belleza concentrada en el mismo lugar, demasiado genio, demasiada elegancia, demasiada inteligencia, demasiado esplendor, demasiadas riquezas, demasiadas carnes expuestas, demasiados pechos, demasiados culos, demasiadas cosas admirables. Resultado: las obras amontonadas se aplastan las unas a las otras como los animales comprimidos de un rebaño y la singularidad propia de cada una queda inmediatamente apagada. Luego añadí, mira, lo malo de los museos es que la transición hacia el exterior se produce siempre de una manera demasiado brutal, quiero decir sin la más mínima preparación. Habría que acondicionar pasillos, algo así como cámaras de descompresión, rellanos de readaptación a lo mediocre, para volver a acostumbrarse progresivamente a la fealdad, de modo que al salir de esa sobredosis de arte que de tan sublime provoca náuseas, al pisar de nuevo la calle, la vuelta a la vida diaria tan imperfecta, tan gris, tan chunga a veces, se lleve a cabo más tranquilamente, ¿comprendes?

Caminar hasta el anochecer, Lydie Salvayre
Lydie Salvayre
Lydie Salvayre

‘Elogio del fracaso’: La crítica francesa ante ‘Caminar hasta el anochecer’

Caminar hasta el anochecer, de Lydie Salvayre, es un texto extraordinario, difícil de clasificar, entre el ensayo y la autobiografía parcial a partir de la experiencia de una noche encerrada en el museo Picasso de París con ocasión de una exposición de Giacometti. Una obra esencial en la bibliografía de Lydie Salvayre.

Con un lenguaje corrosivo e irónico, Lydie Salvayre utiliza el pretexto de esa noche pasada en el museo Picasso para cuestionar el ambiente artístico y sus instituciones y tratar de explicar su propia relación con la cultura a partir de su infancia en un barrio de emigrantes y con un padre maltratador. De Giacometti elogia su radicalidad, sus fracasos reivindicados y su infinita modestia.

El libro tuvo una excelente crítica tanto en Le Monde como en Le Nouveau Magazine Littéraire, L’Humanité, Le Matin y otras publicaciones culturales.

Caminar hasta el anochecer, de Lydie Salvayre

Ya tenemos a la venta el libro ‘Caminar hasta el anochecer’, de Lydie Salvayre.

El libro fue recibido en su momento en Francia con unánimes elogios. Estos son algunos de ellos:

«Un texto de una fuerza y honestidad intelectual poco comunes.» Le JDD

«Una lección estética, cultural y social impartida con una generosidad colérica.» Le Soir

«Nos encanta cuando se enciende, cuando se rebela, cuando se aventura en sus propios atrincheramientos.» Livre

En Le Soir.

‘Caminar hasta el anochecer’, un extracto

Sin duda, el arte no valía nada. El arte era incapaz de cambiar el mundo y el mundo en nosotros. El arte era incapaz de detener su camino hacia un desastre que nos negábamos a ver. El arte era incapaz de volver buenos a los malos. El arte era incapaz de contraponerse a los poderes asesinos, de derribar un orden en el que las finanzas decidían ferozmente el valor de todo, y de levantar a los pueblos sometidos a las más infames tiranías. El arte se revelaba impotente para conjurar el odio, la venganza, el resentimiento y todas las pasiones tristes que prosperaban en nuestra época y que lentamente pervertían nuestras mentes. El arte no conseguía defendernos de esa fealdad que nos rodeaba y nos penetraba, ni a apartarnos de las diversiones mediocres que envilecían nuestros corazones. El arte no podía nada contra el hecho de que vivir dolía.

Había, sin embargo, algo seguro: a veces el arte añadía a nuestras alegrías y nuestro deseo de vivir, a veces desafiaba soberanamente a la muerte o implacablemente nos la recordaba, a veces aguzaba nuestro rechazo de un mundo que formateaba tanto nuestros cuerpos como nuestras almas, a veces exaltaba nuestro gusto de lo imposible cuando nos intimaban a no esperarlo y reanimaba nuestro gusto de lo inútil cuando por todas partes prevalecía el espíritu de lo útil, a veces hacía aflorar nuestro deseo inquebrantable de soñar y de ser libres sin el cual no podíamos vivir, y nos devolvía el gusto olvidado de los colores tan amados en la infancia, el rojo sobre todo, el gusto de las figuras y los objetos, de su materia y su luz, de la belleza de las cosas regaladas y simples que estaban en este mundo y que no sabíamos ver.

Sin duda, el arte no vale nada, pero nada es tan valioso como el arte. 

Traducción: Marta Cerezales Laforet

‘Caminar hasta el anochecer’, una noche en el museo de la que se vendieron 300.000 ejemplares

En Le Matin Dimanche.

Lydie Salvayre vendió 300.000 copias de su libro ‘Caminar hasta el anochecer’, que cuenta, con humor y mucho temperamento, la tormenta de ideas y recuerdos que le vinieron a la cabeza cuando pasó una noche sola en el Museo Picasso de París, enfrentada a la estatua de Giacometti ‘El hombre que camina’.

La idea, y por lo tanto el libro, surgió de la editorial francesa Stock, que llevaba a cabo una colección sobre la base de una serie de escritores que pasaban una noche en un museo. Ese era el nombre de la colección: Una noche en el museo.

En el caso de Salvayre, el museo elegido fue el Picasso de París y la obra de referencia, tal vez una de las esculturas más bellas y misteriosas que hayan salido de las manos de un artista: ‘El hombre que camina”, de Giacometti. Al tiempo que Salvayre cuenta como humor y sinceridad cómo le surgió el encargo y cómo detesta el mundo artificial del arte institucional, el diálogo con la escultura le lleva a reflexionar sobre la muerte, propia y ajena, ese ‘anochecer’ hacia el que caminamos todos; el sentido de la obra que Giacometti trató plasmar y la relación tempestuosa con su padre.

Salvayre, hija de republicanos españoles exiliados -su primer apellido es Arjona-, guarda un sentimiento ambivalente hacia el ‘frañol’ hablado con desparpajo por su madre y la violencia y el compromiso político del padre, del que habla sin ambages.

De Salvayre, que ganó el premio Goncourt en 2014, publicamos hace escasos años ‘Siete mujeres’, un ensayo biográfico de siete grandes mujeres de la literatura. Tanto uno como otro fueron traducidos por Marta Cerezales Laforet.

Un homenaje a París, a Perec y al arte: ‘La Repetición. Tentativa’, de Raúl Hevia

Cubierta de La repetición. Tentativa

Una cubierta a modo de cartela, una única foto resultado de tres días en la Plaza de San Sulpicio, un largo pie de foto de 128 páginas, un homenaje a Perec y un libro que es una obra de arte singular. #larepeticiontentativa, de #raulhevia recibió el Premio de las Artes Plásticas de Cantabria, pero sobre todo es un canto enamorado a #paris y sus #literatos.

‘La repetición. Tentativa’ es un trabajo plástico en forma de libro que actúa a varios niveles sobre la base del libro de Georges Perec ‘Tentativa de agotar un lugar parisino’, acudiendo a Paris para escribir desde los mismos sitios y a las mismas horas, en los mismos días en que lo hizo el autor francés. El resultado es el mismo libro y, a la vez, otro diferente, con una única imagen del autor resultado de su exploración.

Artista plástico, Raúl Hevia desarrolla su trabajo en torno al cuestionamiento de los modos de narración de la intimidad, las forma de expresión del yo contemporáneo a través de soportes como fotografía, vídeo, o textos, subrayando la parte plástica del lenguaje escrito y la transposición de lo verbal a lo visual. Plantea la intimidad como forma espectacular, lo privado como acto público y la perversión que motiva la transposición de lugares; investiga la facultad de la memoria para ficcionar cada realidad y su capacidad para alterarla, así como las relaciones entre archivo y realidad.

Dujardin, pionero del monólogo interior y creador de una delicada y cruel obra de arte

#hancortadoloslaureles, de #edouarddujardin no solo es una preciosa historia que incide en ‘el burlador burlado’ en temas amorosos, sino que es la primera vez en que se usó el monólogo interior (reconocido por el propio Joyce). Con esta traducción de #martacerezaleslaforet, el libro es una pequeña delicatessen con un gran valor literario e histórico. #novel #novela #books #libros #escritor #casadellibro #elcorteingles #fnac #eldesvelo #publisher #postcards #instagood #words #quotes #bookstagram #top_bookstagram #libros #books #writer #bookworm #reading #libreria #bookstore #follow #like

Han cortado los laureles

Desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche podemos seguir los pensamientos más íntimos y los preparativos vagamente amorosos de Daniel Prince, un joven estudiante de derecho enamorado de una actriz. Escrita únicamente desde el punto de vista de la conciencia del narrador, en un espacio y un tiempo limitado, es a la vez un retrato del París de finales del XIX y un sardónico relato sobre la relación amorosa…

Puesto que no tengo nada que hacer, reflexionemos, pero con seriedad, sobre cómo debo comportarme esta noche en casa de Lea; por supuesto, quedarme con ella hasta las doce o la una, luego irme; pero lo que necesito es que ella comprenda la razón de mi conducta; ¡qué difícil explicárselo! En esta habitación estoy mal; vayamos al salón; de pie; las velas sobre el escritorio; lo que tengo que hacer es pasear de un lado a otro del salón, delante de la chimenea, las dos ventanas; corramos las cortinas; en el salón, tranquilamente, paseando de un lado a otro. ¿En qué estaba pensando? Es un fastidio; cuando quiero ponerme a pensar en algo, me pierdo inmediatamente en disquisiciones. Sin embargo tengo que saber lo que haré esta noche; no puedo dejar todo al azar; mi deber es aclarar a Lea… Lo primero es buscar la forma de irme espontáneamente; ya ocurrió varias veces que, como ella no me pedía que me quedara, daba la impresión de que, al irme, ella me estaba poniendo, amablemente, de patitas en la calle. Quizá esta noche acepte que me quede; pongamos que lo acepte; entonces le diré que, sin duda, haría bien en marcharme; ¿por qué iba a quedarme, si ella no me ama lo suficiente como para desear de verdad que me quede? Eso le contestaré. 

Por cierto, ¿a qué se refiere la expresión Han cortado los laureles?…

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